El Imperio se desmorona y Europa se tambalea. El mayor desastre para la OTAN desde su fundación, ha dicho el sucesor de Merkel. Los Estados Unidos de América abandonan atropelladamente Afganistán, después de 20 años de presencia en esas tierras. En menos de dos semanas los enemigos a derrotar han vuelto a ocupar el país. ¿Qué ha hecho el Imperio, y nosotros con él, en aquellos territorios durante 20 años? Los medios de comunicación tendrían que informar con rigor para que unos acontecimientos tan complejos de política internacional no se conviertan en una manipulación colectiva o en una cuestión de emociones, bullendo en las impresionables y distantes sociedades occidentales. También tendrían que explicar, para entender en su complejidad el puzle de Afganistán, el papel de la Unión Soviética, unos años antes y ahora, en aquellos territorios con una estructura tribal y señores de la guerra que disputan su poder sea cual sea el régimen que rija. Alguien ha escrito que se intentó establecer una república socialista en contra de la cual se situaron los religiosos talibanes con apoyo de los Estados Unidos. La URSS entraría allí, según la versión del oficialismo patriótico soviético, para ayudar a consolidar el proyecto de creación de una sociedad nueva, solo que esa versión idealizada no cuadra en nada con lo que escribe la periodista rusa Svetlana Alixievich en su obra "Los muchachos de zinc". Un testimonio estremecedor sobre la guerra que libró la URSS en Afganistán, contado por testigos y familiares de los soldados que participaron en ella. Junto con "Despachos de guerra", de Michael Herr, son "los imprescindibles" para entender no solo los destrozos de las guerras modernas, sino también las derrotas de los imperios actuales.
Los Estados Unidos en el presente y el Imperio romano, hace siglos, fundamentaron su esplendor en la guerra y las industrias que lleva aparejadas. Roma dominó el Mediterráneo de guerra en guerra. Los grandes ricos e influyentes ciudadanos de entonces eran militares. Estados Unidos se convirtió en potencia económica tras su participación en la Segunda Guerra Mundial. Las guerras ajenas contribuyen a incrementar las riquezas de los Imperios. Se conciertan negocios masivos con dineros públicos, se especula con todo tipo de bienes, se venden armas a unos contendientes y a sus contrarios y se pierde cualquier resquicio moral. Se ha gastado tanto dinero para llegar a esta derrota, además del coste en vidas, que mereceríamos explicaciones más sólidas. ¿Cómo entender, sin una inmensa corrupción y un distanciamiento feroz de la población, que en una semana los talibanes hayan reconquistado el terreno que perdieron ante la presencia de la Alianza? Ni siquiera ha habido resistencia de quienes fueron formados y preparados por los invasores. Biden ha dicho a los norteamericanos que ellos estuvieron allí para combatir a los terroristas. En la estela de Trump, Biden ha encogido a su país. Prefiere el "América First" antes que empujar el complicado mundo de la multilateralidad. Ignoro si el norteamericano medio creerá las explicaciones de Biden como creyeron en su momento las mentiras de Bush. Ambas argumentaciones resultan igual de falsas. Por cierto, Aznar preparó los lodos que Sánchez administra en estos días. Pero como el PP vive en un "momento instantáneo", el pasado cercano no existe.
El Imperio norteamericano se desmorona como lo hicieron los imperios históricos: sin que sus habitantes perciban las señales del desastre. Otros llenarán el hueco que deja. Ignoramos el orden que impondrá quien ocupe ese espacio. Incluso ignoramos sí sobrevivirán las democracias liberales. Las embajadas de China y Rusia, que representan sistemas políticos autoritarios, continúan abiertas en Kabul. De su papel en Siria, ni hablamos. Afganistán queda en manos de una teocracia integrista y beligerante, sobre todo, contra las mujeres, las grandes perdedoras de la derrota del Imperio y sus aliados.