Archivo Dickinson
María Negroni
15 febrero, 2019 01:00Retrato de Emily Dickinson en su juventud
Cuando en el segundo de los poemas incluidos en Archivo Dickinson se lee "Toda la vida quise que el yo estuviera ausente", basta eso para saber que María Negroni (Rosario, Argentina, 1951) inserta su escritura en una corriente que tiene como punto de arranque a Stéphane Mallarmé y su ideal de la impersonalización del poeta, lo que ha dado en la poesía contemporánea, y en la literatura en general, lo mejor de ella. Borrarse para dejar hablar al lenguaje. No es esta una cuestión que ataña sólo a la poesía, sino que tiene una dimensión política y ética: la difuminación del yo en la escritura significa también la puesta en crisis de la ideología del individualismo.Negroni es autora de libros de poesía, novelas y ensayos, todos ellos excelentes y, entre sus trabajos, hay también traducciones -y para lo que ahora importa- de algunos poemas de Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts, 1830-1866), la poeta norteamericana casi clandestina - apenas publicó en vida una docena de poemas de los 1789 que escribió- de la que el exigente Harold Bloom dejó escrito que "exceptuando a Shakespeare, manifiesta más originalidad cognitiva que ningún otro poeta occidental desde Dante". Como cuenta Negroni en la nota preliminar, trabajando sobre los versos de aquélla escribió un poema, publicado en Arte y fuga (2004), en el que transcribió unas pocas palabras de Dickinson y continuó: "¿y eso qué es? / las palabras / que más usaba Emily Dickinson".
Años después, como respondiendo a esa propuesta poética, el mundo académico puso a disposición de los investigadores el lexicón de la poeta de Amherst y es de ahí, de esa colección de palabras, de donde sur- gen los poemas de Archivo Dickinson, que es así un desarrollo del poema mencionado. Es decir, Negroni impuso una restricción a la composición de sus nuevos poemas: reescribir a Dickinson, y reescribirla para decir algo que habría de ser necesariamente diferente a la vez que lo mismo, en cuanto que son las mismas palabras. Escribir como un juego que revela una vez más la seriedad del juego, ya puesta de relieve por Johan Huizinga, quien señaló que el estado de ánimo que le corresponde a tal actividad es "el arrebato, el entusiasmo, ya sea de tipo sagrado o puramente festivo" y refrendada, entre otros, por Hans-Georg Gadamer en Verdad y método, donde escribió que en el juego se manifiesta nada menos que la esencia del arte, en él se dice la verdad del ser. Así pues, juego en el que alienta la máxima seriedad.
El proyecto de María Negroni hace recordar el de otros escritores y artistas que han impuesto restricciones a su creatividad. Estoy pensando en los trabajos del Ouvroir de Littérature Potentielle -ejemplo muy conocido es la no utilización de la letra e en la novela El secuestro de Georges Perec- o las reescrituras de textos de Jorge Luis Borges por parte de Agustín Fernández Mallo en su El hacedor de Borges o en El Aleph engordado de Pablo Katchadjian, uno y otro, ay, judicializados -¿qué tendrá que ver la justicia con la literatura?- y retirados de la circulación. Y hay que decir que estos dos últimos ejemplos no reinscriben las palabras de Borges en vano, sino con conocimiento de causa. Además del caso de Pierre Menard, que reescribió, sin pretenderlo, varios capítulos del Quijote, está el personaje del relato borgiano "Utopía de un hombre que está cansado", quien dice: "Ya no nos quedan más que citas. La lengua es un sistema de citas."
Archivo Dickinson es, se diría, una respuesta a tal afirmación. Todo en este libro excelente, palabra por palabra, es cita. Y, siéndolo, el resultado es un texto nuevo, un texto diferente que lleva inscrito en él el origen al que remite y de toda originalidad, aunque pueda parecer a algunos paradójico.
Si de la poesía de Dickinson se puede afirmar que es sublime, nada distinto sucede en la escritura de Negroni. En último término su escritura en este libro viene a ser de la una médium a través de la cual aquélla toma de nuevo la palabra para iluminar la búsqueda. La búsqueda de otro mundo, de otra realidad, una que, al fin, no vive más que en el pensamiento y las palabras.
Cuando se lee "Nada como una música que no se puede tocar" se está diciendo cómo, más allá del mundo, de los sentimientos, de lo pensable, la finitud de todo ello se abre al afuera de sus límites. El poema "Cobardías" lo expresa así: "'Huye en el lugar. Invéntate fábulas', dice el lenguaje". Quien habla no es Negroni, no es el yo poético, es nada menos que el lenguaje y su invitación no es a huir del lugar en el que se está, sino a huir en él, a sumergirse en las palabras para darle sentido a la vida, al ser.
Esa búsqueda se resuelve en ver las cosas como palabras: "A veces cae una mota de sangre y veo, sobre la nieve, lo que comienza con la palabra amor, con la palabra adiós" o en el jardín los "mirlos, jilgueros, colibríes que iban, en plena ebullición, de una vocal a otra, leyendo, en medio del caos, la semilla honda", nos presenta unas aves que no van de rama en rama, como el lector esperaría, sino de vocal en vocal y, consecuentemente, su canto no es sino un ejercicio de lectura. Y es que la mirada de la poeta lo transmuta todo, el mundo es lenguaje y a la inversa en un decir de tropos que desconciertan en la lectura tanto como maravillan: "Mi vida es esta biblioteca de tramas no visibles", donde si en un primer momento parece que se apunta a la legibilidad de la propia vida, según un tópico tradicional, inmediatamente la magia poética desvanece esa ilusión. Los libros, en contra de lo que se espera de ellos, no ofrecen más que la invisibilidad.
El modo en que Negroni utiliza el lenguaje, muy deudor de los usos que ha leído en Dickinson, responde con fidelidad a lo que se expresa en el poema "Poética": "Que los labios alarguen el hilo del sentido". Ese proyecto, una aventura por la selva de las palabras, va más allá de lo que tantas veces se atribuye al lenguaje y a la literatura, el ser representación; no, el poema ha de alargar el sentido, extenderlo gracias al poder taumatúrgico que encierra, a su capacidad para realizar prodigios, a la eutrapelia o tropelía en cuanto "arte mágica que muda las apariencias de las cosas". De las cosas, sí, y habría que añadir de las palabras. Y es por ello por lo que Negroni puede escribir "Parada en el centro de la palabra templum", donde el nombre del lugar en el que habita lo sagrado se hace espacio en el que estar.
Este Archivo Dickinson, del que ofrecemos tres breves textos, es un libro excepcional que lleva al lector de sorpresa en sorpresa, arrastrado por las palabras, esas que "tropiezan, dejan estelas huecas", se hunde en esa expansión del sentido, siempre huidizo, que cada uno de los poemas propone, y reproduce, a su modo, con singular acierto, la búsqueda de Dickinson, la de María Negroni, en una fusión poética ilimitada.
Entierro
Me pondrán, seguramente, al fondo del jardín, donde yace la noche, animal espléndido. Alguien pronunciará mi nombre, como si mi nombre fuera yo, que me habré ido de mi ser a un fue -o tal vez a un habría- en páginas sin fechas, sin lugar, como si el mundo -ahora- perteneciera al orden de las palabras sin boca.Epístola
Querido Pájaro de Agua,¿Estás mudando otra vez, resucitado el cadáver del deseo que no quiere morir? ¿O habrás cedido a la quietud, esa aventura espeluznante? Te lo pregunta un corazón tan serio que se volvió irreal. Te iré a buscar allí donde me asaltan dudas, augurios que no fueron, sombras que me comen el ser, desabridas. Quién sabe si, al final, me espera alguna música para no ser escuchada. La insolvencia es un fervor desnudo, escribe un cuaderno sin páginas.