Dicen las autoridades ahora que hay que poner la lavadora durante la siesta para ahorrar luz. No solo no están conformes con habernos cambiado el ciclo vital de la semana y el sueño, sino que se meten incluso en lo más sagrado de España. Lo de este Gobierno no tiene nombre y si lo tiene será sueco o maltés, pero jamás español. No es que pacten con indepes y borrokas, sino que ellos solos se ponen a hacer la mayor enmienda a la totalidad que uno recuerda, la siesta. Al lado de esto, la ley de amnistía es el prospecto de un medicamento.
Poner la lavadora en la siesta es una moción de censura como la que llevó Pedro Sánchez al Gobierno, solo que sin el PNV. Los de la txapela bastante tienen con vender a buen precio la lavadora. El centrifugado en mitad de la tarde es un trueno ahogado de impotencia y ausencia de confort. Más pierde así el Ejecutivo que con la reforma laboral. Sánchez ha empezado a pactar y ya pacta hasta la merienda, sin darse cuenta que la siguiente legislatura lo único que tendrá que gobernar será un cromo del tigretón.
La lavadora rugiendo por la tarde es una madreselva oscura de pelo y piel, un botón en el tambor, un billete arrugado en los pantalones del revés. Si al menos trajera una chai para hacer el centrifugado juntos, la cosa tendría pase. Pero ni por esas. Este gobierno es el menos lascivo de la Historia. Tenía un amigo que decía que Zapatero era antipolvos; pero lo de Sánchez es peor. Es tan guapo que da miedo estropear la porcelana. Del próximo centrifugado, se nos cae del tiesto.
La lavadora en la siesta es antisistema por naturaleza. Pablo Iglesias no lo hubiera pensado mejor e Irene Montero tampoco. Es una opa hostil contra Reynés y todas las eléctricas, mejor que cualquier manifa a las puertas de un hotel. Greta no lo sabe, pero se lo aprenderá para su próximo viaje a España. Gritará en la siesta hasta reventar el agujero de ozono y ponerle un sonotone. El cambio climático es una lavadora invertida de otoño, la pila donde lavaban las abuelas.
Una compañera con oído de tísica me adivinó un día del confinamiento que la lavadora me estaba centrifugando en pleno directo de la radio. Una pena porque el documento periodístico que ofrecía en ese momento se fue por el desagüe para hablar de las camisas blancas y el suavizante. Lo de la siesta no lo suaviza nada, ni un gin tonic en la hamaca, ni un corte de helado, ni tres gustos ni turrón. Noviembre se despereza y hace aguas en las copas de los árboles mientras las hojas caen como ceniza de un volcán apagado. Le metes la lavadora a la tarde de noviembre y en vez de un ensayo, te sale Carmen Mola. Muy gore todo.
El Gobierno ha empezado a perder las elecciones en la siesta de noviembre, en la lavadora asesina, en el centrifugado de las ideas. Tiene la suerte de que Casado está en el tendedero y se le ha vuelto a mojar la ropa con el chaparrón de Ayuso. La lavadora fue siempre el electrodoméstico más erótico y sensual, por ahí tiene escapatoria. Un centrifugado después de la siesta es lo más; durante, puede volar una zapatilla por el pasillo, igual que nuestras madres. Al final, Sánchez va a resultar un primer ministro escandinavo y lo vamos a tener que desmontar como el Ikea.