Opinión

El Madrid de Juan Ramón

Los Alucinados

17 octubre, 1999 02:00

Vestido siempre de señorito de provincias, árabe oxfordiano y metafísico de lecturas inglesas, no frecuenta la mala hierba de Baroja

Juan Ramón Jiménez, el modernista en burro, se viene a Madrid por una postal que le pone el pobre Paco Villaespesa, postal que firma también Rubén Darío, padre del modernismo americano, apeado en Madrid con sus baúles de tesorería lírica. Juan Ramón, en Madrid, vestido siempre de señorito de provincias, árabe oxfordiano y metafísico de lecturas inglesas, no frecuenta la mala hierba de Baroja ni la bohemia intelectual y política, entre dos luces, de Valle Inclán, sino que descubre un Madrid clínico, de sanatorios e institucionistas, donde convalecen sus ninfas y otras almas de violeta.

Madrid posible e imposible, La colina de los chopos, un Madrid norteño y limpio que nadie ha pisado en la literatura española (no está en Solana ni en Cela ni en Ruano). El doctor Simarro se lleva a JRJ de la mano, o mejor del guante, que no se quitaba nunca, por ese Madrid aseado, higiénico, que es el del institucionismo, la Residencia de Estudiantes y la tabla de multiplicar de Krause, un mediocre filósofo alemán que los de los Ríos adoptaron más por razones saludables, higiénicas, que por profundidades de pensamiento. Juan Ramón escribe sobre la Puerta de Alcalá y los Nortes de la ciudad, azules y fríos, con una respiración nueva que no había conocido "por los hondos caminos del estío, colgados de tiernas madreselvas" y con olor al estiércol de Platero.
No fascina a Juan Ramón el verlenianismo verdulero de Lavapiés ni el realismo barojiano de pies sin lavar, que era lo que pisaban los del 98 y Gómez Carrillo, como maculando unas flores del mal con botijo y cotorra, de oficio sastras. No le fascina sino que le da como un cierto asco de metafísico inglés, ya digo, y de ello deja constancia con sus primeras caricaturas líricas, que se remontan a Bécquer y llegan hasta el citado Villaespesa. El poeta provinciano no respeta a nadie, les saca la piel a todos los osos literarios de la Corte del Madroño, y en estas prosas asoma ya, ni ninfea ni violeta, una crueldad innata y sutilísima, virtuosa, que llevaría al Juan Ramón final a machacar con el talón los hermosos cangrejos de Puerto Rico, histérico de sí mismo, como siempre.

Jorge Urrutia ha estudiado bien a aquel JRJ de los cincuenta, con Zenobia enferma de cáncer y de Nobel, todavía convaleciente de Tagore, pero nosotros visitábamos al Andaluz ya mayúsculo, mas todavía no universal, en los cafés elegantes de Madrid, donde se veía con Rubén, y ambos estaban de acuerdo en que había que salvarse de la bohemia, pero Juan Ramón estaba tan salvado que cogía los picaportes con un pañuelo y luego se echaba colonia por todas partes. Es un modernista enamorado de la Puerta de Alcalá, o sea un neoclasicista interior, y descubre que, cuando cierran el Retiro, por la noche, la luna se queda dentro, como una cortesana pálida y sin suerte.

En la colina de los chopos hay un mendigo solitario, digno, fijo, que le mira siempre extrañamente, al poeta.
Incluso a través de los cristales y los muros de la Residencia, Juan Ramón recibe la mirada fría del mendigo, y se le ocurre que aquel hombre tiene obsesiones, neurastenias, fantasías. Lo único que no se le ocurre es lo más sencillo: que el mendigo tiene hambre.

Juan Ramón, es decir, carece del más mínimo sentido social, y esto sólo le despertaría muchos años más tarde, en América, en contacto con los exiliados de la guerra civil. Una vez, en su Madrid posible o imposible, unos obreros con fusiles le obligaron a reír patéticamente porque buscaban a uno que se le parecía y le faltaba un diente. "No eres tú, perdona". Es cuando el poeta le dice a Zenobia que ha llegado el momento de huir a América. Y se van para siempre. Así continuaría las caricaturas líricas y crudelísimas de los escritores de la época, haciendo las de los americanos o residentes, exiliados o muertos: Españoles de tres mundos, una extraña y gloriosa amalgama de Quevedo y Rubén, más los límites infernales de la crueldad juanramoniana, que va de los bohemios a los cangrejos, deteniéndose sólo ante el mirlo o la luna.

Eligió un Madrid aparte, respiratorio y señor, lejos de las auroras rojas de Baroja y de los renacentismos municipales de Rubén. Buscaba algo más puro, más solo, más suyo, y lo encontró. Madrid posible que el mendigo abstraído le hacía imposible. Detrás de cada chopo podías encontrarte al mendigo recitando a Krause.
Del institucionismo ya se había burlado Lorca: Fernando de los Ríos,/ Fernando de los Ríos,/ barbas de santo./ Besteiro es elegante,/ pero no tanto.

Los hombres del 98 y los del 27 mantienen una actitud respetuosa y marginal respecto de los institucionistas. Quiero decir que son algo así como los golfos de la Institución Libre de Enseñanza, unos marginales artistas y creadores que se apuntan a esa respuesta a la España sagastacanovista, pero no cumplen con los sacramentos de esta religión laica y Krause le debe parecer un señor grave, moralista en alemán, que los socialistas/institucionistas les han dado a leer olvidándose de traducirlo primero al castellano. Julián Besteiro, el dandy de la casa, ironizado en verso por García Lorca, moriría de diarrea en una cárcel franquista, después de haber entregado ingenuamente Madrid. El institucionismo de Juan Ramón es menos ético que estético. Su afán personal y generacional de pureza, elevación, elección (el Madrid que elige y que ya hemos dicho), acabarían dando una poesía del Yo, un misticismo personal más que social, un "animal de fondo" que se ve a sí mismo como "niñodiós". El institucionismo, en Juan Ramón, no se pierde, como en otros, o se transforma en republicanismo duro, sino que viene a dar en dandismo lírico y, ahora sí, Andalucismo Universal. Uno diría que el Juan Ramón de Madrid, el Madrid de Juan Ramón, nos sitúa en uno de los momentos más interesantes del poeta, pues de ahí arranca el cosmopolitismo de la pareja (Zenobia es una voluntad en acto, pero el acto y el actor es el poeta). Andalucía queda definitivamente lejos para JRJ, que siempre añora "mi español andaluz, el español de mi madre", pero sólo eso.

El poeta y los mares, los grandes poemas cósmicos, Espacio, La estación total, el citado Animal de fondo, están ya en la elipse máxima de Eliot, Whitman, Neruda, "el gran mal poeta" (a él le había definido Guillén como "el mayor poeta cursi de España"), y Ezra Pound, quien canta a Nueva York como "mi doncella sin pechos" (el Nueva York de Juan Ramón es "el marimacho de las uñas sucias"). En aquel Madrid de los altos del Hipódromo habíase iniciado JRJ en la poesía de la gran ciudad, ese descubrimiento de Baudelaire. Ya no Modernismo, sino modernidad.