Poesía

Caín

Lord Byron

20 enero, 2012 01:00

Lord Byron según Richard Westall (1813)

Edición de José Luis Piquero. La Isla de Siltolá. Sevilla, 2011. 182 páginas, 16'50 euros

El lector que accede a las traducciones de Byron ( Londres, 1788-Missolonghi, actual Grecia, 1824) -tenso siempre entre la sugestiva y "romántica" figura de éste y la densidad de su obra-, necesita quizá de ediciones como la presente para abordarlas con un mayor grado de objetividad y de placer lector. Quien traduce este extenso poema es un poeta y ello facilita mucho el resultado final, la aproximación a estos extensos dramas morales ("teológico", se puede afirmar en este caso concreto). Si además el resultado final de esta aventura viene de la mano de las claras y cuidadas ediciones de La Isla de Siltolá, la aproximación a un texto tan complejo se verá enriquecida. Así, el esfuerzo del traductor no ha resultado vano y el lector común profundizará en un mejor y mayor conocimiento de la arrebatada -como lo fue su vida- obra poética de Byron. Por otra parte, la versión bilingüe facilita una mayor comprensión de este texto en el que el pensar del poeta contiende con su sentir de una manera extremada.

La poesía es, en sus momentos excelsos, planteamiento de las grandes, eternas preguntas, así como de las posibles respuestas para las mismas. En el Caín de Lord Byron nos encontramos, al respecto, ante uno de los ejemplos más señalados. Al abordar el tema central de esta obra -la figura bíblica de Caín, la interpretación del mal y del bien frente al destino de su hermano Abel y sus respectivas esposas (ya desde esas raíces sale a la luz el incesto, que Byron vivió)- brotan otros temas. También frente a aquellos orígenes que representan Adán y Eva, las figuras de los padres, Byron expuso sus ideas de la manera tumultuosa y heterodoxa que le caracterizaba, revolviendo la conciencia del lector y alterando a editor y a censores.

Byron busca para su dilatado poema el subtítulo "Un misterio" y nos habla de drama de "Moralidades", pero a la vez nos advirtió que poco tenía que ver su planteamiento con las Escrituras, las interpretaciones de los Padres o incluso con su juvenil lectura de Milton; tampoco con la visión tópica o cómoda del enfrentamiento entre hermanos, entre quienes representan tradicionalmente el bien y el mal. No es raro por ello que otros autores se hayan sentido atraídos por el tema, comenzando por el italiano Vittorio Alfieri, que identificamos con Byron no sólo en su vida "azarosa y viajera", sino en ese afán de abordar con luz nueva y quemante un tema manido, pero grave. Otros ejemplos de aproximación al tema se nos recuerdan en el prólogo: Al este del Edén, de Steinbeck; Demian, de Herman Hesse, o incluso el Caín de Saramago. A nosotros nos queda más cerca la novela Abel Sánchez, de Unamuno. En su afán luchador con las ideas y de salirse con su razonar de los campos trillados, nadie como el rector salmantino para abordar las preguntas trascendentales que plantean los dos hermanos bíblicos. Yo veo, en el fondo, más allá de referencias literarias concretas, un tema de raíz oriental: el de la dualidad del Todo, que no sólo deshace la "moralidad" del bien y del mal, y que atrajo de manera especial a Carl G. Jung, quien constató en varios de sus estudios que bien y mal formaban parte de una realidad indisoluble e ineludible.

También recuerdo, leyendo el poema de Byron, no sólo la "filosofía del pesimismo" de Leopardi, sino uno de sus más desconocidos poemas, "Ad Arimane", en el que el poeta italiano clama contra la Divinidad con un tono directo que ya hubiera querido para sí el exasperado Byron. Pero Dios no aparece en el texto byroniano entre los ocho personajes del drama; sí esa representación de "los espíritus" (aquí otra vez la tremenda dualidad) del Ángel del Señor y de Lucifer. En definitiva, en Caín y en las aproximaciones literarias al tema asoma un radical afán -en los humanos osados- de saber y de pensar más, la rebeldía tentadora que ya aparece en el episodio del Paraíso Terrenal. Esta traducción de Piquero llena un hueco grande para la correcta aproximación a una obra compleja y retórica como la de Byron; representante de lo extremado y lo desesperado frente al otro romanticismo, el esencial de Keats, en el que las dudas del vivir se resuelven por nuevos caminos: intensidad lírica, serena contemplación, la (¿imposible, provisional?) armonía de ser. Eran claves en la traducción de este texto otros dos problemas que Piquero resuelve muy bien: la fidelidad al espíritu del texto, a su poesía, y la captación del ritmo, que salva brillantemente en ese diálogo interminable del poema dramático.