El corzo salió de la cuneta de improviso, súbitamente, por sorpresa. Nada hacía sospechar que un mediodía de sol y calor, al lado de una autovía, saltara un animal de esas dimensiones a la civilización. Y, sin embargo, lo hizo. El golpe contra el coche fue sonoro y violento, como si lo zarandease una masa informe. Solo pude verlo por el retrovisor, cómo huía velozmente y volvía a esconderse en la espesura. Rápidamente, paré el coche y me eché a un lado de la carretera. Volvía de Palencia y su románico y fue como si todas las piedras que había visto golpeasen a la vez el vehículo. Sin embargo, milagrosamente, no hubo nada. Iba despacio y la prudencia me salvó. Apenas un rasguño provocado por el encontronazo en la puerta del conductor. Probablemente, ni dé parte al seguro, pues no merezca la pena. Lo que yo me pregunto es qué hacía un corzo allí, al lado de la carretera.
Sí, ya sé que los animales viven en el campo y el medio rural y que puede sobrevenir un accidente de este tipo en cualquier momento. Pero uno tiene la sensación de que los animales ya han adquirido más derechos que los propios hombres. Ahora no se les puede cazar en según qué casos y han aumento las protecciones que regulan los cotos y la actividad más antigua del hombre. A algunos les van a poner pisos y a otros, como los lobos, les van a dejar que coman ensaladilla rusa y lo que quieran. Pobre Caperucita Roja si hubiese vivido estos días. El leñador o cazador estaría en prisión, el lobo se habría comido a la abuela y el ajuar entero y Caperucita residiría en un internado. A esto hemos llegado.
Pasa algo parecido con los incendios que asolan España. Cualquiera que hable con personas que viven en los pueblos, te lo dicen alto y claro. No puede dejarse el monte sin cabras ni ganado, que eran los mejores cortafuegos del mundo. Mucho preservar y poca cabeza. La Naturaleza virgen se devora a sí misma tanto como la mano alocada del hombre. En el punto medio está la virtud, no en los lobbys ecolojetas que han hecho de su chiringuito el modo de vida y extorsión. Lo vimos aquí en Toledo con el Puy du Fou, el canto más hermoso a la Naturaleza con la civilización de la Historia a cuestas. Pero podemos contemplarlo también, por ejemplo, en la carretera que une Toledo y Ciudad Real, donde han muerto más hombres que linces.
El discurso ecolojeta aburre desde los sofás, los sillones y las subvenciones. En los pueblos piensan de otra forma porque saben cómo son las cosas, viven del medio rural y no deforman la realidad con soflamas surrealistas, ideológicas y sectarias. Creo, no obstante, que los ecolojetas llegarán a su fin más pronto que tarde. Precisamente por la medicina que ellos mismos dicen representar. Lo insostenible de su discurso es evidente, aparte de su precariedad e hipocresía. Europa ya considera verde la energía nuclear. Alemania pagará este invierno el disparate de Merkel y el lobby verde. Y con ella, toda Europa. El corzo me estaba esperando allí quizá para hablar de la Crítica de la Razón Pura, pero yo no me di cuenta. Con todo, fue inteligente porque en cuanto sintió el roce del coche, salió disparado en sentido contrario. Lástima no haber tomado café con él y apuntarlo a Corzos sin Fronteras. Seguro que hasta le hubiese correspondido alguna paguita al uso.