Haber nacido y crecido en el Caribe te hace ver con cierta normalidad algunos fenómenos naturales como es el caso de los huracanes. De niño, muchas fueron las veces que un ciclón devenido huracán dejó mi casa sin electricidad días y hasta semanas. Aquello lo tomábamos como una especie de vacaciones extras, muy húmedas, pero vacaciones, al fin y al cabo.
Desde pequeño te adaptas a que cuando agosto va culminando los desagües deben estar impecables, las ventanas reforzadas y, en la medida de las posibilidades, es conveniente hacer cierto acopio de comida y agua potable. De un día para otro, podrá pasar un huracán y las vacaciones extras se harán realidad.
Desde mi traslado a Europa —ya hace unas tres décadas— siempre he seguido con cierta nostalgia la formación de esas increíbles turbulencias que marcaron mi infancia en la Isla Metafórica que me vio nacer, es decir, Cuba. Sin embargo, esta semana ha despertado mi curiosidad la aparición a finales de junio de un huracán de máxima categoría, llamado Beryl, con un enorme poder destructivo. Repito, a finales de junio.
Mas, vayamos por partes.
Los huracanes son colosales tormentas rotativas que azotan las cálidas aguas oceánicas y representan una fuerza formidable de la naturaleza. Con fuertes vientos y un diámetro que pueden abarcar muchos kilómetros, y hablo de cientos, estos fenómenos son capaces de causar daños devastadores en las zonas que impactan.
La formación de un huracán en el mar requiere de una serie de condiciones específicas entre las que podemos mencionar: la temperatura del agua ha de ser superior a los 26 °C, una humedad alta, la presencia de una zona de baja presión atmosférica que actúa como punto de partida para la convergencia del aire y la ausencia de vientos cortantes.
Si estas condiciones se conjugan sobre una masa de agua cálida, surge una depresión tropical, caracterizada por vientos giratorios y lluvias intensas. A medida que la tormenta se intensifica y sus vientos alcanzan los 119 km/h, se le asigna la categoría de huracán que va desde la 1 hasta la 5 en la que se llegan alcanzar vientos superiores a 250 km/h.
Es importante destacar que la peligrosidad de un huracán no se limita a la velocidad del viento. Otros factores como la marejada ciclónica, las inundaciones, las lluvias torrenciales y los tornados asociados a la tormenta también representan un alto riesgo para las zonas afectadas.
¿Y por qué me sorprendió la llegada tan temprana de Beryl?
Aunque la temporada ciclónica en el océano Atlántico se enmarca desde junio hasta noviembre, es difícil asistir al nacimiento de un huracán de alta categoría antes de finalizar julio. En ese momento, la temperatura del mar es mucho más alta, por lo que las depresiones atmosféricas tendrán "más combustible".
La evidencia científica sugiere que el cambio climático podría estar intensificando la frecuencia y severidad de los huracanes. El aumento de la temperatura superficial del mar, la mayor humedad atmosférica y los cambios en los patrones de viento son todos factores que contribuyen a la formación de tormentas más poderosas e impredecibles.
El huracán Beryl, formado a finales de junio, ha dejado perplejos a los expertos. Se formó temprano en la temporada, se ha intensificado rápidamente y ha cambiado inesperadamente su trayectoria.
Estas características atípicas de Beryl podrían estar relacionadas con el cambio climático. La temperatura cálida del mar proporcionó la energía necesaria para su formación temprana, mientras que el aumento de la humedad facilitó su rápida intensificación. Por otra parte, los cambios en los patrones de viento podrían haber influido en su trayectoria cuasi caótica.
El caso del huracán Beryl sirve como una llamada de atención sobre la urgente necesidad de abordar el cambio climático. La comunidad científica ha alertado sobre las graves consecuencias de este fenómeno para el planeta, incluyendo el aumento de eventos meteorológicos extremos como huracanes, inundaciones y sequías.
Esta vez, la mirada nostálgica de mi infancia huracanada ha sido sustituida por una preocupación científica. Veo con inquietud como estos fenómenos van cambiando a peor. De alguna manera, lo comparo a cuando, también en mi infancia, el pueblo era atravesado por el ojo de huracán y vivíamos ese momento único de calma inquieta que precede a la furia.