El otro día fui a ver la película Los pequeños amores, de la directora sevillana Celia Rico, en el maravilloso Cine Club de Arnedo. Una hija se traslada unos días a casa de su madre para cuidarla. La madre se ha roto una pierna, y mientras recibe los cuidados y las atenciones de su hija, aprovecha para observarla de cerca, indagar, hurgar, preguntarle sobre los aspectos de su vida que no entiende o desconoce.
A veces esas preguntas son incómodas, a veces no. Hacia el final de la película, las dos, sentadas en la cama, hablan sobre relaciones, sobre amor y sobre la pareja más reciente de Teresa, la hija, que mantiene una relación a distancia con un hombre separado pero todavía no divorciado. La madre dice: “Supongo que te da miedo esperar algo, ¿no?”. Y Teresa responde: “Y no esperar nada también”.
El intercambio se me quedó atravesado y durante el resto de la película lo repetí como un mantra para que no se me olvidara (porque sacar el móvil para apuntarlo hubiera sido de persona incívica y maleducada). Está claro que ante una relación que comienza o un futuro que se abre podemos tener miedo. Pero ¿tener miedo a no esperar nada?
El sentimiento que Rico retrata a través de su protagonista es uno que atraviesa el momento vital de mi generación: la certeza de que algo que habitaba en el futuro se ha roto, que la confianza en aquello que podríamos llegar a ser se ha quebrado.
"No esperar nada y esperarlo todo. Dos ideas opuestas que parecen marcar el ritmo vital de mi generación, ambas atravesadas por la insatisfacción"
Como cuenta Marina Garcés en El tiempo de la promesa (Anagrama), hemos perdido la capacidad de realizar promesas a futuro, de proponerlas y de cumplirlas. ¿Hemos trasladado esa desesperanza colectiva de la que habla la filósofa a nuestras relaciones personales? Recordé el texto de Garcés mientras veía la película y creí que había entendido algo. Pero entonces, claro, empezó a sonar Alizzz.
El primer disco de Alizzz (mi artista musical favorito en estos momentos), que me acompañó durante muchos vaivenes emocionales hace un par de años, se titula Tiene que haber algo más y habla de insatisfacción, de una cierta búsqueda insaciable por algo mejor, algo intangible que no sabemos bien qué es.
[Una ambición muy medida, por Paula Ducay]
En Los pequeños amores, la madre le recrimina a la hija que cambia demasiado de idea, que podría haberse quedado con alguna de sus parejas estables y que, de haber hecho así, no estaría soltera con cuarenta y dos años (menudo crimen). Una de las canciones que Celia Rico eligió para acompañar su historia fue Todo me sabe a poco; mientras Teresa, la protagonista, bebe y fuma con un grupo de chavales a quienes dobla la edad, suenan los primeros acordes del tema. Alizzz canta: Vamos a buscar / Tiene que haber algo más.
Siempre me he sentido identificada con esta sensación de andar siempre buscando algo mejor. Lo nuevo. Lo diferente. Lo inexplorado. Cuando escucho las canciones de Alizzz siento que hablan de una verdad que me define. Pero, entonces, ¿en qué quedamos? ¿Vivimos, tal y como exponen Rico y Garcés (cada una a su manera), sin esperar nada o estamos siempre buscando algo más?
Saliendo del cine pensé que ambas cosas son ciertas. Oscilamos entre esperar siempre algo mejor y la pérdida de esperanza en que eso llegue. No esperar nada y esperarlo todo. Dos ideas opuestas que parecen marcar el ritmo vital de quienes me rodean y sin duda el mío. Ambas ideas están atravesadas por la insatisfacción, por un anhelo permanente que se vuelve en nuestra contra. ¿Tiene solución? Quizás nuestro único consuelo sea que, estemos donde estemos, en el anhelo o la desesperanza, ahí estarán la música y el cine para ayudar a narrarnos.