Sobre el remedio y la enfermedad
La crisis catalana, que es la crisis de España, ha puesto sobre la mesa uno de los problemas fundamentales que ha vivido nuestro país desde la firma constitucional de 1978: el atávico complejo de la mayoría frente a la minoría. Rescatar los derechos de esta última es una cosa necesaria, pero desatender a los más frente a los menos es del género tontos y del subgénero españoles. ¿A que han oído ustedes a algún político decir, en las últimas semanas, eso de “si el gobierno aplica el 155 se incrementará el resquemor de los independentistas”? La frase admite otras variantes: “hay que tener en cuenta el contexto”, o “si se aplica la ley el problema político seguirá vigente”, o “vamos a alentar su discurso victimista”.
El caso es que, siempre y cuando hablemos de los partidos nacionalistas, parece que el español medio tenga que agachar la cabeza, asumir que la verdad de los hechos es menos importante que sus sentimientos y tener miedo de su posible reacción. ¿Se acuerdan cuando una parte de la clase política española se echó las manos a la cabeza cuando el gobierno sacó adelante la Ley de partidos que ilegalizaba la marca política de la ETA? Decían que las calles del País Vasco arderían de indignación. No pasó nada de eso, pero es que aunque hubiera pasado, la razón de fondo hubiera sido la misma: ninguna democracia puede asumir que una banda terrorista tenga un altavoz político que cobre subvenciones, dé lecciones de democracia y reparta octavillas como si tal cosa.
Lo mismo ocurre en la actualidad con el golpe de estado que nos ha dado el 49 por ciento de los catalanes. Ningún país normal aceptaría una sublevación contra lo más sagrado de su constitución. Sin embargo, en España “tenemos que tener cuidado”, como si los sublevados gozaran de alguna especie de beneficio moral de índole superior. Y, además, ¿qué pasa con los sentimientos de los demás? Este fin de semana he tenido ocasión de visitar Huélamo, en la orilla del Júcar, provincia de Cuenca, a unos 1.300 metros de altura. ¿Qué pasa con los 6 ó 7 vecinos que pasan allí el frío invierno? ¿es que ellos no tienen derechos históricos? ¿acaso sus vecinos no tienen emociones? ¿son esas personas de inferior categoría? Porque con los huelameros, que pagan impuestos y sólo tienen autobús los días de diario, nadie dice eso de “cuidado con aplicar la ley que va a ser peor el remedio que la enfermedad”. Esa España agraviada, como acaba de dejar dicho Javier Ruiz, no grita, pero existe. Y aunque enferma, tiene remedio.