Va de bibliotecas. No porque sea un asunto interesante, que lo es, sino por las nuevas utilidades transformadoras que están teniendo en algunos lugares estos edificios. El libro “El infinito en un Junco”, que fue un éxito durante el confinamiento y continúa siéndolo, cuenta historias de bibliotecas y de libros. Por el libro de Irene Vallejo imaginamos que el afán de concentrar todos los saberes de la humanidad fue la obsesión de reyes poderosos que querían ser más poderosos aún.
Almacenaban en edificaciones de excelente arquitectura la belleza de las sabidurías del mundo. La información aseguraba el poder y la posibilidad de mantenerlo y ampliarlo. Con el objetivo de concentrar los secretos del universo nacieron las bibliotecas de Alejandría, de Asurbanipal, las Escuelas de Traductores o la biblioteca de Pisistrato, que fue enterrada para que no se desperdigara hasta que el general romano Sila la desenterró y se la llevó a Roma. Las bibliotecas guardan el conocimiento humano desde antiguo y en los tiempos contemporáneos se han convertido en “soporte fundamental de las democracias, el Estado de derecho y las sociedades abiertas”, según Richard Ovenden en su texto “Quemar libros,” una historia de la destrucción deliberada del conocimiento.
Y es que esa es la otra cara que acompaña a las bibliotecas y a los libros. Siempre habrá gentes dispuestas a destruir bibliotecas y alimentar piras ardientes con sus fondos. Son refractarios al conocimiento y la cultura. Por eso las atacan, las incendian, las destruyen, las ignoran, las olvidan. El conocimiento ha sido a lo largo de la Historia incompatible con los autoritarismos, los populismos, dogmas y las fake news.
En un diario de ámbito nacional se dedicaba una página a la nueva biblioteca de seis plantas construida en Oslo. La biblioteca, el nuevo museo de Munch y el Museo nacional van a cambiar el perfil urbanístico de la ciudad y a la propia gente, dice un concejal de la capital. A la biblioteca de Oslo se acercan en días laborables una media de seis mil personas y en los fines de semana, diez mil. Suplantan a los centros comerciales como lugar de reunión.
Uno de los impulsores del proceso declaraba: “Siempre pensamos en ir más allá de las funciones de una biblioteca, queríamos que fuera algo nuevo, abstracto, espacioso, una biblioteca del futuro.” Concebida como un espacio público abierto para la gente, no como un centro cerrado y monacal. Oslo, por cierto, no llega al millón de habitantes. Así que los que envidian a los países del norte, ya disponen de otros ejemplos para conseguir ciudadanos mejor preparados y ciudades más sostenibles. La Cultura cambia no solo a las personas, también las ciudades y los barrios por muy degradados que estén. En Oslo, como ya sucediera en Bilbao, sobre el terreno deteriorado de un puerto en desuso y de una zona industrial abandonada, se están construyendo edificios culturales que diseñarán la ciudad del futuro.
Habitualmente somos incapaces de reconocer los méritos de las gentes que nos rodean. Algunos convivimos con un personaje que se adelantó en años a los planteamientos de la biblioteca de Oslo. Hablo de Juan Sánchez, el recordado director de la biblioteca regional de Toledo. Mucho antes de que en Oslo nos contaran cómo deben ser las bibliotecas del futuro, él ya lo había expresado. Las bibliotecas debían ser, en su visión, espacios de dinamización social y lugares públicos de encuentro. Espacios y lugares para la lectura, el estudio, la investigación y, sobre todo, escuela de ciudadanos activos y comprometidos con la sociedad, repetía mucho antes de la nueva biblioteca de Oslo.