El cultivo de la marihuana vive una época dorada en este país, y la provincia de Toledo como “una de las punteras en la producción de hierba en España”. Borox, Illescas, Chozas de Canales, Olías del Rey, Huerta de Valdecarabanos…, el cultivo ilegal de cannabis trae de cabeza a la policía y la penetración de la narcoeconomia en el tejido social toledano resulta ya preocupante ante las decenas de detenidos por delitos relacionados con estos sembrados.
Desde la comandancia de la Guardia Civil en la capital regional señalaban recientemente en unas manifestaciones a ABC que la proliferación de estas plantaciones se debe a la multitud de viviendas vacías propiedad de los bancos, alquiladas, y por su proximidad a la Comunidad de Madrid. Un cultivo que también se focaliza en naves industriales, invernaderos, y habitaciones subterráneas.
Su propagación resulta sencilla. Basta comprar semillas de forma legal en cualquier establecimiento dedicado a la venta de productos relacionados con el cultivo de cannabis, adquirir lámparas, tiestos, y ventiladores para lanzarse a una actividad escasamente castigada en España, pero bastante rentable. Una planta mediana puede dejar unos 500 euros de beneficio, cifra que se puede multiplicar hasta cuatro veces al año, ya que cada cosecha precisa de apenas un trimestre para su optimo desarrollo.
La situación del cannabis resulta paradójica en España. Mientras su consumo está socialmente aceptado y buena parte de la población favorable a su legalización, en el Congreso de los Diputados no existe unanimidad para su aprobación, y sí grandes discrepancias en cuantas iniciativas han sido presentadas para su regulación por los diferentes partidos. Una ordenación compleja, difícil, y llena de meandros que, ante la falta de acuerdos parlamentarios, sigue permitiendo a este cultivo convivir en la ilegalidad, fomentar un negocio que mueve grandes sumas de dinero, y favorecer las prácticas mafiosas y criminales que conlleva su desarrollo. Iniciativas que, aunque de forma tardía, resultan ya imprescindibles para clarificar una realidad extendida y aceptada por la sociedad española.
Proyectos, sin embargo, que chocan con el negacionismo en el que suelen refugiarse algunas formaciones políticas. Una fingida oposición que con frecuencia raya en la pura hipocresía.