En los últimos años hemos sido testigos de grandes transformaciones que nos han hecho cuestionarnos temas profundamente arraigados en nuestra sociedad, como nuestros hábitos de consumo o cuál debería ser el rol de las grandes corporaciones a la hora de liderar el camino hacia una economía más sostenible.
Ante esta situación es normal que, al estar inmersos en este proceso de cambio, no tengamos todavía la capacidad de echar la vista atrás y asimilar todos los avances que estamos experimentando. Desde la integración de tecnologías revolucionarias –como puede ser la llegada de la IA al ciudadano de a pie– a los nuevos criterios que marcan el ritmo de las agendas de los gobiernos y el tejido empresarial a nivel mundial –como es la sostenibilidad en general y los criterios ESG en particular–.
En este sentido, si bien es cierto que cuando hablamos de sostenibilidad en el ámbito corporativo lo solemos asociar al campo de medio ambiente, creo que es necesario abordarlo de una forma transversal. Desde el impacto que tienen las actividades de una empresa en la reducción de sus emisiones y su huella de carbono, hasta la huella propiamente dicha que deja en sus empleados, promoviendo, por ejemplo, una mayor conciliación y bienestar en un espacio donde la innovación y la tecnología desempeñan un papel determinante para hacer que todos estos factores confluyan.
El sector de los electrodomésticos no es ajeno a esta transformación y en los últimos años hemos visto una evolución hacia un modelo de negocio mucho más sostenible. Desde el momento de producción en la fábrica, hasta el fin de la vida útil de los electrodomésticos; el principal objetivo es usar los menos recursos posibles de materiales, agua y electricidad en cualquier punto de la cadena.
En este sentido, es cierto que de poco sirve centralizar todos los esfuerzos existentes en la parte de producción si no va a tener un impacto proporcional a lo largo de toda la vida del aparato y en el servicio final que presta. Al final, los electrodomésticos representan más del 50% del consumo eléctrico de los hogares y entre el 70% y el 90% del consumo que genera un electrodoméstico a lo largo de su vida útil se produce durante la fase de uso.
Por esta razón, es crucial que el sector emplee los recursos necesarios en crear productos altamente eficientes para sellar el círculo, aún más si tenemos en cuenta el contexto de altas presiones inflacionistas y de crisis energética en el que nos encontramos.
No cabe duda de que en los últimos años la tendencia ha sido clara y efectiva –conseguir un impacto a nivel de producción y de consumo, impulsando la neutralidad en emisiones en todos los alcances para reducir la huella de carbono–. Pero, ¿cuál es el siguiente paso? Reducir la huella de carbono a lo largo de toda la cadena de suministro es más complicado cuanto más compleja sea esta.
Es aquí donde precisamente se produce un punto de inflexión que nos lleva a plantearnos si el modelo que hemos fomentado durante las últimas décadas podrá seguir existiendo dentro de 20 o 30 años. ¿Acaso tiene sentido llevar piezas de Brasil a China para que luego se fabrique en Zaragoza? Sin duda, la descentralización de la cadena de suministro es uno de los puntos clave –y uno de los más difíciles de corregir– para poder lograr los objetivos marcados por Naciones Unidas en algunas industrias.
Quizá no lleguemos a verlo, pero las fábricas del futuro deberán ser unidades más pequeñas, más cerca de los mercados y con sus fuentes de suministro más cercanos, lo que supondría no solo un menor impacto medioambiental, sino también generar beneficios de equilibrio social gracias al desarrollo de la actividad en los países del entorno.
Tal y como comentaba al inicio, nos ha tocado vivir una época de grandes transformaciones en la que llega un punto en el que hay que tomar un rumbo específico si realmente queremos conseguir los objetivos marcados. Por esta razón, no es descabellado pensar que podríamos estar en un proceso embrionario de desglobalización que se produciría de forma paulatina.
Aunque existen más opciones donde la introducción de tecnologías, como la inteligencia artificial o la robótica, podrían revolucionar el concepto de cadena de suministro tal y como lo conocemos, transformándola en algo que, hoy en día, desconocemos.
En cualquier caso, es algo que iremos descubriendo. Lo que sí está claro es que las grandes corporaciones –cada una en su sector– tienen una responsabilidad innegable, además de la capacidad de liderar una transformación que tenga un impacto real en la preservación de nuestro planeta y en la redefinición de una sociedad más sostenible en todos los sentidos.
***Fernando Gil Bayona es director general de BSH Electrodomésticos España.