Poemas escogidos de Joan Margarit
Una semana antes de recoger el Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía, el más importante en su categoría, Joan Margarit vuelve a ser encumbrado al podio de los escritores en lengua española con el Premio Cervantes. El autor leridano, que cultiva su poesía tanto en catalán como en castellano, suma este nuevo premio a la larga lista de reconocimientos recibidos a lo largo de su larga trayectoria. A continuación puede leer una selección de sus poemas, comenzando por el que ha leído el ministro de Cultura, José Guirao, al anunciar el fallo del galardón.
No tires las cartas de amor
Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
-esta flecha de sombra-
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.
De Aguafuertes (Renacimiento, 1998)
Dies d’abril
El que sento en el meu silenci d’ara
són els cants dels ocells d’aquella primavera
pendents de convertir en llàgrimes el cant.
Els ocells i el taüt, des de llavors,
no podré separar-los ja mai més.
Ara em nodreix nomes la intel·ligència,
que prefereix l’hivern amb les basses gelades,
les cares grises i suaus pel fred.
Els camps que semblen morts, avets que callen
pels anys que ja portem sense Nadal,
perquè encara seria molt més trist
cantar aquelles cançons nosaltres sols.
El pensament, desconjuntat pel sexe
i per la fosca de la passió,
no ha trobat pau fins a la senectut.
És la impotència la que ens socorre.
La que, fent impossible ja el futur,
salva aquest breu present, dignifica l’ahir.
Días de abril
Los pájaros de aquella primavera
es lo que escucho ahora en mi silencio,
pendientes de cambiar cantos por lágrimas.
El ataúd y el canto de los pájaros
no puedo separarlos desde entonces.
Sólo me nutre ya la inteligencia,
que prefiere el invierno con sus charcos helados,
caras grises y suaves por el frío.
Los campos que parecen estar muertos,
los abetos que callan por los años
que han transcurrido ya sin Navidad,
porque sería aún mucho más triste
cantar nosotros solos las canciones.
El pensamiento, al que descoyuntaron
la oscuridad de la pasión y el sexo,
no ha encontrado la paz hasta la senectud.
Es la impotencia la que nos socorre.
La que, haciendo imposible ya el futuro,
salva el breve presente, dignifica el ayer.
Últimos ecos
Terminada la guerra,
el saco familiar de historias tristes
se abría en cada casa: personajes
que para aquellos niños fueron sólo
un nombre, un dolor vago en los retratos
explicados en tardes de domingo
sin luz eléctrica, que se morían
oscurecidas como un gran desván.
Nuestra alegría se desparramaba
por todos los solares, con silbidos
que en el crepúsculo se oían
mezclándose al llamado de las madres.
Vuelvo a la Escuela Nacional de Niños,
puedo oír, en la calle sin aceras,
el recreo en mitad de la mañana,
el griterío y las rodillas sucias
tras pelotas de trapos y cordeles.
La calle polvorienta donde estuvo
con su estucado gris y sus dos aulas,
sin ningún patio ni jardín, mi escuela.
Pero, de aquellos días queda, apenas,
el frío anochecer
que mi padre traía en el abrigo,
miedos nocturnos, tardes
de juegos en lejanas azoteas.
Y la sombra de inviernos ferroviarios,
cuando al alba mi madre iba alejándose
por una calle oscura y solitaria
con mi hermana cogida de la mano:
la maestra y su niña hacia la escuela,
tapadas con bufandas bajo el frío.
La infancia transcurría sin pasado:
cometas de papel en la alta tarde
y canicas debajo de los muebles
y aburrimiento de calcomanías
en los días más fríos y lluviosos.
Mi madre, con mi hermana, ya se alejan
en un tren sin paradas que recorre
las soledades de mi propio invierno.
De Crónica (1975)
El buscador de orquídeas
No había en casa libros adecuados
para el desasosiego adolescente.
Los de urbanismo eran aburridos
y Cataluña, pueblo desdichado
me parecía un título muy triste.
Cogí el Mein Kampf, un breve libro negro
que tomé por profundo. Así empecé
por el lugar más sucio de la literatura.
Las palabras de Hitler, tan vulgares,
eran un pozo negro.
No lo he olvidado, pese a que no lo recuerdo.
Me di de bruces con la realidad.
Fue allí donde empezó la poesía,
difícil y sin falsas esperanzas.
He hecho siempre como el jabalí,
que busca y, delicado, escoge y come
el bulbo -conocido como el orquis–
de la orquídea.
De Casa de misericordia (Visor, 2007)
Nuestro tiempo
Cuando nos dimos cuenta, ya estaba en las ventanas,
como para quedarse. Pero ahora
nada nos ilumina sino esa vaga niebla.
A veces, una luz desgarradora.
El nuestro fue otro tiempo mucho más inocente:
Todavía en las obras celebrábamos
cuando, sin accidentes, la estructura
Llegaba a lo más alto y se cubrían aguas.
Vivíamos en calles
a las que les sentaba bien un nombre
Como el de las Camelias.
Entre las azoteas, cada noche
se encendían las luces
del ático de nuestra juventud.
Entre las voces suaves y lejanas,
alguna vez, se oye un grito de pánico.
Pero una herida
Es también un lugar donde vivir.
De Un asombroso invierno (Visor, 2017)
Autorretrato con mar
Aquel niño callado. Juega solo.
Permanece detrás de estos ojos de viejo,
resiste la embestida brutal del mediodía
oyendo los confusos versículos del mar
y el grito de los cuerpos desnudos y oxidados
al entrar en las aguas transparentes y frías
de la playa de piedras. Avergonzado, corre
de un escondite a otro de los cuentos.
Duerme dentro de mí, desvalida criatura:
duerme dentro de mí, una noche de reyes,
donde en silencio vuelan las escobas
y los lobos dejaron sus huellas en la nieve.
Afuera brilla un cielo lleno de albaricoques,
y el mar azul oscuro de ciruelas
se deshace en los negros cuchillos de las rocas.
El verano de alcohol frío en los ojos
me hace sentir mi vida como la pulpa oscura
y dorada de un fruto que se pudre
alrededor del hueso del recuerdo.
Dentro de mí ocúltate, desvalida criatura.
Dentro de mí protégete de la cruel claridad.
Recita la leyenda que habla del niño gris
y de la miserable bicicleta
montada por el triste ciclista del suburbio.
Te busca y está cerca. Pedalea hacia aquí.
(De Cálculo de estructuras, 2005)
Un pobre instante
La muerte no es más que esto: el dormitorio,
la luminosa tarde en la ventana,
y este radiocasete en la mesita
-tan apagado como tu corazón-
con todas tus canciones cantadas para siempre.
Tu último suspiro sigue dentro de mí
todavía en suspenso: no dejo que termine.
¿Sabes cuál es, Joana, el próximo concierto?
¿Oyes cómo en el patio de la escuela
están jugando los niños?
¿Sabes, al acabar la tarde,
cómo será esta noche,
noche de primavera? Vendrá gente.
La casa encenderá todas sus luces.
(De Joana, 2002)
Lectura
Penetro en otras vidas.
Llevo días leyendo, pero ahora
alzo los ojos porque me doy cuenta
de que apenas sé nada de quien escribió el libro.
Me avergüenza no conocer
más que su lucidez. Toda supervivencia
es esta especie de conversación
silenciosa y sin tiempo. Es algo aterrador
y ocurre en el abismo de la mente,
un frío cielo azul en el que el amor es
la única forma de posteridad.
(De No estaba lejos, no era difícil, 2010)