Con la crisis del fentanilo en los Estados Unidos y la memoria de la movida madrileña, la palabra chemsex trae a colación más de un malentendido y algún que otro discurso exagerado de corrección.

Intentando poner el foco en los datos y con el propósito de evitar tanto el paternalismo como la estigmatización, tuve una conversación con el investigador del Instituto de Investigación Sanitaria de la Fundación Jiménez Díaz en Madrid, Pablo del Pozo, cuya tesis doctoral versa sobre este fenómeno social que tanta confusión genera.

El término chemsex tiene su origen en el mundo anglosajón. Específicamente surge en el Reino Unido como fusión de las palabras chems –derivada de chemicals, haciendo alusión directa a las drogas– y sex, es decir, sexo.

Para Pablo del Pozo, chemsex es “el uso intencionado de drogas para tener relaciones sexuales por un periodo largo de tiempo que puede durar desde horas hasta varios días”. Por lo general se da entre hombres que se definen como gais, bisexuales o que tienen sexo con otros hombres. A este grupo social recientemente se han añadido personas con otras identidades sexuales, entre las que se incluyen mujeres transexuales y personas no binarias.

En este punto de la columna quizá estés pensando en que esto es una práctica muy alejada de la realidad estandarizada de la sociedad. Sin embargo, creo que cometemos un error al situarla lejos de cualquier entorno cercano.

Para empezar, el perfil de quienes practican chemsex es significativamente diferente al clásico adicto de los años 80 y 90, cuando la movida madrileña. En aquel entonces el consumo de drogas colindaba con la marginalidad y, aunque con muchas excepciones, se localizaba en un sector social y económicamente deprimido e incluso aislado. En cambio, quienes frecuentan el chemsex presentan un estatus laboral y económico medio-alto con tendencia a muy alto.

Si nos situamos en España, la estadística nos dice que suele ser un varón con residencia en grandes ciudades, edad media 35 años, sin pareja estable, con estudios universitarios, activo laboralmente que, además, cuenta con una estabilidad socioeconómica fuerte. Por otra parte, no siempre está ligado a sesiones de sexo grupal, también hay personas que usan chemsex en solitario.

Geográficamente, se ubica en las grandes ciudades, te hablo de Madrid, Barcelona y Valencia. Esto lo corrobora el estudio EMIS y el Plan de Adicciones de la ciudad de Madrid 2022-2026. De hecho, se ha observado un aumento del 602% en la atención a personas que desarrollan adicción al chemsex en los últimos años.

Mas, no se restringe a las grandes urbes. Lugares que son destinos turísticos de la población homosexual masculina (Málaga, Maspalomas, Torremolinos y Sitges) también se identifican como zonas donde las prácticas de chemsex se ha incrementado.

Al interesarme por el tipo de droga que se suele consumir, Del Pozo me comenta que según su estudio “las sustancias más habituales asociadas al fenómeno son la mefedrona, metanfetamina, GHB/GBL (gammahidroxibutirato/ gammabutirolactona), cocaína, poppers, ketamina, éxtasis/MDMA y alguna medicación para la disfunción eréctil”.

Curiosamente, dependiendo de la zona se observa mayor consumo de una u otra droga. Por ejemplo, los números indican que la mefedrona es más consumida en Madrid (73,7%) frente a Barcelona (37,9%), mientras que la metanfetamina es más popular en Barcelona (51,9%) que en Madrid (38,2%). En el caso de Valencia, la droga sintética más consumida asociada al chemsex es la Alfa-PVP. ¿Las razones? No se han establecido aún.

Un dato preocupante es que ya se ha pasado de la pastilla a la vía endovenosa. Su popularidad es tal que ya existe un término específico que la define, slamsex.

¿Cuáles son las consecuencias en general?

Es importante dejar de mirar hacia otro lado, ser consciente de su existencia y el impacto en el Sistema Nacional de Salud. La práctica intensiva y continuada de chemsex facilita la transmisión de agentes infecciosos –virales y bacterianos–, además de ocasionar problemas de salud física, mental, sexual y social en las personas que lo practican. A todo esto, se puede añadir complicaciones legales y económicas.

Por ello, es vital dar formación a los profesionales implicados en la prevención y en el abordaje del chemsex. Centrándola en las necesidades del usuario que lo practica, trabajar en la reducción de riesgos, daños y problemas relacionados con el consumo de sustancias en este contexto.

Para ello, Pablo del Pozo recomienda un tratamiento multidisciplinar que logre enfocar las circunstancias de cada persona en particular. No sólo es necesario poner los medios para detectar y dar seguimiento a quienes se contagian con patógenos; es imprescindible un tratamiento en el que se implique la psicología, la psiquiatría, el personal de enfermería especialista en salud mental y los agentes sociales.

“Hay que generar una red de seguimiento entre los centros de atención a las conductas adictivas, centros de infecciones de transmisión sexual, organizaciones comunitarias, equipos de salud mental, atención primaria y servicios de urgencias hospitalarias”, fueron las palabras precisas de Del Pozo.

¿Y el estigma?

Eso siempre está. Entre los titulares sensacionalistas en los que caemos a diario y la escasa información realista, la estigmatización está servida. Sin embargo, la adicción es un fenómeno muy extendido entre los humanos. ¿Acaso no lo ves a tu derredor? Unos son adictos a la musculación (vigorexia), otros a las nuevas tecnologías (las TIC) y las redes sociales.

Caer en la adicción del placer sexual continuado es otra posibilidad que, debido al posible rechazo social, se suele llevar en estricto secreto. Entonces, es preferible visibilizarlo para que quien lo experimenta lo reconozca y solicite ayuda en caso necesario.

A estas alturas del texto debo decirte que me reconozco como totalmente contrario al uso de cualquier tipo de droga. No las creo necesarias para lograr objetivos a los que se puede arribar de manera natural. Pero esto no me hace mirar por encima del hombro a quien decide experimentarlo.

Por el contrario, lo mejor que se puede hacer es difundir las implicaciones de su uso para que la persona en cuestión maneje la información científica de la que se dispone y luego decida los derroteros por los que quiere transitar.

No obstante, tampoco soy partidario de los paños tibios. Practicar chemsex tiene consecuencias que pueden llegar a ser graves, incluso muy graves. La desinhibición producida por el consumo de drogas hace que desaparezcan un gran número de líneas rojas que, en condiciones normales, evitan el contagio de VIH, gonorrea, clamidia y un etcétera importante de ITS.

Por otra parte, están los efectos sobre la salud mental que tienen las drogas que se consumen. Por citar algunos: la depresión, la ansiedad y los intentos de suicidio. Todo dependerá de la persona y el contexto.

¿Soluciones?

Información para la población, formación para el personal que atenderán a las personas que lo necesiten y eliminar el estigma. Esto último es esencial.

Es necesario repetirlo: no hay motivo alguno para estigmatizar a nadie por una adicción. Cualquiera puede caer en ello y necesitará fuerzas y apoyo para reducir el posible impacto en su salud. El objetivo debería ser disminuir a un mínimo residual esta práctica, algo que no se logra con un dedo acusador.

Recuerda, además, que ya los tiempos en que sólo era un problema de los marginados pasaron. Quizá el vecino que se acaba de comprar un Ferrari necesite esta información.