Imagen | ¿Cómo nos cambiará el confinamiento?

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¿Cómo nos cambiará el confinamiento?

Tras muchos días de confinamiento y sometidos a la presión de la pandemia, la sociedad ha dado un vuelco. ¿Nos cambiará como individuos? Pablo d’Ors y Adolf Tobeña nos dan su pronóstico

13 abril, 2020 08:06
Pablo d'Ors
Escritor. Autor de Biografía del silencio

El trabajo espiritual

Esta situación de crisis será para bien y nos transformará en mejores personas sólo si aprendemos a convertir este confinamiento en un retiro y, en consecuencia, a trabajarnos por dentro. El primer mensaje que ahora se nos envía es éste: entra en tu dolor, date cuenta de tu precariedad, mira lo que eres. Con esa mirada comienza todo un itinerario emocional que, en el mejor de los casos, dará paso a un itinerario espiritual. Nuestros sentimientos ante esta pandemia pueden resumirse en tres: la indignación y consiguiente protesta; la huida o búsqueda de soluciones pragmáticas; el abatimiento o la resignación.

Lo primero es la sorpresa. Nos parece intolerable que esto suceda, en especial cuando nos toca personalmente. Como si el Covid-19 no tuviera derecho a existir. El mal no tiene carta de ciudadanía en nuestra alma hasta que irrumpe. Antes es sólo una teoría. Por eso, cuando llega, despierta la rabia y la protesta, la humillación. Tras esta primera fase, y mucho antes de que asome la aceptación, se abren dos posibilidades: o se determina uno a luchar contra el agresor o decide ignorarlo,como si de esta manera fuera a desaparecer. Procuramos resolver los conflictos o escapar de ellos.

"Esta crisis será para bien y nos transformará en mejores personas sólo si aprendemos a convertir este confinamiento en un retiro y, en consecuencia, a trabajarnos por dentro."

Pero hay heridas que no se dejan resolver. Reaparecen una y otra vez, por mucho que las queramos esconder o maquillar. El herido queda entonces abatido. La instalación en ese abatimiento es lo que llamamos resignación. Es en este momento cuando puede comenzar el camino espiritual ante el dolor, que tiene también tres fases: la mirada contemplativa (dejar que las cosas sean); el descubrimiento del sufrimiento del mundo (el salto del dolor personal al universal); y la compasión (la asunción del dolor ajeno como dinamismo liberador). Todo esto suena a música celestial a quien está inmerso en las fases emocionales del dolor.

La mirada contemplativa es siempre fruto de una llamada (a la interioridad) y de una respuesta que consiste en mirar el dolor sin reaccionar, es decir, sin secundar las emociones de cólera, confusión o pesadumbre que puede suscitar. Contemplar supone un añadido al simple mirar: se procura imprimir benevolencia y ternura a esa mirada interior. Es así como se trabaja contra el rechazo natural. Es así como empieza la sanación espiritual.

Quien mira su propio sufrimiento amorosamente descubre que no es sólo suyo, sino que es el sufrimiento del mundo. La mirada amorosa es necesariamente unitaria. La verdadera solidaridad en el mal es imposible sin haber penetrado a fondo en el propio mal. La esencia del mal es el aislamiento, pero si ante el mal se actúa con amor, ese aislamiento se va resquebrajando hasta dar lugar a la comunión.

El dolor del mundo suscita compasión en quien realmente sabe verlo. La compasión no es un movimiento de condescendencia hacia quien sufre, sino de asunción del dolor ajeno y –muy importante– de ofrecimiento del propio. Quien así se comporta descubre entonces, en medio de la tribulación, la verdadera alegría.

Adolf Tobeña
Catedrático de Psiquiatría (UAB)

Sermoneo torrencial

Al cabo de pocos días del enclaustramiento por la peste virósica salieron los predicadores en cascada. Miles de voces augurando cómo se va a salir de la catástrofe y orientando sobre los modos de conducirse ante el período que se avecina. Recetas de todo tipo y cada profeta procurando arrimar el ascua a su molino ideológico.

Siempre ocurre así ante cualquier cataclismo. Se necesitan guías de urgencia ante lo desconocido y hay un frondoso surtido de profesionales dispuestos a proporcionarlas. Antes eso quedaba en manos de los augures con algo de formación litúrgica, pero ahora han sido desplazados por batallones de “expertos”. Hay de todo, pero predominan los filósofos, los literatos, los economistas, los sociólogos, los artistas y la gente de mi gremio, psiquiatras y psicólogos.

Los más sagaces saben que no tienen indicio alguno de lo que el futuro pueda deparar, pero simulan prestancia y solidez porque esas son las virtudes que adornan a quienes se dedican a formular anticipaciones. Saben, además, que esas preguntas: ¿Qué valores van a predominar al salir del gran pavor?, ¿Qué aprendizajes van a perdurar?, permiten augurar cualquier cosa, ya que es territorio abierto y digan lo que digan, cuando hayamos superado el desastre y todo el mundo intente recobrar el ritmo, nadie va a recordar sus augurios.

Cabría esperar, quizás, que de vez en cuando alguno de esos “expertos” se descolgara con lo obvio, es decir, que son pronósticos inciertos y que para esas predicciones se necesitan datos firmes en abundancia. Y que, sin esos datos, todo lo demás es cháchara evanescente. Pero se entiende que no se atrevan, por miedo a ser estigmatizados al incurrir en el pecado capital de negarse a reconfortar en tiempos de zozobra.

"Se necesitan guías ante lo desconocido y hay un buen surtido de profesionales dispuestos a proporcionarlas. Antes eso quedaba en manos de los augures con algo de formación litúrgica."

No obstante, un método practicable para atisbar el tipo de sociedad que va a emerger, una vez superado lo peor de la hecatombe, puede apuntarse sin correr mayor peligro. Durante el otoño de 2019 se completó la colecta de respuestas, en Europa, del último gran sondeo del “World Values Survey: WVS7” (www.worldvaluessurvey.org). A partir de un cuestionario común y bien perfilado administrado a centenares de miles de ciudadanos, en más de 100 países –con más del 90% de la población mundial– , se obtienen datos que informan sobre los cambios en los valores, creencias, actitudes y motivaciones que van experimentando las sociedades, con el transcurso de los años. Cambios de superficie y oscilaciones de mayor calado. Es el archivo de datos regionales y globales, sobre esas cuestiones, más vasto y mejor trabajado de cuantos existen.

Si se quiere diagnosticar y guiar con algo de solidez sobre el asunto, el CIS o algún equipo universitario lo tienen fácil: con repetir en dos ocasiones, a lo largo del próximo año y separadas por varios meses, ese mismo sondeo en una muestra adecuada de la sociedad española, podrán obtener aproximaciones al impacto social que tuvo y dejó la pandemia. Eso para empezar. Luego hay otros métodos para ahondar con mayor incisividad. Sin eso, seguirá fluyendo la verborrea volátil.