Primera palabra

Que llegue a ser sólo una feria

por José Jiménez

13 febrero, 2003 01:00

José Jiménez

Es necesario preguntarse si no sería decisivo para nuestras instituciones artísticas que se mantuvieran al margen de la celebración de ARCO, que exista otro cauce y no sea imprescindible ir a la feria para "existir"

Una vez más, ARCO está aquí. Y ya van 22. La verdad es que esa normalidad en la celebración de la Feria, su continuidad año tras año, es el primer dato a destacar, y un motivo de indudable alegría. ARCO se ha consolidado, a la vez, en un sentido comercial y de imagen, lo que aporta elementos muy positivos tanto para Madrid como para España. Si ARCO no existiera, habría que inventarla. Esta Feria constituye un auténtico punto de inflexión para el desarrollo y la consolidación del arte contemporáneo en nuestro país, que discurre desde los primeros ochenta casi en paralelo a la trayectoria de la misma.

A partir de la idea inicial de Juana de Aizpuru, dos nombres deben ser especialmente tenidos en cuenta al pensar en la continuidad y los logros comerciales y de imagen de ARCO: Adrián Piera, durante bastantes años presidente de la Cámara de Comercio de Madrid, así como de la Institución Ferial, y Rosina Gómez -Baeza, la conocidísima directora de la Feria. Al frente de distintos equipos de profesionales, que han ido variando con el tiempo, Piera y Gómez- Baeza supieron fijar un rumbo y una forma de hacer que, a la larga, han permitido este feliz resultado.

A la vez, esa normalidad en su celebración ha ido extendiendo entre los profesionales del medio artístico un cierto cansancio, un sentimiento de repetición: "otra vez ARCO, lo mismo año tras año"... Ese tópico es profundamente injusto en referencia a la celebración de un certamen comercial, cuya continuidad y repetición expresa precisamente que la fórmula funciona.
La cuestión, sin embargo, es que, siendo una feria, ARCO es mucho más que una feria. Su celebración en febrero marca el punto de inflexión de la temporada artística en España. Las programaciones no ya de las galerías, lo que sería lógico, sino de la gran mayoría de las instituciones artísticas públicas y privadas no comerciales se establecen teniendo en cuenta el programa de ARCO, y en muchas ocasiones subordinándose a él. De este modo, año tras año, la temporada artística en España presenta dos fases: antes y después de ARCO.

Que esto sea así implica, obviamente, un gran éxito de la Feria. Pero es a la vez un síntoma elocuente de la fragilidad y minoría de edad de nuestros museos y centros de exposiciones, incapaces de imprimir en su línea de trabajo un signo propio, no determinado por intereses comerciales. Se trata, obviamente, de algo que sólo sucede en España: en ningún otro lugar del mundo se da el caso de que un certamen comercial determine tan fuertemente el universo artístico en su conjunto.

Por eso, en estos momentos en que la Feria está ya consolidada, es necesario preguntarse si no sería decisivo para nuestras instituciones artísticas que se mantuvieran al margen de la celebración de ARCO, que exista otro cauce y no sea imprescindible ir a la feria para "existir" en el panorama artístico español, que se eliminara la confusión entre apoyos públicos e institucionales y negocios privados, que tanto desorienta al público en general y que de forma tan insidiosa contamina la idea que el no especialista se hace del arte.

Obviamente, esa confusión se da y se mantiene porque responde a un matrimonio de intereses. Es la pescadilla que se muerde la cola. ARCO está interesada en la presencia institucional en la Feria porque contribuye a los resultados económicos y de imagen de la misma. Por su parte, las instituciones desean estar presentes en ARCO, o concertar sus programas con los de la Feria, por la repercusión mediática y de imagen que ésta asegura. En un país que vive cada vez más preso de las mediciones de audiencia, ni los responsables políticos ni los medios de comunicación son capaces de sustraerse a la fuerza de atracción que suponen los miles y miles de visitantes que acuden a ARCO cada año.

El problema, una vez más, es que un porcentaje bastante elevado de esos visitantes acude pensando que con ello se pueden hacer una idea de por dónde va el arte de hoy, como si fuera una bienal o una propuesta institucional. Pero de lo que se trata es de una feria, de una plataforma comercial para el negocio del arte. Insisto en lo que ya apuntaba más arriba: para cualquier amante del arte la buena marcha de ARCO es algo sumamente positivo. Pero en estos momentos, casi un cuarto de siglo después de los muy modestos inicios en el desarrollo del arte contemporáneo en España, un sentido mínimamente crítico de la moral pública, debería llevar a una separación lo más nítida posible entre las propuestas y prácticas artísticas institucionales, que deberían alcanzar de una vez por todas su mayoría de edad, y la encomiable celebración de un certamen comercial que debe regirse por sus propios términos. No se trata sino de aspirar a la normalidad: que en cuanto sea posible ARCO sea nada más (y nada menos) que una feria.