La primera semana de agosto fue en la ciudad de Castellón una semana de “psicosis total”. Así define la Policía Nacional el ambiente que se respiraba en la capital al conocerse que un hombre estaba atacando a mujeres sin ningún motivo aparente, a plena luz del día y de madrugada. La alarma se disparó el día en el que el hombre asaltó a dos mujeres a las que clavó una navaja.
Entre ambos ataques apenas pasaron unas horas. Todavía le quedaría una cuarta víctima a la que le produjo cortes un día después. La noticia del entonces llamado ‘agresor del punzón’ corría de móvil en móvil. Poco después se supo que este hombre era Tomás Burgos, ahora con 60 años, pero que cuando contaba la veintena fue detenido en Barcelona, a finales de los años 70, por ser ‘El violador de la Diagonal’. Y no solo había provocado el pánico en Castellón, también está acusado de haber empujado por las escaleras a varias mujeres en diversas estaciones del Metro de Valencia.
Burgos se sentó este martes en el banquillo de los acusados en el juicio por los ataques de Castellón. Lo negó todo. El fiscal pide 20 años de prisión. Su defensa pide la libre absolución al alegar que no hay testigos y que el acusado padece una psicosis esquizofrénica dictada por la Generalitat de Cataluña. El médico forense que lo ‘inspeccionó’ (él no se dejó) tras las agresiones de las que se le acusa asegura que han pasado casi veinte años desde aquellos informes psiquiátricos y que ahora no sería clasificado como tal. De hecho, él concluyó que ni hay esquizofrenia ni nada que haga pensar que tiene algún trastorno. El fiscal, en su escrito provisional, habla de “desprecio a la condición femenina”.
Un niño solitario que quiso ir a la escuela
Tomás Burgos nació en Barcelona en los años 50. Es el quinto hermano de una familia de seis hijos. El más pequeño murió con tan solo tres años. De pequeño era un niño “muy introvertido, solitario y nada comunicativo”, que tan solo fue a la escuela medio año porque no quería ir y que, por ello, es casi analfabeto. Así consta en los informes psiquiátricos que el gobierno catalán y varias instituciones hicieron entre 1989 y 1990, a los que ha tenido acceso EL ESPAÑOL. Entonces, Tomás tenía 37 años y llevaba desde los 24 en prisión acusado de violación y de haber agredido a varias mujeres de forma similar a los hechos que se le imputan en Castellón. El ‘violador de la Diagonal’, como se le denominó en el entorno policial, pasó por cárceles de Alicante, Madrid, León, Huesca y Barcelona.
De los once años que pasó en prisión en su juventud, los cuatro últimos los pasó en el centro psiquiátrico de la prisión de Alicante porque se le detectó un trastorno psicótico. De allí pasó por orden judicial al Instituto Frenopático de Barcelona, toda una institución y un referente por ser pioneros en abordar estas patologías como enfermedad. Estuvo ingresado más de un año por un “trastorno psicótico con tendencias al aislamiento” y pudo abandonar el centro trece meses después para seguir tratamiento en un entorno familiar. Los servicios sociales de Cataluña le diagnosticaron una minusvalía del 60% por psicosis esquizofrénica.
En estos informes se relata cómo Tomás pasó de ser un niño solitario a desarrollar actitudes delictivas a partir de los veinte años que le llevaron a prisión hasta los 37 años. En los documentos se le describe como un “paciente con tendencia al aislamiento”. En octubre de 1980, tras salir del Instituto Frenopático para seguir tratamiento en ambiente familiar se indica que no presentaba sintomatología psicótica activa, pero si un “gran empobrecimiento a nivel mental, en sus relaciones sociales y personales, cuyo origen es difícil de determinar”. Poco después, dejó de acudir al centro de día con el argumento de que se mareaba en el metro. Prácticamente desde entonces se le pierde la pista hasta su ‘reaparición’ en Valencia y Castellón. El acusado seguía una vida como vagabundo, durmiendo en cajeros.
“No es un psicótico”
Frente a estas consideraciones, el médico forense que le analizó cuando fue detenido por las agresiones que se le imputan en Castellón rechaza estos informes. El forense destacó en sus informes la falta de colaboración del arrestado, negándose a ser reconocido y presentando agresividad oral y física “derivada de los escasos recursos éticos”.
En su informe acabó plasmando que, en referencia al diagnóstico de los años 1989 y 1990, no existen elementos de peso para esa calificación. “No era una conducta propia de un psicótico, sino más bien de un psicópata, es decir, se infiere una personalidad rara y excéntrica con rasgos de un sujeto introvertido, solitario, distante, aplanado en sus afectos, no influenciable, desconectado de los demás, cruel, difícil como entrevistado, que no sabemos que siente o piensa…”, recoge en su informe. Es decir, que distingue entre lo que está bien y lo que está mal y que por ello debe ser juzgado en esta causa como un preso cualquiera.
Las víctimas: “Parecía satisfecho”
En el juicio celebrado este martes, dos de las víctimas que sufrieron las agresiones declararon que al acusado se le vio satisfecho. “Se fue sonriendo, como que había disfrutado con lo que había hecho”, dijo una de ellas. Lo que había hecho era, presuntamente, pincharla con una navaja en el costado mientras esperaba el autobús. Otra aseguró que, tras ser perseguida y sufrir un corte en el antebrazo, vio que tenía “los ojos brillantes, como satisfecho de lo que había hecho”. Mientras, un policía declaró que les dijo que les iba a denunciar y que todas las mujeres tenían que morir porque todas eran unas “guarras y unas putas”.
El fiscal reclama 20 años de cárcel y enmarca los hechos en una “situación machista” donde el acusado considera a la mujer “como un ser inferior a la que puede someter a cualquier tipo de actos”. La abogada que ejerce de acusación destacó que el acusado supone un peligro potencial “especialmente para el género femenino”. Su defensa pide la libertad por la falta de testigos y al alegar la psicosis esquizofrénica dictada en 1989.
Tomás Burgos apenas abrió la boca durante el juicio salvo para decir: “Soy inocente”.
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