Image: Verne. Un astronauta de sofá

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Opinión

Verne. Un astronauta de sofá

por Herbert Lottman

24 marzo, 2005 01:00

Con motivo del premio Julio González que otorga el IVAM, el Centro de Arte Valenciano muestra 27 piezas del artista galardonado en 2004: Robert Rauschenberg. Obras, todas las expuestas, de la serie Gluts, como esta Tabasco Glut (Neapolitan), 1987

En la época en la que llevaba a cabo las investigaciones para escribir mi biografía de Julio Verne, tomaba el tren una o dos veces por semana para consultar los archivos de la casa de Verne en Amiens, una insulsa ciudad del noreste francés donde no ha ocurrido gran cosa desde que en el siglo XIII sus ciudadanos erigieran la mayor catedral de Francia. La ciudad de Amiens no tiene ningún encanto; no tiene ni bosques vírgenes ni volcanes, ni piratas ni salvajes. A uno no le queda más remedio que dejarse llevar por su propia imaginación, o convertirse en escritor.

Después de investigar a fondo, descubrí que la única vez que el señor Verne hizo una visita a un país lejano -un crucero a Nueva York-, pasó allí sólo una semana, privándose por ello a sí mismo de la oportunidad de explorar el país y conocer a la gente sobre la que tan a menudo escribiría. En lugar de ello, ni siquiera se dedicó a fondo al estado de Nueva York, donde aún vivía y escribía su escritor de aventuras favorito, James Fenimore Cooper (el estado de Nueva York aún conservaba en aquel entonces su lado salvaje y sus indios).

Pero no; Julio Verne crearía sus libros en un solitario estudio situado en lo más alto de una casa vulgar en un macabro boulevard de Amiens paralelo a las vías del ferrocarril; como mucho podría ver pasar los trenes que transportaban a pasajeros que tal vez tenían como destino último las tierras salvajes con las que el escritor tan sólo llegó a soñar. Yo pasé algunos momentos en ese estudio, deseando tan sólo que llegase la hora de tomar mi propio tren de regreso a París, al vivo París.

De cualquier modo descubrí la llave de la visión del mundo del escritor durante un viaje a Bretaña, esa accidentada provincia del noroeste de Francia que se arroja al Océano Atlántico del mismo modo que lo hace Galicia en el noroeste de España. Al principio la ciudad natal de Julio Verne, situada cerca de la desembocadura del gran río Loira, parece un lugar tranquilo. De pie ante la entrada de la casa familiar de los Verne, situada frente al puerto, debemos usar nuestra imaginación para evocar el Nantes del joven Jules, que creció cuando la orilla era un bosque de mástiles de barcos. En otro tiempo Nantes fue el primer puerto de Francia, la puerta de tierras inexploradas, de inimaginables riquezas. Los Verne pasaban sus veranos en una casa sobre una colina justo en el límite del centro de la ciudad, con vistas al puerto y los barcos. En ese lugar un niño podía soñar que también él navegaba. Quizás ahí comenzó todo.

Los globos ya existían y flotaban libremente. Pero uno debía ser capaz de hacerlos volar allá donde quisiera ir, cruzando un continente entero, si ello fuera necesario. El protagonista de Julio Verne, un científico, logró que su globo lo hiciera. Ocurrió en su primera novela, Cinco semanas en globo. Uno de los precursores de Verne, el norteamericano Edgar Allan Poe, había permitido que la fantasía dominase su propia historia de aterrizaje en la Luna y según él, uno supuestamente encontraría allí pequeñas criaturas lunares. Julio Verne, en esta novela y con posterioridad, se situaría siempre lo más cerca posible de la realidad.

El autor vivía el amanecer de la era científica; nuevas revistas habían sido creadas para describir lo que ya era conocido o lo que estaba a punto de serlo. Pero ningún científico podría competir con la imaginación de este hombre... Hoy leemos su novela De la Tierra a la Luna con incredulidad. ¿Fue verdaderamente publicada en 1865, metió Verne realmente a tres hombres en una cápsula espacial hecha de aluminio y logró que estos intrépidos pilotos superasen los problemas de gravedad y resistencia exactamente de la misma manera que los diseñadores de la nave espacial Apolo lo harían un siglo después? ¿Eligieron los aviadores de Verne realmente un lugar de lanzamiento en el estado de Florida, cerca de Cabo Cañaveral? ¿Y llegaron a la luna?

Sí a todas las preguntas: la memoria de Julio Verne es hoy homenajeada en el Centro Espacial Kennedy de Cabo Cañaveral... Por cierto que cuando los astronautas de Verne llegaron a la Luna no encontraron, de aquellas pequeñas criaturas lunares de las que hablaba Poe, ni una sola más de las que encontraron los astronautas de la nasa; sencillamente, porque lo que escribía Julio Verne no era fantasía...

Todo eso no fue mucho tiempo antes de que nuestro autor se embarcase en otra aventura que aún a día de hoy aturde a sus lectores. Hacía poco que había accedido al deseo de su editor de escribir una Geografía Ilustrada de Francia, un encargo tedioso, para el que ni se necesitaba (y ni siquiera era deseable) el uso de la imaginación. Y así fue, con un genuino suspiro de alivio, que se puso manos a la obra con su siguiente trabajo de anticipación científica, para "relajarse", como le explicó a su padre.

En Veinte mil leguas de viaje submarino Verne crea al enigmático capitán Nemo, alguien que no desea tener nada que ver con la superficie y sus gentes. Construyó un buque submarino que garantiza su tranquilidad, y su creador, Julio Verne, tuvo a su vez que crear la forma de que el buque pudiera navegar y fuese habitable durante largas distancias y por largos periodos de tiempo.

Pero el autor tuvo también que encontrar la manera de introducir a sus observadores en el -por otro lado impenetrable- submarino del capitán Nemo. Para lograrlo los incluyó en una misión oficial americana destinada a investigar indicios de la presencia de un monstruo marino; cuando creen haberlo descubierto atacan, pero sólo con la única intención de acercarse a la misteriosa nave de Nemo (movida por propulsión eléctrica, con ventanas para la observación de la vida submarina, y la capacidad también de navegar por la superficie del océano). Tremendos retos asaltan al submarino y son superados con ingeniosas soluciones, y muchos han observado que si bien en principio Julio Verne dirigió sus obras a adolescentes inteligentes, su éxito está en haber capturado una larga y siempre creciente lista de lectores adultos. Y eso sí que no maravilla.


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