'M', el fascismo como distopía
En 'El hijo del sigo', Scurati escarba en el interior de los personajes. Mussolini no es una figura de cartón piedra, sino una realidad compleja y casi palpable
13 abril, 2020 07:09La novela histórica se considera un género menor, pero paradójicamente no hay novela más perfecta que Guerra y paz, de Lev Tolstói, una magistral recreación de la invasión napoleónica de Rusia. M. El hijo del siglo, de Antonio Scurati (Nápoles 1969) se ocupa del ascenso de Mussolini al poder, con su corte de intrigas e infamias. Tolstói es ruso y su escritura siempre apunta hacia las cuestiones espirituales. Scurati está más apegado a la realidad. Su perspectiva es más mundana, menos metafísica, más política. Su decisión de acotar su relato al período comprendido entre 1919 y 1925 nos permite asistir a la génesis del fascismo italiano, con sus peculiaridades y paradojas.
Rigurosamente documentada, M. El hijo del siglo no sucumbe bajo el peso de la erudición, que podría haberle restado frescura y fluidez. La prosa logra un perfecto equilibrio entre investigación histórica e introspección psicológica. Scurati no se conforma con narrar acontecimientos. Escarba en el interior de los personajes, asumiendo el riesgo de recrear sus emociones. En ningún momento se aprecia el artificio. Todo resulta verosímil y dolorosamente real. Mussolini no es una figura de cartón piedra, sino una realidad compleja y casi palpable.
El fascismo italiano surge de las cenizas de la Primera Guerra Mundial. Fanáticos, violentos, inadaptados, los soldados que combatieron en primera línea no disimulan su odio y resentimiento. Esta “humanidad de residuos” será la que forje la historia. La victoria italiana sabe a “fango”. El país solo logra ampliar sus fronteras con territorios diminutos e irrelevantes. La frustración abona el anhelo de otra guerra. “El futuro nos pertenece”, proclaman los fascistas. Hijo de un herrero y una maestra, sentimental y voluble, astuto y manipulador, ambicioso y promiscuo, Mussolini sabrá aprovechar la coyuntura para convertirse en Duce.
Scurati no se conforma con narrar acontecimientos, escarba en el interior de los personajes. Mussolini no es una figura de cartón piedra, sino una realidad compleja y casi palpable
Antiguo socialista, maestro de escuela, periodista sin escrúpulos, demagogo con talento para la oratoria, sabe rodearse de colaboradores brillantes, como Marinetti y D’Annuzio, dos poetas de verbo florido y mente disparatada. Scurati nos relata con enorme vigor narrativo la experiencia de Fiume, donde D’Annuzio creó un pequeño Estado rebelde regido por el espíritu de la música y el populismo desbocado. El fascismo no habría triunfado sin la alianza entre la chusma y la elite. Mussolini exalta la muerte sin pudor. La vida no merece la pena, si no se quema en una gran empresa. El fascismo no hace política, la desprecia. Su táctica es exacerbar los odios. La guerra es hermosa. El campo de batalla batido por tempestades de acero es el mejor escenario para el espíritu.
M. El hijo del siglo airea las miserias de la centuria anterior: “Tanto estrépito, tantas muertes para nada”, escribe Scurati, antes de añadir que el siglo XX fue “una matanza inútil”. En las
calles de Fiume, se repetía una pintada: “¡Me importa un bledo!”. El nihilismo infectó todo, degradando el valor de la vida. En esa tragedia, Mussolini desempeñó el papel de corifeo.
Petulante, vanidoso, grotesco, despertó un histérico culto a la personalidad que desembocó en un horripilante linchamiento. Scurati ha escogido una cita de Pasolini para encabezar el libro: “Yo soy una fuerza del pasado”. El fascismo es una tentación permanente que puede reaparecer en un momento de crisis. Su único credo es la violencia. Quizás lo que más miedo produce es saber que un agitador mediocre, fanfarrón y ridículo puede ser el instrumento de esa calamidad. Aconsejo leer M como una distopía. Lo que nos narra pertenece al ayer, pero podría escribir el mañana.