La palabra crecimiento parece que va a tener que salir del diccionario. Al menos, tal y como aparecía hasta ahora. Al menos, en su definición. Al menos, la económica. El crecer por el crecer, como el frotar, se va a acabar. Como dice mi querida amiga Eva Ballesté: “Cambiamos a un crecimiento con propósito”. Ese mantra de nuestra nueva era de búsqueda desesperada de crecimiento e inversiones sostenibles.
Eso significa “invertir pensando en futuro, lo que se traduce en inversiones no especulativas”. Como ocurre con todo lo relativo a la sostenibilidad, implica olvidarse del cortoplacismo para alargar el plazo de la mirada, porque los retos sostenibles no se acometen y se realizan de hoy para mañana. Yo escruto a mi alrededor y la verdad es que no acabo de verlo implementado. Pero así debe de ser cuando tantos lo cuentan.
Resulta casi una obviedad complicada de superar eso de que el mundo debe no sólo frenar, sino transformar su modelo de consumo, pasando del usar y tirar a la circularidad. Todas las empresas tienen, más que la obligación, la necesidad de contribuir al cambio. Porque vivir así es morir, y no precisamente de amor.
No es un tema de unas empresas, de unos gobiernos o de unos individuos: es un asunto planetario. ¿Porque afecta al planeta? Sí. Pero fundamentalmente porque todos los países, con todas sus consecuencias, han de orientarse hacia la gestión sostenible. “Eso aplica a las finanzas, a la banca ética y a las micro finanzas”, insiste Eva, que lleva años investigando y publicando en torno a la nueva economía y trabajando sobre las tesis de la nuevas inversiones.
Por ello, cualquier financiación debe estar enfocada a los valores ESG (ambiental, social y gobernanza, por sus siglas en inglés), teniendo en cuenta, además del crecimiento económico, que también ha de ser sostenible, un propósito claro de vigilancia y cumplimiento de respeto y del cuidado medioambiental, así como del bienestar social de las empresas a las que se financia, pero también de sus inversores y de sus propias empresas.
La cuestión clave es a quién financian las compañías destinadas a ello. Como les ocurre a todos aquellos que estamos involucrados en la generación de un mundo más sostenible y que, al mismo tiempo, trabajamos en el entorno del gobierno corporativo, espero con interés la carta anual a los CEO del presidente y fundador de BlackRock, Larry Fink. En la de este año 2022 ha vuelto a dar en la diana en varios de sus mensajes.
"La tecnología es fundamental para hacer más con menos recursos y reducir el consumo energético"
Por ejemplo, cuando asegura que “nunca ha habido más dinero disponible para que nuevas ideas se conviertan en realidad. Esto está alimentando un panorama dinámico de innovación". O cuando escribe que "la mayoría de stakeholders –grupos de interés–, desde accionistas hasta empleados, clientes, comunidades y reguladores, ahora esperan que las empresas desempeñen un papel en la descarbonización de la economía global. Pocas cosas afectarán más las decisiones de asignación de capital, y por lo tanto el valor a largo plazo de su empresa, que la eficacia con la que navegue por la transición energética global en los años venideros".
Al leerlo recordé el libro de operaciones de la gran Eva, en el que habla de la ecología industrial. Recuerdo una mañana en la que, literalmente, nos entusiasmamos al recordar cómo la innovación a través de la sostenibilidad y de la tecnología son los grandes aliados de un cambio que ya está gestándose (las intenciones son buenas; la rapidez no tan evidente).
“La tecnología es fundamental –me decía– para hacer más con menos recursos y reducir el consumo energético. Tampoco es sostenible la producción en la otra parte del mundo. Y luego se está generando un nuevo fenómeno: antes tú producías y vendías y el que se encargaba de reciclar era el cliente. Ahora hay que reinsertar el reciclaje en el precio y el cliente tiene que ser capaz de pagar, ya que es la empresa productora la encargada del reciclaje.”
"Es importante que el nivel de inversiones esté alineado con los valores ESG"
Por eso es importante que el nivel de inversiones, o mejor dicho la selección de empresas en las que invertir, esté alineado con los valores ESG. También sería ideal que el máximo órgano de gobierno de las compañías, el Consejo de Administración, tenga conocimientos sobre el tema y esté dispuesto a afrontar esta fórmula consultiva de todos los grupos de interés y no sólo de los accionistas. También lo es que ellos afronten y acepten las estrategias a largo plazo, estrategias sostenibles globales.
Como me recuerda Eva Ballesté, en 1984, cuando Amy L. Domini y Peter D. Kinder publicaron el libro Ethical investing, se proponían ejemplos de inversión sostenible centrándose en la geotermia o en los sistemas de fabricación basados en la eficiencia energética y la protección al medioambiente. Casi cuarenta años después, los parámetros han crecido, en la medida en que se ha ampliado la visión a aspectos sociales y de gobierno corporativo.
Hoy, cuando se habla de inversiones y de financiación, hay que vigilar las diferentes estructuras posibles de apalancamiento financiero, ya que “todas ellas –asegura Ballesté– serán más viables cuanto más se asocien a conceptos de economía circular, protección al medioambiente y estén ligadas al concepto de crecimiento sostenible”.
Reflexionando tras estas conversaciones y lecturas, pensaba que todo se estaba complicando excesivamente a la hora de buscar una empresa en la que invertir, a la hora, como empresa, de encontrar financiación, pero también en el momento de vigilar todas las circunstancias que expongo, a la de contarlo a los grupos de interés, a la de comunicarlo. Más que complicado, es simple. Más que una tesis, es propósito. Más que un artículo, requiere una palabra: supervivencia.
*** Charo Izquierdo es periodista y consejera independiente