ANONIMATO. Truman Capote llegó a Palamós (Gerona, Costa Brava) el 26 de abril de 1960. Tenía 36 años. Su último libro publicado había sido Desayuno en Tiffany’s (1958). Pudiera ser, no he logrado confirmarlo, que en 1960 todavía no se hubiera editado ninguna novela de Capote en España. La presencia del escritor norteamericano en Palamós transcurrió en el anonimato.

Estuvo tres temporadas veraniegas, con estancias intermedias en el extranjero, hasta casi el otoño de 1962. Vino y permaneció con él el bailarín y escritor Jack Dunphy, su pareja de más larga duración.

Se asegura que llegó a Palamós con 4.000 páginas de texto y notas de A sangre fría (1966), con la hercúlea tarea de culminar el manuscrito final. Capote tuvo en Palamós tres alojamientos: el Hotel Trías, la vivienda del secretario del escritor Robert Ruark –que vivía cerca y quien presuntamente le animó a venir a Palamós– y Casa Sanià, una villa blanca sobre un acantilado frente al mar.

RESIDENCIA. Casa Sanià es hoy la sede de la Residencia Literaria Finestres, cuyo propietario y gestor es Sergi Ferrer Salat –hijo del tenista, empresario y político Carlos Ferrer Salat, quien la adquirió en su día–, dedicada a acoger escritores para que puedan trabajar con serenidad durante un mes en un libro.

En Casa Sanià estuvo hospedada, entre abril y mayo de 2023, la periodista y escritora argentina Leila Guerriero con el objetivo de esclarecer al máximo la estancia de Capote en Palamós y en esa misma casa. El resultado es La dificultad del fantasma. Truman Capote en la Costa Brava (Anagrama, 133 páginas). El fantasma es, lógicamente, Truman Capote, cuya presencia espectral sintieron sobre la cama o al otro lado de la puerta –testimonia o fabula Guerriero– tanto la autora como los escritores Sabina Urraca y Marcos Giralt Torrente, que compartieron estancia con ella.

Entre 1960 y 1962, Capote pasó largas temporadas escribiendo 'A sangre fría' en Palamós

La dificultad a la que alude el título –y que también concierne a la condición de fantasma de Capote– es que, sesenta años después, le ha sido casi imposible a Guerriero recopilar datos y hechos ciertos sobre la vida de Truman en Palamós.

CUADERNO. El libro de Guerriero, con su habitual estilo seco, tajante y altamente expresivo, es magnífico. Guerriero pone en pie una especie de cuaderno en el que baraja suficiente información sobre Capote y la ansiosa y dramática escritura de A sangre fría, a la espera de que ahorcaran a los dos asesinos, a los que había tratado estrechamente y cuya ejecución presenció (la de uno); detalla con tono de dietario su vida cotidiana y sus vivencias íntimas (las de ella) en Casa Sanià; reflexiona sobre el periodismo, la literatura y sus tensas intersecciones y da cuenta minuciosa de sus investigaciones sobre la vida de Truman en Palamós.

Guerriero encontró edificios derribados, puertas cerradas y casas vacías, pero se entrevistó con un montón de personas, generalmente nietos e hijos de quienes trataron al escritor, aunque no solo.

Capote no dejó huella, tampoco el pueblo dejó rastro en él, salía poco de casa, apenas hablaba con nadie –no manejaba el español–, compraba pasteles, ginebra y prensa en tales sitios, a veces comía en tal otro, todo el mundo se percató de que era “maricón” (le dicen)… Guerriero confirma o desmiente cosas –la gente inventa, habla de oídas– que ya se han escrito en los últimos años, pero, al hilo, hace un formidable y no muy halagüeño mural de la mentalidad y del paisanaje de hoy.

Capote toreó en algún momento una vaquilla con Luis Miguel Dominguín cerca de El Escorial. Eso –otra historia– lo cuenta el fallecido guionista Peter Viertel, una de las más de 170 personalidades que dan su testimonio en el monumental (600 páginas) Truman Capote. Remembranzas y confidencias de sus amistades, enemigos, conocidos y detractores, de George Plimpton, recién publicado por primera vez en España por Libros del Kultrum.