Nos adentramos en una era donde la desigualdad social y el deterioro del medioambiente están marcando la agenda política y económica. Por esta razón, Europa ha tomado la iniciativa, frente a la máquina productiva asiática y la innovación tecnológica americana, y se ha convertido en un elemento de liderazgo mundial y proteccionismo.
Actualmente, muchas empresas han empezado su particular viaje del impacto social, a través de políticas aisladas de sostenibilidad, RSC, ESG, o como cada uno las llame. Incluso algunos han empezado a tener muy presente los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU —la hoja de ruta de los grandes retos de la humanidad—. Sin embargo, no es suficiente. Como no lo es tener una fundación, o colaborar puntualmente en patrocinios solidarios. No se trata de una moda, sino que es y debe ser, algo imperativo para las empresas.
La empresa no puede ser un ente aislado de los retos de progreso de la humanidad, sino todo lo contrario, debe ser un motor de progreso y bienestar. Debe tomar conciencia, tener alma y crear bienestar social y contribuir a regenerar nuestros problemas medioambientales. Algunos entienden la verdadera dimensión de este hecho, pero muy pocos entienden el gran impacto económico y de valor que esto supone para la empresa.
En mi libro, Empresas que crecen con alma (Profit, 2023), hablo precisamente de eso, de cómo tener éxito en los negocios a través del impacto social y medioambiental. Mi propuesta es que las compañías, guiadas por un nuevo tipo de liderazgo, revisen sus fundamentos y se transformen para ejercer el papel que necesita la sociedad a nivel mundial. Es decir, las empresas deben de transformar este enfoque aislado o de moda del impacto social, a tenerlo dentro del su estrategia empresarial, de su ADN.
Para alcanzar este objetivo, el líder debe tener un propósito, una visión a largo plazo del negocio. Cuando alguien tiene esa visión, enmarcada en la revolución social y medioambiental que estamos viviendo, es capaz de integrar esta estrategia en el centro de su negocio y no dejarla apartada como un departamento o una fundación. Las compañías que no lo hagan van a tener en breve, complicaciones de acceso al capital, penalizaciones legislativas, problemas de captación y retención del talento, y dificultades comerciales con los consumidores y/o otras empresas, cada vez más exigentes y concienciadas.
Por otro lado, el empresario tiene que ser capaz de orientar su compañía, no solo a resultados, que son muy importantes, sino en generar un impacto positivo en la comunidad y en el medioambiente como motor de bienestar. Eso es ser una empresa en mayúsculas. De hecho, yo iría más lejos, los que más ganen deberían ser los que mejor lo hacen social y medioambientalmente. Por lo tanto, pienso que no hay frontera entre negocio e impacto social, están directamente relacionados. No deberían existir los negocios sin propósito social, los de solo enriquecer a unos pocos, a costa de muchos y de la degradación del planeta. No me parece muy justo.
Lamentablemente, nos forman solo para ganar dinero, y los medios de comunicación, así como los estereotipos de éxito, solo se basan en cuanto tienes, no en como lo conseguiste. La clave está en reeducarnos en un nuevo capitalismo más consciente, que pone en el centro al ser humano y el planeta, y donde todo el mundo parte de las mismas posibilidades de progreso. Yo soy un amante de la meritocracia, pero demos a todo el mundo la opción de triunfar en la vida.
Es fundamental que el origen del capital, los accionistas y los propietarios de las compañías redefinan su éxito y no lo basen sólo en ganar dinero, sino que ha de ser la consecuencia de un propósito superior, poniendo el foco en el bienestar social y en el planeta, generando un impacto positivo. Es necesario el cambio cultural.
Hay otra manera de hacer dinero, hay otra manera de alcanzar el éxito empresarial: cuidando el medioambiente, cuidando a las personas, cuidando la comunidad. No todo vale. Es un camino valiente, donde la tecnología y la innovación juegan un papel principal, pero que sin duda es ganador en el medio y largo plazo. Por suerte tenemos grandes ejemplos de empresas y empresarios de éxito, que, gracias a esta nueva visión, no solo tiene compañías más sólidas y potentes, sino que ellos mismos han alcanzado la trascendencia, han dado sentido a su rol de líder empresarial y de ser humano.
Las Empresas que crecen con alma son, en definitiva, aquellas que han conseguido dar un paso más en la evolución de las organizaciones y han pasado a la acción, poniendo al mismo nivel el rendimiento económico y el impacto social. Sueño con construir un mundo donde las empresas generen un bienestar social y regeneren nuestro planeta, haciéndolo cada día un lugar mejor.
Un mundo donde los gobiernos y las instituciones apoyen a las empresas que lo 'hacen bien' frente a las que 'solo' centran sus esfuerzos en el rendimiento económico; un mundo donde el éxito no es el que factura más, sino el que configura su propósito y sus decisiones de negocio para dejar a la humanidad y al planeta en un estadio superior. Sueño con que España y su maravilloso grupo de empresarios lideren este nuevo modelo económico consciente, para transformar la economía del mundo.
*** Ángel Bonet es presidente y fundador de Unltd Spain y uno de los 40 mejores futuristas según la revista Forbes.