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En busca de nuevos públicos para la ópera

¿Puede la ópera crear nuevos públicos ante el ‘diluvio’ de las redes sociales y las nuevas tecnologías? Laia Falcón y Joan Matabosch proponen una profunda renovación

9 marzo, 2020 09:00
Joan Matabosch
Director Artístico del Teatro Real

Una fuerza explosiva

¿Cómo atraer a los jóvenes hacia la cultura, la música, el teatro y la ópera? Se trata de un tema crucial en la gestión de las casas de ópera y de cualquier otra institución cultural que hace correr auténticos ríos de tinta. Se puede abordar el tema con prolijas estrategias a cuál más imaginativa, más heterodoxa y más cool pero tengo la sospecha de que, en el fondo, la respuesta es tan fácil que a veces se nos pasa de largo: el público acude sencillamente cuando se le ofrecen productos de una gran calidad. Eso es lo más relevante en un momento en que el mercado del ocio está saturado por una competencia feroz entre los objetos más heterogéneos. Solo si la calidad es sobresaliente tiene sentido esperar que un joven salga espontáneamente de su casa para invertir su tiempo en una representación pagando el precio de una entrada de ópera que, encima, no suele ser lo más asequible del mercado a no ser que tenga la habilidad de aprovechar ofertas como las del ‘último minuto’ del Teatro Real, que por cierto deberían ser más conocidas porque son un auténtico privilegio.

"Solo si la calidad es sobresaliente tiene sentido esperar que un joven salga espontáneamente de su casa para invertir su tiempo en una representación pagando el precio de una entrada "

Por lo tanto, la calidad es lo primero, pero no es ciertamente lo único. El espectáculo debe ser capaz de conectar con nuestra sensibilidad contemporánea, sea cual sea la época en la que se concibió y se estrenó la obra. Las óperas del pasado no regresan a los escenarios como objetos de veneración, como referencias codificadas del pasado que nos disponemos a contemplar con pasiva delectación, sino que tiene sentido volver a ellas porque, como sucede con los clásicos, nos expresan y nos interrogan. La ópera, como cualquier forma de arte, tiene la facultad de poner delante del hombre lo que el hombre es. No se trata simplemente de rememorar las melodías que se reconocen, ni de centrarnos en admirar la belleza plástica de la escenografía, ni de limitarnos a reverenciar las proezas de los cantantes, las orquestas o el coro. Todo esto también, siempre y cuando no reemplace lo esencial. Se trata de reconocer en la obra lo que nos expresa, lo que nos atañe, lo que nos habla de nuestra propia experiencia. En la ópera, la intensidad de esta vivencia puede tener una fuerza explosiva.

Porque la ópera expresa experiencias humanas, no meras anécdotas. La intervención crucial de la música favorece precisamente la intensidad de este efecto porque la música existe antes que el lenguaje, antes que las palabras, independientemente de la racionalidad del discurso y de la secuencia temporal. Por esto la música es capaz de crear un espacio en el que lo universal se impone a lo particular de la trama de la acción dramática. Por mucho que la creación de la obra haya podido responder a un impulso del intelecto, en la representación lo emocional se impone a lo intelectual. A Kasper Holten le gusta decir que la ópera es el fitness center de las emociones. Tiene toda la razón. Quien quiere ejercitar los músculos de su cuerpo puede ir al gimnasio; pero quien quiera entrenar la musculatura de sus emociones, lo mejor que puede hacer es ir a la ópera. Y, para quien sepa distribuir su tiempo, no es incompatible.

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Laia Falcón
Soprano y autora de 'La ópera, voz, emoción y personaje' (Alianza)

Sobrevivir al nuevo diluvio

¿Que cómo sobreviviremos a este nuevo diluvio?, se preguntan los viajeros mientras suben a esta escandalosa Arca de Noé, con mil especies distintas de públicos. Pues como todas las otras veces. La ópera, en cierto modo, va de eso: de mantener esa tersura tan suya frente a su querido repertorio de dilemas de a vida o muerte. No se cansa, sigue con las suyas de un siglo para otro, cantando con soltura en el incómodo espacio que queda entre la espada y la pared. Hace un mundo de una lágrima furtiva, sí, pero también resume guerras de titanes en tres minutos de obertura y mil veces, desde que nació, se las ha ingeniado para demostrar que sigue teniendo mucho que aportar: que es palco y pueblo, reliquia y vanguardia, mentira y espejo. Quizás una de sus tareas más importantes es recordarlo, bien claro y a los cuatro vientos: ¡señoras y señores, niños y niñas, vengan todos y cada uno, porque ese beso y esa revolución, esa melodía y ese crescendo que han oído por ahí y que tanto os gustan se inventaron entre estas cuatro paredes!.

"¿Necesitamos convertir en 'influencers' y 'youtubers' a quienes cantan de memoria en trece idiomas y consiguen que sus voces atraviesen con éxito y sin micrófono una orquesta y cinco pisos? "

Pero además, como cada diluvio trae siempre peligros renovados, uno de los peores vértigos de las industrias culturales es hoy el de la infinita fragmentación que pulveriza los contornos de lo que antes llamábamos “los públicos”: con cada uno encerrado en su pantalla individual, ¿cómo conseguir que alguien venga a esto otro, tan de cartelera estanca y horarios fijos, sin dejar de ser quienes somos? ¿Necesitamos convertir en influencers y youtubers a quienes cantan de memoria en trece idiomas y consiguen que sus voces atraviesen con éxito y sin micrófono una orquesta y cinco pisos? ¿Necesitamos embutir monumentos de poesía y reflexión que han sobrevivido a guerras y estupidez en coquetos retales virales de veinte segundos? Puede ser. ¿O necesitamos quizás también volver a demostrar que hay otros modos de latir y existir, más allá de lo que cabe en una foto y un puñadito de caracteres?

Imposible esperar esta vez a que la paloma vaya y vuelva. No hay tiempo: o encontramos la orilla ya, o la fabricamos. El oficio busca una resbaladiza y siempre cambiante ecuación que, por un lado consiga tratar con cariño a quienes aman la ópera por sus tradiciones y que, por otro, acoja a los que buscan novedad y experimentación. Debemos seguir buscando nuevos focos para el repertorio aún desconocido o por crear, a la vez que mimamos ese inventario musical y escénico que resulta a tantos y con tanta frecuencia el más querido. Sin perder la siempre deseable dimensión internacional, en nuestro entorno necesitamos también fórmulas lógicas que potencien y aprovechen mejor el talento más cercano. Y sobre todo necesitamos volver a preguntarnos –cada vez que el telón sube– cómo podemos ser más útiles socialmente: qué vamos a ofrecer a aquellos que queremos que vengan, qué podemos sumar a ese abrumador océano inmediato y generoso de patrimonio, riquezas universales y retratos certeros que también navegan entre vídeos de gatitos y de gente que se grita. Mucho más allá del virtuosismo y la autocomplacencia, la ópera es reunión, convivencia y siglos de búsqueda y juventud.

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