En recuerdo de don Emiliano Castaños
En estos días de olas de calor de un tiempo que antes del terrorismo cambioclimatista que nos atemoriza se llamaba simplemente verano, por una venturosa casualidad se ha venido a asomar a la ventana de mi ordenador el discurso pronunciado por don Emiliano Castaños en el acto de apertura de curso, 1965 a 1966, de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, con el título "El árbol y el paisaje en la provincia de Toledo".
El privilegio de este encuentro inesperado, unido a la generosidad editorial que permite el formato de prensa digital, me ha invitado a escribir este extenso artículo.
Es este eminentísimo Catedrático de aquel recuperado Instituto de Toledo de aquellos años, y que fuera sede del Colegio de Santa Catalina de la Real Universidad de Toledo, uno de esos insignes personajes de ejemplar trayectoria docente y académica desconocida por la mayoría de las generaciones actuales.
Hacía su semblanza personal y profesional en el discurso de contestación de su ingreso en la Real Academia toledana su colega don Guillermo Téllez, otro gran olvidado de una pléyade de magníficos profesores que en aquella etapa hicieron brillar con luz propia la docencia impartida por cada uno de ellos en su especialidad en la veterana Institución docente del Palacio Lorenzana, y hasta influir en el ámbito cultural de la ciudad.
Para tan solemne ocasión presidía la sesión el orfebre y genial artista de la forja del hierro don Julio Pascual, otro académico de ejecutoria toledanista imperecedera y que había sido condiscípulo del nuevo numerario en la Escuela de Artes y Oficios. Es el propio don Guillermo Téllez en su contestación quién también alude a otro irrepetible ejemplar humano y científico, de igual manera relegado al olvido, don Ventura Reyes Prósper, de cuya amistad con el Catedrático Castaños surgió la muy particular influencia ejercida en su ya indeclinable devoción por las Ciencias Naturales.
Observación de la Naturaleza
Para completarle se añade en el panegírico del nuevo académico su condición de excelente pintor y dibujante que aplica su arte tanto como aproximación a la observación detallada y minuciosa de la Naturaleza como a la expresión más viva del paisaje, al extremo de hacer exclamar al orador de la laudatio en el trámite académico que don Emiliano “admira lo bello y siente lo pintoresco”, para posteriormente resumir que el color del paisaje de Toledo “resultado de su geología y de su climatología, es el aspecto visible de un hábitat”.
Se trataba en realidad de explicar la incorporación de Castaños, en esa otra faceta de su rica personalidad, dentro de alguno de los distintos grupos de pintores de Toledo que identifica el orador, al muy concreto de los "que hacen verdadero culto del paisaje sin dejar de darle su coeficiente personal", "secreto pictórico que hay que convivirlo mucho para interpretar y ver sin prejuicio sus grises", y del que don Guillermo Téllez menciona en su discurso a Ricardo Arredondo, Aureliano de Beruete y Enrique Vera.
Este breve bosquejo de la personalidad admirable de don Emiliano Castaños es suficiente para glosar en este artículo su mencionado brillante discurso en la Real Academia toledana con el que se inauguraba el curso 1965-1966.
Enamorado del árbol
Le comenzaba con una explícita declaración de amor. Al igual que me sucede a mí, confiesa ser un enamorado del árbol más por vocación que por profesión y recuerda el comienzo de esa pasión en aquel día de 1906 en que por primera vez se celebraba en Toledo el Día del Árbol. Era aquella nobilísima iniciativa promovida por don Luis de Hoyos Sainz, Catedrático de Agricultura del Instituto y también en su momento Concejal de nuestro Ayuntamiento, que tenía como escenario un espacio extramuros de las afueras, en la Vega Baja, con la sola presencia entonces de las ruinas del antiguo Circo Romano y "una modestísima venta con frontón para el juego de pelota vasca". ¿Referencia tal vez ya a la que sería famosa Venta de Aires?
Protagonistas plantadores para la ocasión eran los adolescentes y jóvenes escolares toledanos de aquellos años, cuya participación ya daría lugar a que en el tiempo venidero aquel futuro parque ya fuese conocido siempre con el nombre de Parque Escolar o simplemente El Campo Escolar. Estando nuestro ilustre personaje entre esos protagonistas, se pregunta al inicio de su discurso, con nostalgia de aquel tiempo, "¿Cuál será el pino que yo planté?".
Malheridos pero no muertos, esqueléticos y desmochados en estos días tristes por tantos motivos, humillados por la nieve asesina de Filomena, aún muestran en el Campo Escolar su más que centenaria presencia los veintisiete pinos carrascos entre los que sin duda –al menos así yo he querido sentirlo al aproximarme al Parque en una de estas mañanas– estará todavía el plantado por don Emiliano.
En los pasajes siguientes de su magistral disertación alude al proceso de deforestación, de muy antigua data, perdido quizá en la noche de los tiempos, de todo el territorio peninsular, particularmente desolador en la árida, casi esteparia Castilla. Refiere el sentimiento abatido por la pérdida de esta riqueza de todo el sufridor elenco de historiadores propios, curiosos investigadores, viajeros hispanistas –Pedro de Alcocer, Teófilo Gautier, Francisco de Pisa, Antonio Ponz, Alfonso Rey Pastor, Fernando Jiménez de Gregorio, Joaquín Gómez de Llarena– que en su vivencia toledana sólo podían sustituir el antiguo verdor del bosque con imaginación calenturienta o con ensoñaciones legendarias ante la cruda realidad de una tierra calcinada por la sequía, casi subdesértica, y desprovista de toda cubierta vegetal arbolada, diagnóstico pesimista del que tal vez sólo la vegetación de algunos cigarrales y de las riberas del Tajo serían el único contrapunto de tan calamitoso paisaje.
El caso francés
No deja de mencionar en su discurso la carta que desde Francia le envía un discípulo suyo que "se queda admirado del cuidado que dan a los árboles". Es tal, asegura el remitente, que "en el pueblo cada vecino atiende con verdadero mimo a los árboles que se encuentran enfrente de sus fachadas… se encarga de él quitándole la yerba…podándole a su época…".
Y se pregunta don Emiliano al término de la lectura de la carta: "¿Qué dirían a esto nuestros arboricidas?". La respuesta, por desgracia, es que no hay muchas personas como alguien que yo bien conozco que lleva el maletero de su coche atestado de garrafas llenas de agua para regar, hasta con nocturnidad, de forma admirablemente anónima, bastantes árboles de Toledo que si no fuera por este generoso y solidario gesto no verían una gota en toda la temporada de más rigor canicular.
Constatada la desaparición de nuestros bosques, al menos con toda su extensa e inmensa presencia primigenia, llega así el orador a la pregunta crucial de su discurso: "¿Por qué ha ocurrido esa despoblación?”", se pregunta el Profesor Castaños. Sólo con una enumeración muy escueta me limito a citar las causas por él mencionadas: incendios, pastoreo, necesidad de madera para las ferias, cultivo agrícola y plagas.
Desaparecidas todas o cuando menos alguna de esas causas, la renovación natural de la cubierta vegetal, ya sea arbolada o arbustiva, empieza a ser posible. El caso del entorno de la ciudad de Toledo es paradigmático. Decaída o inexistente la necesidad de madera y leñas, ya para la construcción, ya como combustible; producido el cese de la presión de la cabaña ganadera, tanto sedentaria como trashumante; la recuperación del espacio más meridional del valle del Tajo hasta las planicies somontanas de los municipios colindantes, por encinas, enebros, almeces, almendros, cornicabras y majuelos nos ofrece en nuestros días un paisaje natural mucho más poblado de vegetación que el de hace tan solo unas cuantas décadas.
De los enclaves del entorno toledano en los que no se producía ese retorno natural a la vegetación arbolada el orador hacía cita elogiosa ya entonces de "los alrededores de la Ermita de La Bastida" y "muchas manchas esporádicas de arbolado en los lados de la carretera de Toledo a Madrid". Fue precisamente en esos pinares en los que desarrollé mi Proyecto Fin de Carrera. Era una propuesta de aprovechamiento por trasplante con cepellón de escayola de grandes ejemplares destinados a repoblaciones ornamentales. Innecesario decir el disgusto que habría sobrecogido el ánimo de don Emiliano si hubiera tenido que presenciar más de medio siglo después los estragos producidos en las repoblaciones de pino carrasco de esos lugares, convertidas en masa forestal ya bien consolidada, por la infame nevada de estas funestas fechas de nuestros días.
Cuando el conferenciante se extiende en la clasificación y descripción de todos los paisajes de la provincia de Toledo se nos descubre, además del exhaustivo conocimiento que posee de toda la geografía provincial, su inmenso caudal de ciencia del medio natural de cada uno de ellos, muy en particular de su flora. En un admirable alarde de sabiduría botánica, la identidad bien diferenciada de cada uno de estos paisajes confiere carácter de ecosistema a cada comarca natural.
En el capítulo de su disertación que califica de "Paisajes de los alrededores de Toledo", don Emiliano no puede omitir una descripción detallada del Paseo de Merchán, nuestro Paseo de La Vega de siempre. Es un repaso completo, casi fotográfico, de toda la variedad del arbolado y jardinería de aquellos años, expresión elocuente que de entonces acá – salvo la pérgola del paseo central de oportunidad discutible y algunas áreas pavimentadas– La Vega no ha sido objeto de renovación alguna. Como curiosidad de la descripción cita –y "merece elogios" dice– "la hermosa rosaleda que creó el Ayuntamiento hace pocos años".
Es completa la mención al resto de esos paisajes del entorno toledano –Buenavista, Los Lavaderos, San Bernardo, Morterón, Hernampáez, El Ángel, Safont, Virgen del Valle, Cerro del Bú y… ¡cómo no! Los Cigarrales–, lo que nos corrobora una vez más el amoroso y profundo conocimiento que tenía don Emiliano de todo lo que tuviera que ver con la ciudad que le vio nacer.
Críticas
Consecuencia de ello es también el hecho de no eludir su opinión crítica sobre ciertas actuaciones –todavía no había evaluación de impacto ambiental– de efecto negativo o desfavorable sobre alguno de esos paisajes del entorno de la ciudad. Menciona al respecto la presa en el río junto al Puente de San Martín y la tala de "un bosquecillo del lado izquierdo del río, llamado La Peraleda".
Pero a la vez, no ahorra palabras de gratitud a "los Ayuntamientos que se han sucedido en los veinticinco años de paz, procurando hermosear no solo la ciudad, con su cómoda pavimentación y otras reformas, sino también los paseos como el del Tránsito y sus rodaderos".
Hay mención muy especial en este capítulo de elogios, y hasta en dos ocasiones, al Ingeniero de Montes don José Lara Alén, Jefe del Patrimonio Forestal del Estado, posteriormente Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza, ICONA. Pondera la vigorosa tarea de repoblación forestal llevada a cabo bajo su dirección en muy distintos términos municipales de la provincia, incluso la labor de "embellecer con plantas y arbolado el Polígono Industrial". Y de mi recuerdo personal, como cita de curiosidad botánica, puedo añadir la presencia de los tres únicos abetos pinsapo que por entonces había en Toledo, que se habían plantado en la recuperación vegetal del rodadero en umbría situado en la muralla junto al Hostal del Cardenal y que desaparecieron, ya de considerable porte, en las obras de instalación del remonte de las escaleras mecánicas.
En realidad, la labor reforestadora en la provincia de Toledo no era sino un caso particular del potente plan que, con carácter general, se estaba poniendo en práctica durante aquella etapa en todo el conjunto del territorio nacional.
Pero quizá hoy don Emiliano Castaños se viera forzado a admitir que no corren buenos tiempos para la causa de la repoblación forestal. En una reciente entrevista realizada por la Revista "Montes", Ibrahim Thiaw, Secretario de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, pone mucho más énfasis en el llamado "potencial de restauración de la tierra", (¿?), que en las políticas clásicas de repoblación forestal, al extremo de llegar a afirmar, en una exaltación del cambioclimatismo que nos invade, que se deben emplear "marcos de restauración científicamente sólidos que vayan más allá de la plantación de árboles". Afirmación, por su carácter críptico y ambiguo, enormemente preocupante.
Aparece como evidente que en materia de cubiertas vegetales arboladas se opta por conservar lo que hay más que por incrementar lo que debería haber, con olvido o ignorancia de que la mayor parte del esfuerzo de reforestación en países como España, con grandes zonas en riesgo de desertización, ha estado más destinado a la creación de grandes masas de montes protectores que a cualquier intención productivista de las mismas, por lo demás también necesarias en no pocas circunstancias.
Por lo que hace a España quizá se venga a añadir otra razón de rémora de índole política. Por el absurdo y estúpido empeño de denostar todo lo que se hizo en nuestro país en las décadas posteriores a nuestra guerra civil, es más que posible que la repoblación forestal sea tenida como uno más de los meritorios logros a ignorar y hasta proscribir.
Difícil tarea
En su discurso hizo don Emiliano Castaños mención de gratitud a los distintos Ayuntamientos de su época por su labor a favor de los parques y jardines de la ciudad. Esa debe ser también nuestra actitud en estos días. Debido a la brutal devastación producida por la terrible borrasca, afronta la Concejala doña Marta Medina la más difícil tarea que el tiempo más reciente haya deparado a ningún miembro de la Corporación responsable del mantenimiento y conservación de nuestro patrimonio municipal vegetal.
En tan difíciles circunstancias debe contar con nuestra ayuda y colaboración, y cualquier crítica a su tarea, siempre legítima desde la responsabilidad de la oposición política, debe estar presidida por espíritu constructivo e ir acompañada de propuestas positivas.
Ese sería el mejor homenaje que pudiéramos rendir al recuerdo de un tan excelente naturalista, amante de Toledo y excepcional ser humano como fue don Emiliano Castaños.