Image: 99 sonetos romanescos

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Poesía

99 sonetos romanescos

Giuseppe Gioachino Belli

26 abril, 2013 02:00

Giuseppe Gioachino Belli

Edición de Luigi Giuliani. Hiperión, 2013. 245 páginas, 16 euros


En un pequeño prólogo que Alberti pone a su libro Roma, peligro para caminantes, (1964-1967) nos habla de la Roma que él ha deseado fijar en sus poemas: "la antioficial y la antimonumental, la más antigoethiana que pueda imaginarse; una ciudad que "no es como aquella de tantos poetas y escritores extranjeros que expresaron su admiración por la belleza clásica de Roma, su soberbio perfil de gran matrona del universo, sus museos, sus altos pinos parasol contra el cielo de las colinas". Otro tanto podría decirse de la Roma que aparece en estos 99 sonetos seleccionados de Giuseppe Giochino Belli (Roma, 1791-1863). Alberti cita y parafrasea profusamente a Belli, sobre todo en los diez primeros sonetos de su libro. Señalada esta sintonía, en forma y fondo, la Roma de Belli no sólo es la de un romano que ha vivido intensamente la ciudad desde su nacimiento y en sus más intrincados recovecos -incluidos los del Vaticano- sino que el romanesco de su lenguaje le pone a la gracia mordaz de sus mensajes un sabor especial.

Es el anticlericalismo vaticano el tema predominantemente obsesivo de sus sonetos, cuando lo curioso es que Belli, a medida que su vida avanza, acude a la llamada y sustento del propio Vaticano; primero, como profesor de Teología gracias a los buenos oficios de su amigo monseñor Tizziani y, más tarde, es jubilado "con una buena pensión" gracias a una orden expresa ¡¡del mismísimo Papa!! Había entrado ya el satírico en la caducidad de su vida y la idea del "mal" pasó a ser una de sus obsesiones últimas de converso. Dentro de este giro en sus ideas entraba también la orden que le dio a Tizziani de que, a su muerte, fueran destruidos sus procaces sonetos, lo que éste nunca hizo; así que a su amigo el monseñor se los debemos. Carlos Barral, Sánchez Ferlosio y García Calvo, son otros autores españoles que se interesaron por la obra de Belli, particularmente el zamorano, que tradujo 46 de sus sonetos (Lucina, 2006).

Pero lo cierto es que en Belli, por debajo de sus notorias provocaciones, hay un sustrato realista que es el que proporciona validez al texto poético, además de esa destreza para abordar el soneto. Es ese realismo que pone de relieve la ciudad en puertas, calles, plazas, habladurías, el que afecta de lleno a la mirada del poeta. No es la religión -que él aborda osadamente cuando sobrevuela los pasajes bíblicos-, sino el clericalismo diario y nada ejemplar de la ciudad, al que somete a su aguda y vitriólica mirada. A veces son otros los temas que asoman (la arqueología, la astronomía, los personajes "viejales y asquerosos", la serie de pecados capitales, los mercados, el paralelismo vida-muerte), pero siempre el anticlericalismo sarcástico es el sustento de quien conocía a diario la vida cotidiana de su ciudad y a la perfección los textos bíblicos, hasta llegar a ser profesor de Teología al amparo del Vaticano.

Poder, religiosidad atípica, sexo, lo obsceno, la urbe, son otros temas que Luigi Giuliani, preparador de esta edición, destaca en Belli, más allá de ese realismo extremado que he subrayado y que es el que le proporciona a los mismos vigor y resistencia en el tiempo. Como era lógico, de los seis volúmenes de sonetos que se publicaron entre 1885 y 1889, tras su muerte, sería el último, el de los "sonetos obscenos", el que mayor eco tendría. Belli entra así en la nómina de autores -pensemos en Aretino o en nuestros maestros de la picaresca y en los autores del Siglo de Oro- en los que las creencias religiosas y sus finales píos parecen ser algo diferente de las críticas a los excesos del comportamiento de ciertos clérigos, lo esencial de la religión de la realidad hipócrita y grotesca, expresado con una gracia y una mala uva que sólo nuestro Quevedo había abordado años antes.

Los casi dos mil sonetos de Belli en lengua dialectal se mantienen frescos en el tiempo, como un ejercicio literario en el que el juego conduce al verismo, y la máscara al verdadero rostro de situaciones y personajes impúdicos.