Terminó el ciclo de conferencias que el Museo del Greco ha organizado en el mes de noviembre para acompañar a la exposición de obras del Grupo Tolmo. En la exposición se ha buscado establecer un intercambio de semejanzas y diferencias, saltando siglos, entre la modernidad precoz del Greco y la modernidad del Grupo Tolmo. La exposición se mantendrá hasta el mes de enero, pero de las conferencias sobre el grupo se ha podido deducir que hay que abrir nuevos campos de investigación. Hay que pasar de lo descriptivo a lo interpretativo, de la sensación al análisis científico del conjunto de su obra. Hay que explorar en la trayectoria de sus miembros, como colectivo y como individuos, para llegar a conocer su valor real como documentación pictórica y escultorica de una época. Ningún creador, sea pintor, escultor, poeta o narrador, es ajeno al tiempo que le ha correspondido vivir. “Toda obra de arte es hija de su tiempo”, sostuvo con rotundidad Kandinsky. Sí esto fuera cierto (existen otras teorías), habría que preguntarse si la obra de cada uno de los miembros que integraron aquella aventura, más la de los que estuvieron cerca sin pertenecer al grupo, sirve para explicarnos el tiempo que vivieron. Tolmo nacía en 1971, el mismo año en el que se abría Estándar Eléctrica, en el Polígono (otra ruptura). Probablemente no hayan existido unos años tan prolíficos y tan variados en el arte en Toledo en toda su historia. Del costumbrismo, paisajismo, figuración y artesanía se pasaba a la modernidad que las vanguardias habían desarrollado años atrás.
El grupo vivió su momento más impactante en la década de los setenta. Es la década en la que España se va a construir el futuro que tenemos. Fueron años de triunfo y éxito para muchos artistas que venían trabajando desde la década anterior. Hoy sabemos que la dictadura, con apoyo de algunos refugiados nazis, potenció el informalismo pictórico y la abstracción más desbocada para trasmitir al resto de las naciones la impresión de modernidad y apertura de la dictadura militar. Por un escrito, que había permanecido oculto, sabemos que el gobierno español maniobró con el MOMA y el Guggenheim para facilitar exposiciones de los principales artistas españoles. El arte le servía a la dictadura para disfrazarse de lo que no era.
En las décadas anteriores habían proliferado los “grupos” que se deshacían con la misma facilidad con la que se formaban. Más tarde surgieron los “equipos”, también de vida efímera. Se produjo una enorme ebullición cultural que atenuaba las miserias de la dictadura. Intuyendo que al régimen de Franco le quedaba el tiempo que durara la vida del dictador, se apostaba cada vez más abiertamente por una pluralidad democrática que homologara a España con los países occidentales. Las bondades morales del régimen se desmoronaban por corrupción. Las fanfarrias imperiales se vinieron abajo cuando España abandonó alocadamente el Sahara ante la presión de Marruecos. Una deuda aún pendiente. Nada más morir Franco en 1975 se comprobó la inviabilidad de mantener el sistema que él había creado. Se daría paso a un proceso constituyente. La Constitución de 1978 fue el resultado de un pacto ciudadano por la que el pueblo recuperaba su soberanía, superaba el pasado y garantizaba la convivencia pacífica en el futuro. En ese escenario se desarrolló una ingente creatividad artística. Lo que hay que estudiar es si la obras de estos creadores organizados en torno al Grupo Tolmo, más los que iban por libre, sirven para contar la Historia de un lugar, Toledo, y de una nación, España.