Feliz Día de la Mujer. Aún quedan unos días, pero permítanme adelantarme y dedicar esta columna a la mujer escritora. A todas las que, con tinta y coraje, con palabras afiladas o suaves como susurros, han cambiado la historia, han abierto caminos y han encendido hogueras que nadie ha podido apagar.
Nos dijeron que la historia ya estaba escrita. Que los libros tenían dueños, que las palabras llevaban firma de hombre y que nosotras éramos musas, no autoras. Nos quisieron calladas, en los márgenes, en las dedicatorias, en las notas al pie. Nos hicieron creer que la literatura no nos pertenecía.
Pero escribimos. Escribimos igual. Escribimos contra el tiempo y contra el miedo, con tinta o con sangre, en hojas robadas o en la piel de la memoria. Porque escribir, siendo mujer, nunca ha sido solo contar historias: ha sido rebelarse, desafiar la página en blanco cuando el mundo nos quería invisibles, parir mundos donde los nuestros se derrumbaban, gritar en tinta lo que la historia quiso callar.
Decía Virginia Woolf que "una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir novelas". Pero cuántas no tuvieron ni dinero ni habitación, y aun así escribieron. Publicaron bajo iniciales, como las hermanas Brontë, o con nombres masculinos, como George Sand y George Eliot, porque el mundo no estaba listo para admitir que una mujer también podía contar la vida con la misma intensidad, con la misma grandeza, con la misma verdad.
Yo, sin embargo, nunca tuve impedimentos para escribir. Nadie me dijo que no podía, nadie me arrebató la tinta, nadie me quitó el derecho a sentarme frente al papel y volcar mi alma en palabras. Soy una afortunada. Pero no olvido a quienes sí fueron silenciadas, a las que debieron disfrazar sus letras de anonimato, a las que nunca vieron su obra impresa porque la historia no les concedió ese privilegio.
Y, sin embargo, aquí estamos. Porque por cada mujer que fue censurada, hay otra que sigue escribiendo. Porque la literatura femenina es un incendio que nunca pudieron sofocar.
Un canto a la escritora de hoy.
Hoy, escribimos sin permiso. Nos sabemos dueñas de nuestras palabras. Ya no nos hacen falta seudónimos para ser leídas. Nuestros libros están en librerías, en bibliotecas, en pantallas, en manos que los sostienen con la misma pasión con la que fueron escritos. Somos herederas de una lucha y somos también su victoria.
Por eso, mi canto a las mujeres escritoras:
- - A la escritora de hoy, que escribe sin miedo y sin cadenas.
- - A la que convierte la vida en poesía y la rabia en novelas.
- - A la que rompe esquemas, a la que inventa mundos, a la que se atreve a contar lo que nadie más contó.
- - A la que escribe desde el amor, desde la risa, desde la herida.
- - A la que desafía con sus letras y a la que acaricia con su prosa.
- - A la que sigue escribiendo, aunque nadie la lea.
Decía Isabel Allende que "escribir es como hacer el amor. No te preocupes por el orgasmo, preocúpate del proceso". Y yo, que amo escribir, que encuentro en cada palabra un refugio y en cada historia una excusa para seguir viva, lo entiendo. Escribo porque no sé existir sin hacerlo. Escribo porque la literatura es mi casa, mi espejo, mi manera de estar en el mundo.
El 8 de marzo, Día de la Mujer, permítanme que lo dedique a la mujer escritora. A todas. A las que fueron, a las que son y a las que serán. A las que dejaron su huella en la historia y a las que hoy siguen escribiendo en la suya.
Celebremos su fuego. Leamos sus nombres. Recordemos sus luchas. Y sigamos escribiendo. Para que nunca más nos falten sus voces en las páginas de la historia. Para que nuestras palabras sean un puente, una huella, un testimonio. Para que la literatura siga ardiendo con la fuerza de todas las mujeres que se atrevieron a escribir.
Feliz Día de la Mujer. Feliz Día de la Mujer Escritora.