Image: Europa: el ideal y la realidad

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Opinión

Europa: el ideal y la realidad

por Germán Gullón

17 febrero, 2005 01:00

Pepe Cobo abre galería en Madrid y lo hace con Feminae, una evocación a la figura de la mujer en el arte. En la imagen, Akt Mit Salamandern, de Polke

La historia del mundo gira sobre el alternante dominio de las creencias basadas en la fe y lo constatable en la realidad por la razón y la experiencia. El relato bíblico de la creación del hombre contrasta con las teorías de la evolución. Unos cristianos escogen el origen bíblico y otros prefieren asumir lo constatado por la ciencia. Lo mismo sucede con la idea de Europa. Una parte de los políticos piden que validemos un concepto relativamente reciente de Europa, cuando vamos a votar la constitución, mientras la otra mitad duda, porque la evidencia resulta compleja.

Aún más, el concepto de qué es Europa resulta debatible. Una lectura del texto de la Constitución apenas resuelve el dilema. Revela que la base espiritual de la UE reside menos en su europeidad que en la circunscripción y defensa de un espacio democrático, regido por un un estado de derecho con un marco legal común. En el capítulo dedicado a la cultura se habla de "la conservación y protección del patrimonio cultural de importancia europea" (art. III-280). Cuál sea ese patrimonio no se especifica.

El concepto de la defensa del patrimonio data de un tiempo reciente, de los revolucionarios franceses, que en 1790 decidieron preservar el patrimonio de la nobleza, el arte, sus libros, en vez de sus cabezas. Cuando los bienes de la monarquía pasaron al dominio del pueblo, se crearía un espacio público. Esta es la Europa, pienso yo, más próxima a la de la Constitución. Digo que cercana, porque la Europa definida por la magna carta constituye un estado de derecho, regido por unas leyes válidas en todos los países componentes del mismo. En otras palabras, la Europa de la Constitución es la Europa democrática, originada en la Revolución francesa y en la Ilustración, de donde emanaron los derechos universales del hombre.

Pero en realidad eso, reitero, no corresponde con el concepto clásico de Europa, que reside en sus raíces judeo-cristianas, o mejor dicho en la preponderancia de las acciones históricas en que el cristianismo ha sido el eje y el factor decisivo de su actuación, nuestra reconquista, las cruzadas medievales, las guerras religiosas, la reforma protestante y la contrarreforma católica, las luchas contra el Imperio Otomano, la colonización de América, etcétera. Luego la Ilustración cambiaría el signo de ese europeismo cristiano, dándole un contenido laico.

Todo este patrimonio cristiano confiere a Europa una unidad psíquica, que no física, porque las fronteras y su mapa cambian constantemente, susceptibles de ser manipuladas, y produce innumerables paradojas. Menciono una: Turquía aspira a ser miembro de la UE estando lejos de Europa psíquicamente y económicamente, mientras Noruega que está cerca, permanece fuera de ella.

El concepto de Europa clásico además del cristianismo y de la Ilustración conlleva un componente esencial, olvidado con frecuencia, el puesto central en ambos de un concepto del hombre como individuo responsable de sus acciones, que proviene de la tradición humanista griega. Y que viene acompañado de unos valores dignos de preservar, el respeto a la vida, el respeto a la opinión ajena, aunque sea diferente a la nuestra, la solidaridad con el prójimo y el amor a nuestros seres queridos. En las culturas islámicas y otras no europeas, todos esos valores conocen una aprecio distinto, por ejemplo, la familia en muchos casos tiene un poder superior al del individuo. La mujer también ocupa una posición social inaceptable en el entorno español. Y en este aspecto, el concepto de Europa tradicional choca y distorsiona la integración de personas de diferentes culturas y religiones. No tanto la cultura laica frente a la religiosa, sino algo más esencial: la autonomía de la persona, del individuo frente al grupo. La Europa propuesta por la Constitución presenta un cuadro legal de integración, de respeto a la ley, fundada en los derechos individuales del hombre.

Desafortunamente, el hombre individual, cuya fuerza moral basamos en la capacidad de tomar decisiones propias, canjea y despilfarra con demasiada frecuencia la responsalbilidad individual y se convierte en el hombre consumidor, entregado a las fuerzas del mercado. Hasta 1990, los ciudadanos occidentales tenían un enemigo común, el bloque comunista, utilizado por las democracias occidentales como referencia. Una vez desaparecido ese frente lo sustituimos por uno mucho menos consistente, el proveido por el modelo americano de la sociedad del consumo. El ciudadano debe entender que su europeismo depende de sus derechos y no de un mercado abierto, la Europa preferida por los ingleses.

Las personas alertas apuntan a cuestiones que preocupan al ciudadano común, porque siembran dudas y socaban su confianza en Europa. Enumero algunos aspectos relevantes: la falta de una cultura europea, de una lengua europea, la carencia de una literatura europea, fuera de las raíces en las letras latinas y griegas clásicas, cuyo estudio desapareció del curriculum escolar de numerosos países. Tampoco poseemos un mapa propiamente europeo, ni una imagen o símbolo que la represente, el más antiguo, la violación de Europa, de la semidiosa Europa raptada por Zeus con forma de toro blanco, conoce alguna vigencia entre las gentes de la cultura. Y el aspecto más preocupante, carecemos de una zona común de debate público, un periódico, una televisión, donde los asuntos europeos fueran protagonistas del debate.

La Europa concebida por los políticos es pragmática, una democracia moderna abierta al comercio, mientras la visión clásica manifiesta sus raíces culturales, las del individuo como clave de la humanidad. La Europa real del ciudadano refleja a las claras el dilema. Existe la legalidad democrática, pero el individuo vive con temor a un porvenir social construido con valores ajenos a su traición cultural. El salto de una Europa a otra exige una fuerte creencia en el futuro, porque la democrática está llena de heridas, desde los campos de concentración hasta Guernica y el muro de Berlín, que desde luego todos rechazamos, y no queremos que la confrontación de culturas y religiones añada otra más.

Para unos, la mezcla de Islam y Europa resulta explosiva, para otros el único camino posible a seguir. Hay quien resuelve la cuestión construyendo un puente, extendiendo la mano de bienvenida a los extranjeros. Sin embargo, la existencia de una constitución europea emana de la necesidad percibida por los ciudadanos de la UE de preservar la identidad europea, imperfecta o asimétrica en muchos aspectos, pero con fuertes raíces que se hunden en la tradición cultural judeo-cristiana. La invitación a los inmigrantes para integrarse en las sociedades continentales incluye una condición inamovible: el respeto a la pluralidad europea. No deseamos una sociedad formada por un mosaico de gentes y culturas que luchen entre sí por alzarse con el poder. La constitución tiene que garantizar la legitimidad y permanencia de la cultura que identifica Europa con la libertad.