Zeus se disfrazó de toro para raptar a Europa. Y así ha estado durante siglos. Ahora son sus ciudadanos quienes tienen que rescatarla de los diferentes secuestros que ha sufrido. Tienen que decidir cuál debe ser su papel en el nuevo orden mundial. Si quieren seguir como hasta ahora, jaula de grillos, o constituirse como una potencia autosuficiente que cuente en ese nuevo orden que se está formando. Pero definamos el escenario actual. Europa, como potencia económica y política, no le gusta a nadie. No le gusta a los Estados Unidos, que la prefiere débil y necesitada. No le gusta a Rusia, que la ve como un vecino competidor en lo económico y en lo político. No le gusta a China, porque podría ocupar espacios en África y Latinoamérica que está llenando ella ante el abandono decadente de los Estados Unidos y la mala conciencia colonialista europea. Y en la propia Europa, por último, los grupos más conservadores, de izquierdas o de derechas, se inclinan por la vuelta a la naciones antiguas, tribales y mediocres, antes que formar parte de un gran proyecto colectivo en el que se conciten las sinergias de todos sus miembros. El Brexit fue el primer aviso. La ofensiva folklórica de Rusia contra la primera ministra de Finlandia por estar en una fiesta privada hay que tenerlo como algo más que una anécdota. Ha sido quien ha impulsado la adhesión de Finlandia a la OTAN y eso no se perdona. Que Rusia interviniera en Cataluña, por mucho que se intente quitar hierro al asunto, es otro indicador más, de los intentos desestabilizadores de Rusia. Por último Francia, nuestro vecino histórico entrañable, es también históricamente nuestro competidor indomable. No le gusta una España integrada económica y políticamente. Prefiere una España de turismo. Su última intervención se orienta a que no se construya desde España una tubería que pueda aportar gas a media Europa, para que no sigan dependiendo del gas de Rusia. Aunque claro, el problema es que competiría con Francia en la venta de materias energéticas y eso no les gusta nada.
Europa ha envejecido feliz, haciendo apuestas por la paz, la distensión y el mantenimiento del status quo surgido de la Guerra Fría. Nos hemos aburguesados. Nos habíamos acostumbrado al mundo custodiado por los Estados Unidos. Pero ya no parece posible porque el orden está cambiando y los bloques se están remodelando. Rusia ha invadido Ucrania. Estados Unidos abastece la maquinaria bélica de Ucrania. Europa hace lo que puede que, al parecer, no es mucho. Entre tanto Bruselas promueve en la actualidad un pacto nuclear con Irán, aunque dramáticamente depende de lo que digan los Estados Unidos y el Reino Unido. Europa quiere frenar a China y Rusia en Latinoamérica, pero eso no gusta a ninguno de los implicados y tampoco a los Estados Unidos que se comporta como el perro del hortelano, ni come ni deja comer. La pandemia descubrió nuestras debilidades productivas y dependencias energéticas. El entramado de producción se había deslocalizado y hubo que recurrir a externos a Europa para proveerse de vacunas, medicamentos, equipos de protección, alimentos, tecnología y materias primas. De ahí uno de los factores de la inflación. Europa debate si descomponerse u organizarse como potencia autónoma. Está ante su gran encrucijada. Porque un proyecto propio requiere años, compromisos de todos sus miembros y cuantiosas inversiones de futuro. Tal vez en esa dirección debieran entenderse los últimos movimientos internacionales del Sr. Sánchez. Claro, que tradicionalmente los españoles preferimos movernos en nuestro territorio reducido, donde es más fácil liarse a garrotazos, antes que las complejas relaciones internacionales.