El concepto de ciudadanía corporativa se ha abierto paso de un modo irreversible en la mente de las personas y de las instituciones que conforman la sociedad abierta en la que vivimos. No hay marcha atrás. Los ciudadanos, en su condición clientelar o conviviente, copropietario o receptor, exigen que las empresas sean algo más que lo que son y se muestren como actores activos de los cambios que el mundo necesita.
Lo que se le pide a una persona jurídica es lo que se le pide a una persona física: compromiso con su entorno, participación activa e inclusión de la diversidad. Ni más ni menos. No es una carta a los reyes magos ni una nueva utopía para entretener las contradicciones de nuestra sociedad: es un paso firme que necesita indicadores objetivadores y mediciones para hacer posible que la ciudadanía sea un título con el que se comprometan las personas y las empresas. Un derecho con obligaciones.
Hace unos meses, la agencia de comunicación
La gran conclusión a la que llega este primer informe es que lo que las empresas muestran de su ciudadanía corporativa está un 70% por debajo de las expectativas de plenitud ciudadana a la que sus conciudadanos aspiramos. Todos esperamos más de las empresas y de la manera en la que comparten su ciudadanía con los demás: con sus consumidores, con sus empleados, con sus accionistas, con las instituciones. Hablamos de más información y distinta. Ese es uno de los desafíos a los que se enfrentan las empresas del presente.
"Sumar a las promesas y a los hechos ejemplaridad exige comunicación"
Más allá de considerar la calificación otorgada por el estudio como un suspenso o un aprobado en ciudadanía corporativa, lo que manifiesta es que ni el mundo empresarial está siendo capaz de construir su papel en la sociedad y mostrarlo al conjunto de sus ciudadanos (y especialmente en un momento como el actual) ni seguramente su compromiso con los grandes principios por los que el mundo tiene que cambiar –los ODS– están siendo materializados por las empresas. Los avances no se notan. Se declaran, pero no se miden. Mi primo Juan le dijo una vez a Xaime que el mundo sería mejor y desde entonces, él y los amigos a los que se lo contó siguen esperando…
Se trata de sumar a las promesas y a los hechos ejemplaridad y eso exige comunicación. Mucha más y de un modo muy distinto a como las empresas la emplean para compartir su ciudadanía con sus vecinos (jurídicos y físicos). ¿Qué manifiesta más del ADN ciudadano de una empresa: el crecimiento a triple dígito de su negocio –necesario para su supervivencia– o la manera en la que favorece integración de la diversidad funcional o de género entre sus empleados?
¿Qué cifra muestra más su compromiso: el dividendo con el que retribuye a sus accionistas o los impuestos con los que contribuye reducir la brecha de desigualdad de riqueza y oportunidades de las últimas décadas? ¿Qué retrata más el compromiso y el entendimiento del respeto por sus conciudadanos: la extracción abusiva de su comportamiento a través del dato en páginas web, plataformas de e-commerce o sus esfuerzos y filtros seguros el para que lo que hay detrás de esos datos no le dé la espalda al derecho a la intimidad, la privacidad y el olvido?
"La mayor parte de las empresas están muy lejos de convertir su participación social en algo más que en la creación de valor financiero"
La ciudadanía corporativa no es una asignatura. No declina un modelo de comportamiento sino la manera en la que las empresas dejan los viejos voluntarismos que encarnaban las estrategias de RSC para ser ciudadanos antes que empresas; personas antes que masa. Los públicos en los que nos convertimos las personas cuando vivimos en sociedad (consumidores, inversores, empleados, contribuyentes, receptores de renta e infraestructuras o formación) exigen a las empresas mucho más que la satisfacción de sus demandas de consumo, a veces tan irracionales como perversas.
Algunas empresas lo han visto ya y lo retratan –al menos parcialmente– en sus manifestaciones públicas y previamente con hechos ciertos y probados. Pero la mayor parte de las empresas están muy lejos de convertir su participación social en algo más que en la creación de valor financiero. En los hechos y en el relato nos jugamos la supervivencia de los principios más elementales de nuestras libertades individuales y colectivas. Como terminaba Muñoz Molina su ensayo Todo lo que era sólido: “Ya no nos queda más remedio que empeñarnos en ver las cosas tal y como son, a la sobria luz de lo real. Después de tantas alucinaciones, quizá sólo ahora hemos llegado o deberíamos haber llegado a la edad de la razón”.
*** Alberte Santos Ledo es CEO de Evercom.