Image: Poesía completa

Image: Poesía completa

Poesía

Poesía completa

Anne Sexton

24 mayo, 2013 02:00

Traducción de Reina Palazón. Linteo. Orense, 2013. 939 páginas. 39 euros.


T. S. Eliot prometió enseñarnos el miedo en un puñado de polvo. Y lo hizo. Es muy poco lo que un poeta puede decir: los poetas muestran. Desconfían del lenguaje, creen en el poder de la imagen para crear y destruir. Cuando Eliot nos enseña el miedo, nosotros respiramos el polvo.

Anne Sexton (Massachusetts, 1928-1974) es la poeta reality show: un corazón abierto, una mente en exhibición. Lo es al menos para quienes piensan que la poesía es imitación de la vida y no construcción de mundos. Entre Sylvia Plath y Sexton inventaron la ficción confesional, como terapia contra la depresión clínica que acabaría con ambas. Hipnosis, drogas, versos: de alguna manera hay que extirpar la verdad que llevamos dentro, antes de que tanta luz nos mate. La paradoja del remedio peor que la enfermedad se cumple aquí: Anne descubrió en sí misma tantas sextons que eran legión, cada una con volúmenes únicos, manifestaciones todas ellas de una sola personalidad incapaz de contener la energía y contradicciones de la bipolaridad, o la genialidad, o ambas. Pero leer su poesía como quien descifra un código equivale a reducirla a informe psiquiátrico o premonición de suicidio. Confesional o no, Al manicomio y casi de vuelta (1960), Vive o muere (1966), El libro de la locura (1972) o Los cuadernos de la muerte (1974) es obra de la imaginación, no de la paciente.

Como la misma América, Sexton es una a partir de muchas: su e pluribus unum la lleva a asumir todos los roles conocidos, sin ninguna pretensión de fidelidad al original, ni modestia. La familiaridad con que la poeta habla a los tabúes los hace retroceder, se redimensionan: ella los absorbe. A Sexton nada ni nadie le parece bien o mal: si son una opción, son su elección. Lo quiere todo. Frente a la fragmentación de Plath, que amaba la dispersión y el caos, Sexton exige un trono, un orden. Se dirige a Dios como si estuviera por encima de él, o le comprendiera. Cuando posees una de las imaginaciones más voraces jamás atestiguadas, ¿vas a conformarte con ser reina, cuando puedes ser diosa? Y si alguien te dice que Dios está en tu máquina de escribir, ¿vas a ser poeta, cuando puedes ser Anne Sexton?

Todo lo demás se explica por esta voluntad de poder. Con una confianza en sí misma sólo comparable a la de Whitman, o a la del propio Emerson, Sexton se siente autorizada para derribar todos los mitos de todos sus pedestales. Ella es su mito y pedestal. Para enseñarnos el dolor, humaniza a Cristo en poemas como "Jesús cocina" o "Jesús muere" ("Estoy ocupado con Mi muerte"). La idea de amor coincide con los procesos que conducen a las múltiples identidades de la mujer. Cuando Anne dice que ama, no sabemos dónde queda el hombre: Sexton es introspección, autodestrucción, menstruación a los cuarenta y visiones de sí misma entre todas las mujeres. Reescritura sublime de los cuentos de hadas y su aderezo misógino, Transformaciones (1971) instaura una nueva galería de espejos en la que mirarnos nosotras, todas. Las convenciones sociales son satirizadas, pero Sexton es astuta: cuando describe el baile de Cenicienta como "un mercado matrimonial" no parece usar la ironía, sino mostrar un hecho. Mostrar. No decir. Misión de poetas.

Tampoco la muerte tuvo rito. Sexton se suicidó como quien lo tiene anotado en la agenda. Bellísima mezcla de rebelión y dominio, Anne Sexton simboliza la "ferocidad de la hembra" que ella misma enunció, criatura rota y autocreada que sitúa la imaginación más allá de la razón y, por tanto, de la locura. Debe de haber algún modo de parar la vida, un método menos rudimentario que la muerte: la poesía. La muerte no destruye.

La destrucción es el tiempo.

LA FURIA DE LAS TORMENTAS



La lluvia tamborilea como hormigas rojas,
rebotando cada una en mi ventana.
Esas hormigas tienen mucho dolor
y gritan mientras golpean,
como si sus pequeñas patas sólo estuvieran
cosidas y sus cabezas encoladas.
Y oh, traen a la mente la tumba,
tan humilde, tan deseosa de ser fustigada
con su desagradable letrero y
el cuerpo tumbado bajo la tierra
sin un paraguas.
La depresión es aburrida, creo,
y sería mejor hacer
una sopa y alumbrar la cueva.