Cuando el pasado verano, durante un curso en la Universidad Complutense, Pablo Iglesias decía que Podemos debía olvidar la “máquina de guerra electoral” y prepararse para una “guerra tradicional”, dejando de ser “partisanos” para convertirse en “ejército regular”, los no iniciados en el particular universo del partido morado quedaron boquiabiertos. Era un mensaje en clave interna que todos en sus filas entendieron. Pero lo que no podía vaticinar el secretario general del partido morado era que su formación se adentraría en la segunda mitad de 2016 en una guerra civil de consecuencias imprevisibles.
En el año recién terminado el partido de los círculos, surgido a finales de 2013, rozó la gloria. En las elecciones de diciembre de 2015, gracias a una campaña inteligente y a decisivas alianzas en territorios históricos, Podemos alcanzó una “remontada” que le situó en tercera posición, contra lo que decían la mayoría de las encuestas, a solo 300.000 votos del PSOE. Tras el 20-D, el curso empezaba con un incierto período de negociaciones para formar gobierno. Pablo Iglesias rompió la baraja ofreciéndose al hoy caído Pedro Sánchez como vicepresidente de un “gobierno de izquierdas y de cambio”. El entonces líder de los socialistas prefirió abrazarse a Ciudadanos y buscar una abstención de Podemos que no llegó.
Algo se rompe para siempre
Fue en ese período inaudito, sin gobierno y con múltiples dudas sobre el futuro de la política española, cuando algo se rompió en Podemos para siempre. Ocurrió en Madrid, donde afines a Íñigo Errejón intentaron descabalgar a Luis Alegre, buen amigo de Iglesias, porque el partido era un polvorín en la comunidad. Después de algunos navajazos internos y de filtraciones interesadas, el secretario general tomó la decisión que, acertada o no, está en el origen de todos los problemas posteriores: fulminar a Sergio Pascual, secretario de Organización y gran amigo personal de Errejón.
Acaso aquella decisión era la única posible porque las corrientes en Podemos ya estaban definidas. Pero, en cualquier caso, desde entonces los sectores se enrocaron y las divisiones se enconaron más que nunca. Iglesias y Errejón, que parecían inseparables, empezaban a alejarse más de lo soportable. La posterior elección de Pablo Echenique como nuevo número tres de Podemos, en sustitución de Pascual, ya fue una declaración de intenciones sobre las luchas internas. Aunque todos negasen en público estas diferencias, internamente eran un clamor.
A por el 'sorpasso'...con IU
Errejón y sus afines coquetearon con la idea de abstenerse para que Sánchez fuera presidente y Mariano Rajoy se fuese al cajón de la historia. Pero Iglesias y su núcleo duro ni querían oír hablar de esa posibilidad. Había que volver a las urnas. Para esa repetición de elecciones, también inaudita en la historia reciente de España, todos en Podemos querían dar el sorpasso al PSOE y convertirse en la segunda fuerza, pero cada corriente quería un camino distinto para conseguirlo. Iglesias y los suyos quisieron la alianza con IU de Alberto Garzón. Errejón y sus más cercanos recelaban de este pacto porque, repetían, “en política a veces dos más dos no son cuatro”.
Una vez aliados con IU en Unidos Podemos, los pablistas y errejonistas unieron fuerzas, aunque fuera a regañadientes y con roces, para hacer lo que mejor sabían: poner en funcionamiento esa “máquina de guerra electoral” que era Podemos. Como siempre hasta ahora, Errejón diseñó la campaña del 26-J. Dado que todas las encuestas eran favorables, fue una forma de actuar más conservadora, muy distinta a lo sucedido seis meses antes. Iglesias se puso el traje de socialdemócrata y moderó sus formas, precisamente para no ahuyentar a votantes centrados tras aliarse con Garzón.
El gran fiasco
Pablistas, errejonistas y anticapitalistas, con sus diferencias, creían en alcanzar el segundo puesto para consumar un cambio histórico, sin precedentes. De hecho, en la noche electoral, cuando se conocían los primeros sondeos, parecía más que probable que habría sorpasso y que Iglesias sería presidente del Gobierno. La realidad fue distinta a los sondeos. Y Podemos, pese a su acuerdo con IU, repitió resultados. Fue un gran fiasco.
Sabido es que las victorias tienen muchos padres y las derrotas son huérfanas. Tras ese fracaso en el intento de sorpasso, volvieron las peleas entre pablistas y errejonistas. Abierta o veladamente unos y otros empezaron a señalarse. Para los seguidores de Iglesias, el error el 26-J fue la campaña, diseñada por Errejón. Para los seguidores de Errejón, el error fue la alianza con IU, alumbrada por Iglesias. La guerra interna se reavivaba.
Un “ejército regular” por definir
Iglesias empezó el verano, como se ha dicho, recordando que era el momento de dejar de ser “partisanos” y olvidarse de la “guerra relámpago” para mutar en “ejército regular” y pensar en la “guerra de posiciones”. Podemos salía de las trincheras electorales porque se había acabado el tiempo de "asaltar los cielos". Pero lo profundo de sus división interna abocaba, por fuerza, a una confrontación entre corrientes que dura ya varios meses.
Básicamente y dejando de lado los enfrentamientos meramente personales, Iglesias y los suyos quieren profundizar la alianza con el “bloque histórico de la izquierda”, mientras Errejón y sus fieles pretenden volver al espíritu más transversal de Podemos. Esas son las dos grandes visiones que coexisten en el partido de los círculos. Entre ellas se da el debate que atraviesa todo Podemos -en cada comunidad, cada pueblo y cada circulo- y cuya resolución decidirá su futuro. Ya nadie en el partido puede negar esta división que, si bien no es tan profunda en lo político, se hace ciclópea en lo personal.
En esta guerra interna de poder, la primera batalla fue en Madrid, donde el pablista Ramón Espinar se impuso a la errejonista Rita Maestre. La segunda gran batalla fue una consulta a las bases sobre cómo se votará en la Asamblea Ciudadana, con el primer enfrentamiento directo entre Iglesias y Errejón. El primero ganó sobre el papel pero el segundo se sintió aún más ganador. Ahora el clima es de mayor tensión que nunca. Aunque Iglesias pidió contención, 2017 ha empezado con más cruces de acusaciones. Y aunque habrá negociaciones de paz, todos creen que la batalla definitiva será en Vistalegre II, entre los próximos 10 y 12 de febrero.
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