Lean y lean, señoras y señores, castellanos y manchegos, gentes venidas de otras tierras, el libro que Alfonso González Calero acaba de publicar. Probablemente el más brillante, en años, de la Biblioteca Añil. Se titula “Historia vivida, historia construida”, escrito por José María Barreda Fontes, quien fuera presidente de Castilla-La Mancha en el periodo 2004 a 2011. Un ejemplo de calidad literaria en un género tan maltratado como el memorialistico, porque cualquiera se siente capacitado para escribir sus memorias, a pesar de las dificultades que esconden. Si hubiera escrito una novela se hubiera dicho que reflejaba la sociedad de la época con precisión y clarividencia. Pero no, eligió escribir un texto que se puede definir como memoria, sin que lo sea estrictamente. O si lo fuera, ha mejorado el género. Y sí, recoge, con clarividencia y precisión, la sociedad de la época. Un tiempo de paz y audacia, tras siglos de guerras, que nos tocó vivir.
En el libro el “yo” de Barreda aparece y desaparece como por artes mágicas. Organiza un ejercicio de introspección, sin otros recursos que la habilidad de una prosa tersa y una narración fluida. No necesita el autor alardear de pertenecer a una generación y a un estrato social que formaron los chicos dorados de una época gloriosa: cuando la dictadura llegaba a su final natural y se auspiciaba un proyecto democrático que, desde la universidad y las élites menos reaccionarias, se anhelaba. En esa etapa se podían contemplar (y sobrevivir) una o varias películas de Bergman para cavilar, como en las comedias de Woody Allen, sobre el existencialismo de Sartre o Simón de Beauvoir. O ver “El último tango en París”, el no va más del erotismo de entonces. Fueron tiempos en los que se leía poesía, la de Neruda, León Felipe, Gabriel Celaya, Lorca o Miguel Hernández como un acto revolucionario contra un régimen que se consumía. También la novela latinoamericana. Se podía soñar con las mariposas amarillas de “Cien años de soledad”, confundirse en las intrincadas narraciones de Borges, conmoverse con los relatos estremecedores de Juan Rulfo o diluirse en la prosa de Carlos Fuentes. Para los tenaces quedaba Rayuela, del indómito Cortázar.
En aquellos años, y en la Universidad, o se pertenecía al PCE o no se era nadie. Y el PCE estimulaba la presencia de estudiantes de buena posición a los que, en ocasiones delataba, para mostrar al régimen que los hijos de los vencedores se situaban en el bando contrario a sus padres. Victorias pírricas. Y efectivamente, José María Barreda, pertenecía al otro bando por nacimiento, pero pronto se colocó en el lado del PCE, porque creía en el progreso imparable de la Historia. Era, y parece, una persona honesta y sensible. Y las sensibles y honestas personas solo pueden situarse en los territorios de los perdedores. Y además, molaba cantidad.
En lugar de licenciarse en Historia debería haber estudiado Arquitectura. La palabra que más pronuncia Barreda es “construir". Tal vez por eso, o por el azar, no faltó a la cita que en mayo de 1983 convocó a los habitantes de una Región, recién inventada, para que levantaran los cimientos y paredes de su futuro. Desde distintos andamios, estuvo presente Barreda en el proyecto. Y lo hizo con el PSOE que, entonces y ahora, es el único partido que puede atreverse con proyectos increíbles. Por eso no comprendo su desesperanza actual, que confiesa al comienzo del libro. Nada de lo que se está haciendo hubiera sido posible con otro partido. Lo escrito por Barreda debe ser leído. En el libro se contiene nuestra historia y su vida, entre la subjetividad de los recuerdos y la realidad cotidiana.