Vargas Llosa, en la semana del estruendo
Ernesto Sáenz de Buruaga, que está haciendo un formidable programa en la Cope, tuvo la generosidad de recordar las palabras pronunciadas por mí el pasado mes de abril cuando la Fundación Marazuela entregó, en un acto solemne, presidido por el alcalde de Las Rozas, Bonifacio de Santiago, el premio a la personalidad más destacada del año a Mario Vargas Llosa. Terminé mi discurso pidiendo a los asistentes que dedicaran un aplauso de agradecimiento “al escritor que este año ganará el Premio Nobel de Literatura. Tengo ya reservadas habitaciones en Estocolmo para el mes de diciembre”. No se trataba de un scoop, sino de un deseo. No me quiero adornar con laureles que no me corresponden. Han sido muchos los años en que he dicho o he escrito lo mismo. Quien andaba metida en el tejido de la información literaria era Blanca Berasátegui y por eso le hizo al novelista la espléndida entrevista premonitoria que fue hace un mes portadón de esta revista de referencia en el mundo cultural español e iberoamericano. Lo recordé a los lectores en el artículo que publiqué en El Mundo el viernes pasado: Vargas Llosa, un Premio Nobel contra la moral degradada por la codicia.
Las cámaras de televisión, los micrófonos radiofónicos, los fogonazos de internet, la efervescencia de los periódicos impresos han encendido de estruendos y parafernalias la semana de un escritor que destacó siempre por la sencillez y la discreción. De tanta apoteosis y tantas manifestaciones van a quedar, sobre todo, algunos artículos. Quiero destacar el más profundo y emotivo de cuantos he leído: el de Fernando Iwasaki, Enfermo del Perú.
Pero me gustó también por su alcance el de Enrique Krauze, al que admiraba tanto Octavio Paz. Y el de Juan Cruz, conocedor minucioso de la obra del autor de La casa verde. Y el de Víctor García de la Concha en La Razón y el de Carmen Iglesias en El Mundo.
Ángeles González-Sinde, El vicio de interpretar la vida, superó de lejos a los artículos de los otros políticos, llenos casi todos de ignorancia, de tópicos, de lugares comunes y de petulancia. Bien Fernando Savater. Y Cercas. También Carlos Rodríguez Braun.
Espléndido como siempre Ignacio Camacho. Es el más destacado columnista de ABC, al que acompañaron Carrascal, Edwards, César Antonio Molina y el inteligente y experto Tulio Demicheli. Raúl del Pozo, erizante, como siempre. Y con él, en El Mundo, me gustó especialmente la profundidad de Darío Villanueva, los chispazos de Inocencio Arias, la serenidad de Luis Antonio de Villena, la ecuanimidad de Raúl Rivero, la capacidad crítica de Santos Sanz.
Este recorrido a vuela pluma sólo subraya la punta del iceberg. Periodistas, novelistas, críticos, intelectuales de todo el mundo desmenuzaron en los periódicos impresos, hablados, audiovisuales y digitales la obra del nuevo Premio Nobel de Literatura. La cultura así globalizada explosionó en el altar de internet dejando un reguero de dioses y de sueños.
Ah, y en un par de periódicos escribió también Aitana Sánchez Gijón. En La verdad de las mentiras, en Odiseo y Penélope y en Las mil noches y una noche se enfrentó con ventaja profesional a un Vargas Llosa actor que salió discretamente airoso del envite. Sobre todo en Las mil noches y una noche. Asistí yo a la representación en los jardines del Palacio Real, desde donde el Rey de España gobernó al Perú hasta los primeros años del siglo XIX. Aitana estaba llena de gracia aquella noche y era la inteligencia maherida, el fulgor de las caderas en agraz, la piel manantial, el vino rojo en la mirada, un sueño sin fin que se derrama.
Cerramos hoy la semana del estruendo para Mario Vargas Llosa. Él sabe mejor que nadie que los premios literarios son sólo los sonajeros del escritor. Lo que importa es el trabajo nuestro de cada día. Y Vargas Llosa, que está siempre al borde de las cuartillas en blanco, morirá con la pluma puesta, sin sustraer un solo día a su trabajo de escritor.