Imagen | El regreso del vinilo

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DarDos

El regreso del vinilo

Durante este año han subido las ventas de vinilos hasta niveles superiores a los años noventa. ¿Vuelve el elepé en plena fiebre del archivo digital? ¿Quién está detrás de este fenómeno? El escritor Manuel Vilas y el productor Julián Ruiz contrastan su experiencia

16 noviembre, 2018 01:00
Julián Ruiz
Productor discográfico y periodista

El vinilo, un muerto viviente

Sabía que el invento comercial de la Philips y Sony iba dinamizar la vida del Compact-Disc o CD y aceleraría la muerte de los ‘records’ o discos de vinilo. A los dos gigantes les interesaba sólo vender aparatos. La música les importaba muy poco. El CD iba a matar cualquier cosa que se moviera en el mundo analógico. Un crimen de lesa magnitud, porque digitalmente se puede copiar absolutamente todo. Con costes insignificantes. Ridículos.

Copiar un vinilo era mucho más difícil. Tenías que poseer una cinta analógica y que un diamante cortara cada surco de un acetato, que sería la ‘madre’ de lo que podía sonar en la aguja de un tocadiscos. Cara y caprichosa fabricación.

En su avaricia, hace ya treinta años, la industria discográfica se apresuró precipitadamente a acabar con la venta de vinilos, con sus maravillosas portadas, algunas puro arte. Sólo se contemplaba el saqueo al amante de la música, a través de las casi infinitas reediciones de los mejores álbumes de la historia.

Desde Sinatra a U2, pasando por los Beatles , los Rolling Stones o el mismísimo Von Karajan todos pasaban por las vías del nuevo formato. A veces ni se usaban las cintas analógicas originales. La desfachatez llegaba en muchos casos a obtener la fuente de un mismo vinilo.

Aquellos voraces fariseos de la industria se arrepentieron. En estos días, el CD va a desaparecer por la misma codicia de lanzar todos aquellos millones de álbumes en vinilo en formato de CD. Fue como saquear la cueva de Alí Babá. Vendieron que el CD tenía infinita más calidad que un vinilo analógico. Pura mentira. Como prevaricaban, lanzaron el Super Audio CD, el CD Midi, el CD Rom, etc.. En el colmo del paroxismo hasta el Vinyl Disc, un híbrido entre los dos formatos.

"El vinilo es la resurrección intangible de algo a lo que no se puede volver. Aun así, puede presumir de ser un muerto viviente"

Aquella primitiva compresión digital ni se aproximaba al sonido de un vinilo bien prensado y con menos de veinte minutos de música por cada cara. Aunque la compresión digital cada vez es más real, aún hay dudas de que un Blu-Ray de audio pueda llegar a la calidad de sonido de un vinilo. Pero ya es casi imposible distinguir para el oído humano entre un sonido digital o analógico. Fue la precipitación de un asesinato. Ahora sólo es el retorno fascinante de un muerto viviente. Hasta los millenials que crecieron en la era digital presumen del vinilo como arranque de rebeldía contra las reglas de lo establecido, entre el streaming y el ‘robo’ digital.

Lo más triste es que el vinilo es la resurrección intangible de algo a lo que no se puede volver. Los números son devastadores. El consumo de vinilos es sólo el tres por ciento de la industria musical. Una reciente encuesta revela que más del cincuenta por ciento de los compradores de vinilos sólo los tiene por moda o fascinación y ni siquiera los oyen, ya que un buen tocadiscos, un buen equipo, en la era de la tecnología actual, es demasiado caro. Aún así, el vinilo puede presumir de que es un muerto viviente que goza de relativa salud.

Manuel Vilas
Escritor

Aquellos elepés

Eran elepés, así los llamábamos. La palabra vinilo no sé de dónde demonios salió, pero no era la nuestra. Lo que yo compraba con las 325 pesetas arrugadas y sudadas en la mano derecha se llamaban elepés, y hacían milagros, milagros como que de repente tu vida de adolescente insignificante se convirtiera en algo especial. Los elepés eran materia, porque ocupaban un espacio visible en tu casa, encima de la cama, al lado del tocadiscos: tu familia veía a esos tipos extraños que salían en las cubiertas de los elepés. Los elepés fueron 31 centímetros cuadrados de vida ganados a la España de 1973. La cubierta del Rock and Roll Animal de Lou Reed dibujaba un enigma. Había allí una religión. Limpiaba el vinilo con un cuidado de monaguillo, la aguja del tocadiscos, la funda de plástico siempre sin arrugar en donde iba el vinilo. Todo en orden. Ojo, que no quedara ni una mota de polvo. Había muchos productos de limpieza para el vinilo. Pero todo era inútil y se acababan rayando y la aguja se atascaba. Mis discos favoritos se rayaron todos porque yo era un obseso y las canciones que me gustaban las oía mil veces al día. Ningún vinilo puede soportar a Manuel Vilas. Porque lo que me gusta me gusta todo el rato. Si me enamoro de una canción, la escucho un millón de veces.

Lo que hacía de crío era grabar los elepés en cintas de casete, para no rayarlos. O sea que todo era subdesarrollo. Cuando llegaron los CD me dije “coño, Vilas, la solución, eso no se rayará”. Pero también se rayaban, porque ningún cedé puede soportar a Manuel Vilas y su caos y su obsesión por sustituir el silencio de Dios por la voz de Lou Reed. Todo se rompía. Todo se rompe. Los malditos seres humanos no saben inventar nada que no se rompa.

"He perdido la veracidad del sonido que produce el vinilo. Le soy infiel a mis elepés porque no tengo paciencia. Con Spotify le das a una tecla y el milagro ocurre"

Y ahora, a mis 56 años, yo ya no puedo esperar. Mi deseo de la música cada vez es más urgente. No tengo tiempo de sacar el vinilo o el cedé de sus fundas. Las fundas son subdesarrollo. El orden es subdesarrollo. No tengo tiempo de ordenar nada. Mi colección de cedés era un caos. Mi colección de vinilos es un caos. De modo que al final me hice de Spotify por comprar un poco de orden en mi vida de melómano compulsivo, y llevo ya un tiempo pagando mi cuota mensual. Sé que he perdido la fuerza y la veracidad del sonido que produce el vinilo en un buen tocadiscos y en un buen amplificador. Bueno, en realidad no los he perdido, porque sigo teniendo mi excelente tocadiscos a mi disposición. Pero no lo uso. O lo uso solo los domingos, en actos de liturgia con tiempo por delante. O lo uso cuando me pongo nostálgico y quiero oír la voz fantasmal de mi madre diciéndome “baja el volumen del tocadiscos, que nos vas a volver locos”. Le soy infiel a mis elepés todos los santos días de mi vida porque no tengo paciencia. Las cosas se me caen de las manos. Me tiembla el pulso. Soy de Spotify porque solo hay que darle a una tecla y el milagro ocurre. Y la música viene a mí. Porque lo importante siempre fue ella: la música, y que viniera pronto.