Perros como hijos
Ha sido noticia en Twitter, con poco impacto mediático en otros medios, la reivindicación de una mujer de poder disfrutar de los mismos permisos y derechos que tienen las madres por nacimiento de un hijo ante la adopción de un perro. En esencia, exigía una cierta flexibilidad de la legislación laboral para equiparar ambas situaciones y, por tanto, poder disfrutar de los mismos beneficios, con el fin de poder cuidar del animal durante las primeras semanas, beneficiarse de una reducción de jornada para poder atenderlo debidamente o poder disfrutar de otro tipo de ventajas que tienen las madres en estos casos. La noticia se comenta por sí misma: resulta tan absurda que es ciertamente difícil encontrar argumentos para entablar un debate racional con personas que plantean este tipo de peticiones.
Sin embargo, ahí está la gravedad de la misma, pues lo cierto es que esta visión de la realidad está ganando más peso en nuestra sociedad, hasta el punto que tiene ya su traslación en ciertos planteamientos normativos. Pensemos, por ejemplo, en el proyecto de ley de protección, derechos y bienestar de los animales –la llamada ley de bienestar animal–, que, aunque contiene medidas de protección de los animales muy razonables y necesarias, parte de un enfoque que tiende a equiparar seres humanos y animales, situándolos en un mismo plan. Baste la lectura de este párrafo de su exposición de motivos para evidenciar que así es: "El principal objetivo de esta ley no es tanto el garantizar el bienestar de los animales evaluando las condiciones que se le ofrecen, sino el regular el reconocimiento y la protección de la dignidad de los animales por parte de la sociedad. Por tanto, no regula a los animales como un elemento más dentro de nuestra actividad económica a los que se deban unas condiciones por su capacidad de sentir, sino que regula nuestro comportamiento hacia ellos como seres vivos dentro de nuestro entorno de convivencia".
En cualquier caso, debe insistirse en que el papel del Derecho en una sociedad ha de partir siempre de la adecuada protección de la dignidad humana, sin que en ningún caso se caiga en el error de humanizar a los animales. Ciertamente, los animales, en tanto que seres vivos, han de ser debidamente protegidos por el ordenamiento jurídico; pero ello ni puede ni debe hacerse por vía de la equiparación con los seres humanos. Implica negar la naturaleza de las cosas: aunque personas y animales formamos parte de la creación, existe un orden de prelación del ser humano, a cuyo servicio está el resto de los seres creados. Claro es que esa relación jerárquica no debe llevar –y ahí sí debe entrar en juego el Derecho– al abuso sobre las criaturas y resto de recursos naturales que nos ofrece nuestro planeta: como señala el Papa Francisco en Laudato Si', nuestra función es cuidarlo y cultivarlo, aprovechar los dones que nos ofrece, no someterlo; un cuidado y atención a lo creado que, sin embargo, no se deriva del hecho de que el resto de seres vivos tengan una dignidad equiparable a la humana, sino de la propia dignidad humana, pues "todo ensañamiento con cualquier criatura es contrario a la dignidad humana". Pero de ahí a equiparar niños y animales, maternidad y propiedad adquirida de un perro, a los efectos de reconocer derechos, hay un abismo.
Por eso, hemos de caer en la cuenta de que hay algo mucho más grave en esta visión de la realidad que posee quien pide equiparar la compra o adopción de un perro con tener o adoptar un hijo. Evidencia cómo se concibe la relación con el mundo y con los demás. Implica situar en el mismo plano a ambos, niño y animal, atribuirles el mismo valor social, la misma dignidad. Y, como consecuencia, supone despreciar lo que es más valioso. Es por ello que peticiones de esta naturaleza han de ser rechazadas: crean confusión, afectan negativamente al valor de lo importante, muestran la deriva que ha adquirido nuestra sociedad hacia el desprecio a la persona. Una sociedad sin hijos está abocada al fracaso; la maternidad (y la paternidad) es un valor que se ha de promover desde los poderes públicos con el fin de garantizar nuestro futuro, mantener nuestra comunidad, hacer posible el relevo generacional. No, un perro no es como un niño.
Areópago es un grupo de opinión, con sede social en Toledo, formado por un conjunto de cristianos que desean hacer llegar su voz a la sociedad para poder entablar un diálogo constructivo sobre temas actuales de interés para todos.