Últimas tendencias en notas de suicidio
Gonzalo Torné
No sé si hay muchos estudios sobre las cartas o notas de despedida que escriben las personas decididas a suicidarse. Al fin y al cabo, se trata de una clase de escritura a medio camino entre lo privado y lo público que suscita unas cuantas dificultades de enfoque (por no adentrarnos en espinosas cuestiones de sensibilidad moral que podrían despertar otras tantas reticencias). No sé si nadie se ha tomado la molestia de estudiar, a partir de una muestra significativa, el estilo, la clase de destinatario... si existe alguna relación entre el tono y el éxito (o fracaso) posterior de la empresa, o con qué intención predominante están escritas: si para tranquilizar a los descendientes o para atormentarles... si están escritos como sedante o como una especie de dedo articulado para incordiar a la memoria al primer atisbo de distracción.Tampoco sé (y este también sería un dato de considerable interés) si alguien se ha preguntado en serio cuál es el destino de estas cartas. ¿Se conservan? ¿Se destruyen? ¿Se aprecia una inclinación dominante? Al fin y al cabo, las notas y los papeles son objetos frág iles, sencillos de deteriorar o de extraviar.
Lo que es indiscutible es que la Red proporciona un soporte más duradero a las "notas de despedida" digitales que suelen grabarse en video. Estos videos, además de colgarse en una red social y de poderse guardar en la memoria del ordenador, la tableta o el teléfono pueden, incluso, llegar a volverse virales: algo que está casi asegurado si, siguiendo las últimas tendencias, el video prosigue allí donde la mano no tenía otro remedio que detenerse: en el instante mismo de la muerte.
Otro cambio afecta a la "durabilidad". Facebook, tan propenso a cerrar cuentas cuando asoma un pezón, parece ser reticente a ocultar los perfiles de usuarios suicidas, y directamente hostil a cerrarla por indicación de los familiares, a veces directamente interpelados por las "videocartas" o las "videonotas", como la del padre que decidió segar su vida (y retransmitirlo en directo) en pleno banquete nupcial de su hija. De manera que el familiar que quiera (de manera consciente o como un movimiento de protección indeliberado) extraviar el documento y abandonar el círculo de reproche, amonestación o alivio planteado por el suicida (quizás para imponer su propio ritmo de luto) lo tiene ahora mucho más complicado.
La nota de suicidio también se socializa. Entre los parientes más cercanos a las que va dirigida y la masa anónima que verá una vez el vídeo, quizás a medias, y lo olvidará enseguida (o lo encuadrará en una coordenada despojada de emociones personales) se despliega toda una serie de conocidos intermedios (familiares de segundo orden, conocidos, amigos, vecinos...) que en papel difícilmente hubiesen tenido acceso al documento.
Entiendo que de alguna manera se replantea aquí el viejo problema de qué es más sugestiva (o que vale más) la imagen o la palabra. ¿Qué es más persuasivo: un texto o un vídeo? ¿Y persuasivo para qué? Al fin y al cabo todavía no tenemos claro cuál es impulso dominante en un suicida resuelto a explicarse: si tranquilizar o perturbar, si serenar o afianzarse en la memoria, o un complejo compuesto de ambas actitudes. Algunos problemas pasan de lo analógico a lo digital con su siniestra fascinación intacta.
@gonzalotorne