Son las diez menos cuarto de la mañana del día 24 de septiembre del 2024, o eso dice la voz del autobús que me lleva de Carabanchel al centro. He madrugado porque tengo que hacer una maleta y algunos recados pero también porque quiero estar en la puerta de la librería La Central de Callao cuando abra. Estoy contenta: voy a comprar la última novela de Sally Rooney.

Cuando llego, me acerco a la sección de libros en inglés y cojo el primero de una alta fila de ejemplares. “Vaya tocho”, pienso. Intermezzo es la novela más larga de Rooney hasta la fecha y, creo, la que más expectación ha generado en prensa y lectores. Luis, el librero, me dice que acaban de abrir las cajas; “te lo llevas recién salido del horno”.

Para volver a casa cojo el metro. Sentada en el andén, le saco una foto al libro y la cuelgo en Twitter. Enseguida, una avalancha de interacciones. “Lo necesito”, “chicas, ya ha salido”, “es hoy??!!”. Sonrío un poco: hay otras personas deseando leer la novela y supongo que eso es bonito (y el talento de Rooney bien merece la atención). Luego están los otros comentarios (bienintencionados, lo sé), que lo único que hacen es agobiarme: “Cuéntanos qué te ha parecido”.

He disfrutado todas y cada una de las novelas de Rooney, he visto las dos adaptaciones televisivas (Normal People y Conversaciones entre amigos), he compartido los memes que circulan en redes sociales. Participo de manera algo desganada en la construcción del fenómeno Sally Rooney y aun así, cuando veo la cifra exorbitada de likes en el tuit, algo se me revuelve en el estómago.

Es una mezcla de pereza y presión; la presión de tener que formar una opinión sobre un libro que todavía no he empezado, un libro que he ido a comprar en parte arrastrada por el revuelo que genera todo lo que hace su autora, pero sobre todo por mi experiencia de lectura de sus obras anteriores. No quiero desmenuzar las novelas de Sally Rooney, quiero leerlas y punto.

No me gusta que lo que leo parezca decir algo de mí, que me coloque una etiqueta que podría ser cierta pero que en este caso no lo es

Cuando me paro a pensar en todo esto, me doy cuenta de que mi reticencia a participar de debates y críticas sobre la obra de Rooney tiene poco que ver con ella y mucho que ver con lo que las obras que consumimos parecen decir de nosotros.

Empiezo la novela en un tren de camino a un congreso; a mitad de viaje un chico que me acaban de presentar me pregunta qué estoy leyendo. Cuando le muestro el libro, dice: “Ah, sí. Paul Mescal”. Paul Mescal, actor protagonista de Normal People y de aproximadamente setecientos memes al día en redes sociales. La mención de su nombre ligada al libro me coloca en un sitio, en el centro del club-de-fans-de-Sally Rooney-y-obsesionadas-con-Paul-Mescal.

No me gusta ese sitio, no me gusta que lo que leo parezca decir algo de mí, que me coloque una etiqueta que podría ser cierta pero que en este caso no lo es. De alguna manera, siento que la presencia del libro miente sobre mí y me convierte en un cliché.

Me gustaría que hubiera cosas; libros, películas, series, sobre las que no tuviera que hablar, ni emitir una opinión. Me gustaría poder leer un libro sin que este se convierta automáticamente en parte de mi supuesta identidad. Querría poder leer sin más.

En el momento en que escribo estas líneas acabo de alcanzar el ecuador de Intermezzo. Todavía no sé qué ha dicho la crítica de él y creo que no quiero saberlo. Con Sally me gustaría estar a solas; o, por lo menos, todo lo a solas que puede estar una prescriptora cultural con los libros que lee.