Image: Mi séquito silencioso

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Poesía

Mi séquito silencioso

Charles Simic

3 octubre, 2014 02:00

Charles Simic. Foto: Madero Cubero

Traducción de Antonio Albors. Vaso Roto. Madrid, 2014. 250 páginas, 16 euros

Charles Simic nació en Belgrado en 1938. A edad temprana emigró con su familia a París. A los dieciséis años se afincó en EE. UU. De aquella vida nómada aparecen en su obra algunas líneas de humor benévolo. Luego fue policía militar en una pequeña localidad francesa y lector entusiasta de Emily Dickinson. Ha dicho que aprendió de Octavio Paz, César Vallejo y Pablo Neruda. Obtuvo los principales galardones de literatura en lengua inglesa. Incluido el Premio Pulitzer, que ganó con los poemas en prosa de El mundo no se acaba. Autor laureado por el Congreso de Estados Unidos, su libro de memorias (Una mosca en la sopa) y una parte de sus versos han sido editados en España con expectativa creciente. La labor difusora de Jordi Doce ha contribuido al prestigio del poeta.

Mi séquito silencioso, publicado en versión bilingüe, traducido por Antonio Albors, se divide en cuatro secciones. Pronto percibimos que Charles Simic conserva la sobriedad de sus inicios minimalistas y ha ampliado los modos de expresarse. En su escritura caben ahora materias muy variadas. Sus pensamientos ante los árboles inclinados de un cementerio, el grillo del insomnio encerrado en una cajita, los sucesos anodinos de una granja o la angustia del traductor que mira unos arbustos nevados son los protagonistas de sus poemas.

Como en los cuadros de Edward Hopper y en las páginas de Wislawa Szymborska, las personas de poco relieve social ocupan el centro de las meditaciones de Simic. Sin un adarme de paternalismo en los retratos, resalta los sueños de dos jóvenes autoestopistas, el asombro de unas niñas que contemplan las esferas de los relojes, el trajín de un vendedor de baratijas, el desfile de fantasmas ante unas casas de empeño en llamas. Parecida compasión discreta utiliza cuando se refiere a los animales (oruga, perro, vaca, chinche, rata) u objetos humildes (silla, cubo, grifo). Con frecuencia, las imágenes nos transmiten un soplo de ironía bondadosa. Pero tampoco faltan ejemplos de sorna surrealista, especialmente en "Festín de medianoche", "Especies y paisajes fabulosos", "Los escritos sobre hermética y alquimia de Paracelso". Intuimos que Franz Kafka habría firmado con gusto el texto "Alarma". Y, cubriéndolo todo, la neurosis de un continente. Así define a América: "Eres un ángel de piedra en el cementerio / escuchando a los gansos en el cielo / con tus ojos cegados por la nieve".

¿Qué escenarios elige Charles Simic para sus versos? A menudo los barrios pobres de la ciudad, con columpios, motas de polvo, ascensores crujientes, cortinas rotas. Menciona los cines que "aún proyectan las borrosas películas de mi vida". La naturaleza exhibe facultades humanas; hay disputas de árboles, "un roble medio loco" y estrellas culpables. El vecindario vigila y apunta ausencias misteriosas. En la composición "Tienda de ropa usada", el cliente queda controlado por torres de pantalones y sombreros de hombres muertos. Sin embargo, este conjunto desapacible no nos deja impresiones de un mundo aciago. El poeta posee el don especial de conseguir que lo aparentemente desdichado sea ligero. A veces traza una linde imprecisa entre situaciones y sentimientos. Él lo explica con burla suave: "El sol no se ocupa de las ambigüedades, / pero yo sí. Abro mi puerta y las dejo entrar".

Algunos gerundios incorrectos, en función de adjetivo, afean la traducción que, por lo demás, fluye con naturalidad, sin afectar gravemente a los muchos placeres que el libro contiene. Por ejemplo, el arte de calidad hecho con materiales modestos. Además, Charles Simic no pone trabas para que entendamos sus poemas. Su primer mandamiento literario es la transparencia expresiva. Los enigmas de la vida cotidiana son las únicas dificultades transmitidas por sus palabras. En resumen, una obra importante, necesaria para ahondar en el conocimiento de una voz destacada de la poesía norteamericana actual.

El papel del insomnio en la historia

Los tiranos nunca duermen:
un apenado, severo
e imperturbable ojo
observa la noche.

La mente es un palacio
de paredes con espejos.
La mente es una iglesia en el campo
invadida de ratones.

Cuando llega el amanecer,
los santos se arrodillan,
los tiranos alimentan sus perros
con pedazos de carne cruda.