Si el calentamiento global es imparable, ¿por qué esforzarnos en reducir emisiones?
El cambio climático se debe, en su mayor parte, al calentamiento global provocado por la gran cantidad de gases invernadero que emitimos. Por eso parece obvio pensar que depende de nosotros que ese fenómeno no siga intensificándose. Pero antes de tomar cualquier decisión para tratar de resolver un problema, hay que considerar si tenemos capacidad para llevarla a cabo y si nos merece la pena el esfuerzo necesario.
Desde hace décadas, un ingente número de científicos se han dedicado a analizar metódicamente la amenaza global del cambio climático. Un formidable conocimiento al servicio de los dirigentes mundiales que tendrían que tomar las decisiones para evitarla.
Para facilitar el análisis de ese enorme volumen de información, la ONU auspició en 1988 la creación de grupos de expertos internacionales en diversos aspectos del cambio climático (el IPCC, por sus siglas en inglés). Estos se han encargado de elaborar periódicamente informes en los que, sintetizando todo el conocimiento científico más actual, se sopesa minuciosamente la gravedad del problema y se recomiendan posibles medidas paliativas.
Más emisiones, mayor calentamiento
Uno de los últimos hallazgos del IPCC publicado en su informe de 2014 es que, a pesar de la extremada complejidad del sistema climático, se ha encontrado una relación cuantitativa entre causa y efecto. Desde finales del siglo XIX, el aumento de temperatura global es proporcional a la suma total acumulada de todas las emisiones humanas de CO₂ contabilizadas desde entonces.
La sorpresa es que ese mismo resultado lo reproducen, con diversos hipotéticos escenarios de emisiones a lo largo de este siglo, las proyecciones de los modelos de simulación climática más completos y fiables.
La conclusión fatídica de este resultado es que el calentamiento global (y el consiguiente cambio climático) continuará intensificándose de forma proporcional a la cantidad total de emisiones globales que se sigan sumando de aquí en adelante:
- Si el aumento de emisiones excediera el ritmo presente, se aceleraría el ritmo de calentamiento actual.
- Si se estabilizaran las emisiones, se mantendría el mismo ritmo de calentamiento actual (casi 0,2℃/década).
- Si disminuyeran las emisiones, disminuiría el ritmo de calentamiento. Pero aún continuaría aumentando la temperatura global.
El IPCC demuestra inequívocamente que la única manera de que no siga progresando el calentamiento es que antes cesen por completo las emisiones de gases invernadero a escala global. Esta sentencia es impactante y parece abocar a un régimen climático inquietante en lo que resta de siglo: el calentamiento global va a seguir progresando de forma irremisible en las próximas décadas.
Los científicos sabemos que, en el imposible caso de que parasen hoy por completo todas las emisiones a escala global, la temperatura media global todavía aumentaría un poco más. Y ese nivel de calentamiento perduraría varios siglos. Este aparente sino siniestro podría conducirnos a un desánimo paralizante que tan solo agravaría el problema. Para ver la forma de mitigarlo no cabe más que recurrir, de nuevo, al conocimiento científico.
El límite que no debemos sobrepasar
Es obvio que cuanto más intenso sea el cambio climático, mayores serán sus impactos. Por eso es necesario establecer un nivel umbral que evite un deterioro futuro inaceptable.
Todos los modelos físicos del clima apuntan que, si se llegara a un nivel de 2℃ por encima de la temperatura global media de la era preindustrial (mitad del siglo XIX), la probabilidad de futuros impactos climáticos peligrosos aumentaría “significativamente”.
El IPCC advierte de que, para no sobrepasarlo, las emisiones globales de CO₂ deben cesar antes de que la suma acumulada de todos los vertidos a la atmósfera desde mitad del siglo XIX llegue a unas 3,7 billones de toneladas. En el año 2014, ya alcanzaban una cifra aproximada de 2 billones de toneladas.
Considerando que actualmente se emiten unas 53 000 millones de toneladas cada año, parece claro que las emisiones mundiales deben empezar a descender lo antes posible. Cuanto más se demore esa medida, mucho más drásticos deberían ser los recortes futuros para conseguir el objetivo fijado.
La cuestión entonces es cómo reducir las emisiones en las próximas dos décadas. Sin que suponga un impacto indeseable en el crecimiento económico global y contando con tecnologías que ya existen o que se vislumbran como plausibles a medio plazo.
Estrategias para reducir emisiones
Para reducir las emisiones de CO₂ (responsable casi del 80 % del calentamiento actual), disponemos de tecnologías renovables. Por otra parte, también a corto plazo (año 2030) es imprescindible considerar el cese total de la deforestación (responsable del 18 % del CO₂ emitido), especialmente en regiones tropicales, y la incentivación de la aforestación (plantaciones nuevas) y la reforestación (restitución forestal).
A más largo plazo (horizonte posterior a 2050), el IPCC señala que es imprescindible el uso masivo de tecnologías que permitan llegar a balances negativos de emisión de CO₂. Al menos en los sectores de industria y electricidad. También una electrificación mayoritaria del transporte terrestre y un uso primordial de biocombustibles en el aéreo y marítimo.
Para conseguir un balance neto negativo en las emisiones globales de CO₂, solo caben dos vías:
- Evitar liberar ese gas a la atmósfera (emisión casi cero) mientras que la cubierta vegetal continúa eliminándolo de la atmósfera de forma natural al ritmo presente.
- Incrementar sustancialmente el ritmo de eliminación por procesos naturales o artificiales y, al mismo tiempo, reducir mucho las emisiones actuales.
Todas estas recomendaciones están cuantificadas en los informes que emite el IPCC y son las que están sirviendo actualmente de guía a la ONU, como organismo supervisor de los compromisos en el Acuerdo de la Cumbre del Clima de París, y a los gobiernos de los países firmantes.
Como conclusión, la ciencia nos dice que aún es posible frenar el cambio climático antes de que este llegue a un nivel que se considera “peligroso”. Pero los costes de las medidas a tomar para conseguirlo solo serán asumibles por la economía mundial si se actúa con decisión y urgencia. Cuanto más se retrasen, mucho mayor sería el precio a pagar para alcanzar el objetivo.
Desde luego, si no se consiguiera, los inaceptables riesgos asociados, económicos y medioambientales, los sufrirían irremediablemente las generaciones futuras. Esa es la alta responsabilidad que debemos asumir las generaciones actuales.