El periodismo y tal
Hubo un tiempo en el que yo adoraba el periodismo. Años de juventud, pasión e ingenuidad. Días de vino y rosas y lecturas crédulas y entusiasmadas. El mundo por montera y los periódicos como la quintaesencia de la verdad: la visión más honesta y crítica del mundo, también la más combativa en defensa de la justicia y el romanticismo. Uno leía a García Márquez en aquellas tardes urgentes y oníricas y salía a la calle arrebatado de orgullo profesional y de pertenecer siquiera humildemente al oficio más noble y auténtico de la tierra. Aporrear febrilmente la máquina de escribir con buenas historias era el sueño de cualquiera y todos queríamos ser Umbral o el que fuese. Ser periodista tenía un significado y un sentido y uno, siendo tan sólo un sencillo y torpe reportero, se creía un luchador de las causas perdidas. Fueron tan bonitos esos años que los sueños nunca terminaron de marcharse, no del todo.
Pero la vida, el tiempo y las ratoneras han ido pasando y la perspectiva de la luna, sometida por el peso de la gravedad, ha puesto los pies en el suelo y las cosas en su sitio y donde uno veía un gigante hoy sólo ve molinos, o al revés, de manera que ahora todo suena burocrático y funcionarial, y la verdad se ha convertido en posverdad, y la agenda la deciden el poder y la política y ya nada es lo que era. O casi nada, que aún quedan locos por el mundo y son capaces de salvarnos un poquito cada día. Ni la verdad ni el periodismo parecen ya valores sólidos, ya que en estos tiempos todo titular es sospechoso y cada noticia lleva dentro los virus de la incertidumbre y la levedad que nos dejan huérfanos y llenan de dudas todo alrededor. El periodismo se he metido en las trincheras y en lucha consigo mismo, y la realidad del mundo y de cada día depende del periódico que uno lea y la televisión que haya elegido para reeducarse. El juego de tronos ha terminado por abducirnos. Si te acercas al oficio hoy tendrás que hacer un ejercicio de hermenéutica y un sobresfuerzo de perplejidad, y decir esto, tras un vistazo demoscópico y social, es una evidencia que ya conoce todo el mundo.
Así que hay que espabilar porque este dinosaurio no piensa marcharse. La realidad se acomoda a la batalla, la corrección política y la demagogia: es el signo de los tiempos, hemos sucumbido. El periodista ya no es notario sino funcionario y su oficio fundamental consiste en la supervivencia desde el lado de la guerra en el que las circunstancias han decidido situarle. Hoy la verdad no aspira ser completa y ahora cuando llegamos a conocerla lo hacemos en el tiempo, la forma y los pildorazos que deciden quiénes sean desde el cuarto oscuro de las marionetas. La vida ha empezado a convertirse en un bucle melancólico.