Al margen de las novedades, la gran revelación de este año ha sido para mí una autora cuyos libros hace ya más de una década que circulan en nuestro país, publicados por Galaxia Gutenberg. Me refiero a la ensayista y narradora estadounidense Marilynne Robinson (Sandpoint, Idaho, 1943). Desde que descubrí a Iris Murdoch, treinta años atrás, no me había enamorado tan intensamente de una escritora. Y eso que durante todo este tiempo me he enamorado de varias (Elizabeth, Margaret, Penelope, Ali...).
Pero Marilynne es especial. Tiene un pronto disuasorio, dado que… ejem... ¡es calvinista! Suscribe apasionadamente la tradición del puritanismo norteamericano, y ella misma tiene cierto aspecto de exmonja. Pero no se fíen de las apariencias.
Marilynne, insisto, es extraordinaria. Lo son sus ensayos, que brindan una desatendida y muy oportuna perspectiva sobre el sustrato cultural y religioso de Estados Unidos. Y lo son sobre todo las cuatro novelas (Gilead, En casa, Lila, Jack) que lleva publicadas en torno a los habitantes de un pequeño pueblo del Medio Oeste americano.
Si en usted, lectora o lector, aletea algún resto de espiritualidad, si le queda una mínima atracción o curiosidad por cuáles sean los resortes y los tormentos y los poderes de la rectitud, de la decencia, de la misericordia, de la bondad, no lo dude. Escribo esto trastornado casi por la lectura reciente de Lila, una de las más hermosas historias de amor que he leído nunca.
Ahora ya puedo destacar algunas de las novedades del año de las que me he ocupado, siempre pocas.
Una muy sustanciosa guía de lectura han sido los dos formidables tomos de La saga de los intelectuales franceses (1944-1989), de François Dosse (Akal). Una aventura apasionante que sirve, entre otras cosas, para cobrar conciencia de la deprimente rebaja del pensamiento crítico de que actualmente adolece no sólo Francia sino Europa entera.
También es de apasionante lectura Viena, la ciudad de las ideas que creó el mundo moderno, de Richard Cockett (Pasado y Presente), panorámica convenientemente actualizada de la ciudad que Karl Kraus describió como “laboratorio del fin del mundo” y en la que, durante el primer tercio del siglo XX –el periodo aquí enfocado– se produjo la mayor concentración de inteligencia crítica y de fuerzas creadoras que ha conocido la humanidad.
Un modelo de ensayismo de intervención, arrojadizo, combativo, bienhumorado, oportunísimo, es Malismo, de Mauro Entrialgo (Capitán Swing), sobre “la ostentación del mal como propaganda”, un fenómeno que viene infectando de manera alarmante la convivencia política. No se lo pierdan.
Ni se pierdan tampoco Ideas diversas, de César Aira (Blatt&Ríos), una nueva e impagable cosecha de agudos apuntes literarios.
En el muy concurrido campo de la narrativa española, cuatro autores muy preferidos han publicado este año libros que han confirmado, mientras los leía, el aprecio que siento por ellos. Me refiero a Gonzalo Torné, que con su divertidísima Brujería (Anagrama) consolida la posición muy destacada que ocupa entre los novelistas de su franja generacional. Al singularísimo Vicente Valero, que se sirve de un diario de viaje por Umbría para tejer, en El tiempo de los lirios (Periférica), un delicado tapiz de reflexiones y digresiones que tiene por eje la figura de Francisco de Asís. Al siempre sorprendente Álvaro del Amo, que demuestra una admirable vitalidad publicando nada menos que dos libros estupendos: Concepción (novela cinematográfica), en Shangrila, y Bufón (y otras historias operísticas), en Eolas Ediciones. Y, cómo no, a Álvaro Pombo, que con El exclaustrado (Anagrama) prosigue, impertérrito, su desinhibida y felicísima exploración existencial.
La gran alegría que me dio el que por fin concedieran a Pombo el Premio Cervantes apenas atenuó la tristeza que –como tantos– sobrellevo desde que, a finales de abril, falleciera Francisco Rico, maestro queridísimo e irremplazable cuya pérdida añade una orla de luto a este año que termina.