En un tranvía español
D.H. Lawrence
18 septiembre, 2015 02:00D.H. Lawrence. Foto: Archivo
Muy conocido por algunas de sus novelas, como El arco iris, Mujeres enamoradas o El amante de Lady Chatterley, D. H. Lawrence (Eastwood, Inglaterra, 1885-Vence, Francia, 1930), no lo es tanto, al menos en nuestro ámbito, como autor de obras dramáticas, de crítico y de varios libros de poemas, y añádase que también fue pintor. Poeta nada desdeñable, pues hasta el exigente -quizá algo menos con la literatura en inglés- Harold Bloom lo incluyó en su El canon occidental. Así que no cabe más que congratularse por esta edición, aumentada de la titulada Poemas en 1999 y debida al mismo traductor, autor también de una introducción que sitúa al lector en excelentes condiciones para acceder a estos versos.Lawrence se inició como poeta en el estilo denominado georgiano, secuela del Romanticismo, estética ya avejentada y, como espíritu poco dado a acomodarse -"Qué animal es el burgués" dice uno de sus versos-, pronto lo dejó atrás y la influencia de Walt Whitman y, por otro lado, del imaginismo, propiciado por Ezra Pound, le pusieron al alcance unas formas modernas que lo hacen contemporáneo. Formas que son las de su pensamiento, donde el sexo ocupa un lugar central -lo que, como en sus novelas, lo enfrentó a la censura-, la muerte no es el fin -véase su "Fénix"-, existe un mundo perdido por reconquistar, un Jardín de las Hespérides, en fin "otro universo, el del corazón del hombre,/ del que nada sabemos y no nos atrevemos a explorar". Pero él sí.
"Danos dioses, oh dánoslos" comienza uno de sus poemas. No son pocos los que aparecen en sus versos, los de la mitología clásica, el cristiano, Astarté, dioses egipcios, amerindios, vestigios de otra existencia superior arruinada por la ciencia y la civilización: "Oh, cuando Mercurio vino a Londres/ le 'quitaron sus atributos'". Lawrence soñó posible otra vida más allá de la industrialización y el puritanismo y en sus poemas dejó testimonio de ello.