Avanzamos en el deterioro de la Justicia, Tribunal Constitucional incluido. ¿Quedará alguna institución libre del barro y la sospecha en este tiempo en el que perecemos empeñados en dinamitar las reglas de la democracia? El Constitucional ha dejado en su historia sentencias eufemísticamente complejas, como aquella lejana de la LOAPA, cuyos efectos territoriales aún padecemos. Pero la atención, el menos periodístico, la han ocupado la crisis de gobierno y el reforzamiento del perfil del monstruo.
La crisis de gobierno comenzó como un rumor para terminar convirtiéndose en una necesidad sistémica. Desde Aznar, la derecha repite siempre los mismos modos. Carencia de inteligencia. Sí no se producía, el gobierno estaba estancado, inane y su presidente imposibilitado para llevar las riendas de un país necesitado de una dirección firme y con objetivos claros, que son los que encarna la Oposición, sobre todo sí es de derechas, albacea por herencias ancestrales, del poder. Entre dudas sobre el alcance y el momento, saltó la crisis. Más sustanciosa de lo sospechado. Varios ministros, importantes hasta entonces, dejaban de serlo. Surgían gente más joven, más mujeres. El movimiento descolocó a la oposición porque tenían otra estrategia para resaltar las incapacidades de Sánchez. Así que aceleraron el proceso para perfilar al monstruo.
Desde el inicio de la pandemia la derecha presentó al presidente, Sr. Sánchez, como un “autócrata” que quería cambiar el modelo de Estado. Un tipo inhumano por su hipotético desprecio hacia los fallecidos – no se ponía corbata negra - y por mantener el estado de alarma con votos sucios. El Sr. Sánchez no solo era un presidente ilegitimo, evidente eco de inspiración trumpista, sino un personaje aferrado al poder, sin escrúpulos para pactar con los enemigos de España. España debe ser un país extraordinario, porque es el único que acoge a sus enemigos en su Parlamento Nacional. La resolución de la crisis imponía un cambio de estrategia: urgía perfilar a Sánchez no como un adversario ideológico, sino como un monstruo obsesionado por el poder. Un Hitler, si viene al caso. O, mejor, Stalin, por su coalición con Podemos. Un dictador sin piedad. De ahí que de Cuba afirme que es una “no-democracia” y no una dictadura como dice la derecha. Vuelve Guillermo de Ockan y su nominalismo esencialista.
El poder, cuando no lo ocupa la derecha, es una representación del infierno de Dante o un cuadro escatológico del Bosco. En ellos se encuentran todos los vicios de la izquierda y, por supuesto, ninguno de los de la derecha. Los juicios en marcha por corrupción y espionaje no les pertenecen. En una realidad tan alternativa, de marcada inspiración trumpista también, el enemigo debe ser percibido por los electores como un objeto a odiar. Un monstruo. En Vox lo han llamado “psicópata”. El Sr. Casado, no ha querido quedarse atrás y el mismo día del anuncio del gobierno proclamaba que se percibían los rasgos psicológicos de un “narcisismo patológico,” una “persona egoísta y cobarde”. Es decir, “no es una buena persona.”.
A partir de este marco referencial, las huestes mediáticas se han lanzado a trasmitir la crisis de gobierno como “una escabechina entre su propia gente”. Sánchez es “el vampiro de la Moncloa” que chupa la sangre a su alrededor. Un ser que, (carece de corazón), “entierra de manera cruel a los compañeros que le llevaron al poder”. El modelo se completa trasladando su acción al partido. Vuelve al gobierno el PSOE, pero con una purga interna que se extenderá a los territorios. Varias ministras han sido vistas como ángeles exterminadores de presidentes sospechosos. Con el monstruo ya perfilado, el retrato se irá completando a la vuelta de las vacaciones de verano.