Image: Cantos clásicos de Corea

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Poesía

Cantos clásicos de Corea

Varios autores

9 marzo, 2012 01:00

Foto: Marius Kubik

Recopilación de Key-Zung Lim. Traducción: Hyesun Ko y Francisco Carranza. Hiperión, 2011. 277 páginas, 15 euros

La literatura de Corea del Sur es, en estos momentos, una de las más fecundas y mejor propagadas; literatura entregada y difundida desde su origen, ofreciéndose en lo que verdaderamente es y alejándose de las imposiciones abrumadoras de lo comercial. Ese vigor, difusor y creador, se debe a una serie de escritores, no sólo veteranos -como es el caso del poeta Ko Un- sino a muchos poetas, novelistas, cuentistas y ensayistas jóvenes. A esta actual labor de propagación, no sólo cooperó una reciente Feria del Libro de Frankfurt dedicada a Corea, sino el que la literatura de este país ha tenido también gran presencia en las dos últimas Ferias del Libro de Guadalajara (México). Pero, sobre todo, ha cooperado a esa gran propagación de la literatura coreana el Instituto para la Traducción de la Literatura Koreana (KLTI) de Seúl. Con sus programas culturales, con su excelente revista, con el fomento de la traducción, ha sido el verdadero difusor de dicha literatura.

También esta propagación ha sido posible gracias a algunas editoriales españolas pioneras, entre las que debemos destacar Verbum, dirigida por Pío Serrano, gran promotor de la literatura coreana en nuestro país, desde los clásicos a los autores actuales, pasando por la poesía completa de Yi Sang, el experimentador más radical de la literatura coreana. A la labor de Verbum se suman la de otras editoriales como Trotta, Minimalia, Emecé, Ediciones de Oriente y del Mediterráneo o Hiperión. Esta última nos ofrece ahora el libro que hoy reseñamos; pero insisto en que no es posible hacer valoraciones previas, sin olvidar el conjunto de la literatura coreana de estos momentos. En ella, no faltando -a veces de manera obsesiva- temas como el de la guerra civil y la lamentable división de aquel país, no por ello se ha dejado de atender a la tradición. Ésta es la que se rescata en estos Cantos clásicos de Corea.

Ante el clasicismo poético de los países de Extremo Oriente, vemos rescatados los valores de una tradición perenne; es decir, los que atañen a una muy concreta concepción de la poesía (concisión, lirismo, melancolía, presencia de temas como los de la naturaleza y el amor; o su contrapunto, las guerras), y a la vez traspasada por una serie de ricos símbolos. Además, como sucede en esta antología, lo cotidiano penetra esas características, proporcionándole al poema un realismo sutil siempre justificado. La selección abarca desde poemas del siglo I a. de C. al XIV. La mayoría de los textos son anónimos. Este detalle, unido al de la sencillez de los mismos, le proporciona a esta recopilación un encanto especial.

Estamos ante poetas que testimonian desde la humildad y la naturalidad, a los cuales la realidad no les resulta ajena, pero que ellos transforman gracias al don de las palabras inspiradas. A veces, de manera muy sintética, en versos de arte menor; otras, como en el "Canto a Jukgye" o en "La tierra pura del paraíso occidental", el verso se derrama, pero sin caer nunca en el prosaísmo, y buscando siempre para el poema una significación y un desenlace trascendentes: "¿Cómo vivir en este mundo sin orar?/Buda de Misericordias, sálvanos".

Pero, en general, son los textos con un gran afán de síntesis los que les proporcionan a estos poemas tradicionales coreanos ese carácter de instantánea perdurable, resistente al paso del tiempo, que permite que la palabra poética sea en los grandes poetas no sólo la palabra del ayer, sino la de hoy y la del mañana.

Hay, pues, una "modernidad" y una frescura especial en estos poemas que buscan en los símbolos (el sol, el camino, la montaña, la noche, el río, los diversos animales) la vía para una comprensión absoluta de la realidad. La de los eremitas y la del budismo son también presencias que redoblan el afán trascendente de los textos, haciendo de ellos no meras "fotografías" o "estampas" líricas, sino palabras y valores eternos. Y luego, esa perenne presencia del amor, común a todas las culturas, que hacen de él un recurso perdurable, esperanzador, para los humanos: "Aunque cien veces me muera, me muera, me muera,/y mis huesos se hagan polvo, exista o no exista el alma,/ mi amor hacia mi amado no sufrirá ningún cambio".