No sabía qué ponerme para la "fiesta de la democracia". Ayer a última hora paseé por la Nave de Matadero, naufragué entre urnas y cajas, y tomé nota de los voluntarios. Sobre todo de aquellos que llevaban tres o cuatro horas contando papeletas. Cerca de la puerta, frío. "Ten cuidado al fondo, que hace muchísimo calor". Francisco, quizá sesenta años, marcaba tendencia con un jersey holgado, de rombos, cuello en pico. Se le veía cómodo, a toda pastilla. Eso era lo mejor. Semiabrigado y con los brazos libres. Nada de esos corsés de los que hablaban Pilar Rubio y Manuela Carmena a orillas de la pasarela hace un par de días.

A las cinco de la tarde, revuelo en la improvisada sala de conteo. Muchos de los que habían parado a comer volvían con un café en la mano. "Venga, venga hay que darse prisa". En el escenario se amontonan las bandejas de papeletas. Un Everest amarillo y azul, color Correos. El sufragio en urna se finiquitó este martes. De hoy en adelante toca el voto por carta. "Es complejo, se abre un sobre y se mete el DNI de la persona en la tablet. Conectada con el censo, emite un veredicto: válido o no válido". Por eso el resultado definitivo se demorará una semana.

En las primeras filas, pobladas de jubilados en plena lucha por vencer la brecha digital, se criban los sobres. En una caja se dejan los que pasarán al recuento. En la otra, la basura, lo nulo.

Una cadena de montaje

El Matadero es una cadena de montaje. Al fondo, el resto de mesas, que se constituyen de dos en dos, se dedican a la clasificación del voto. Uno va cantando: "Sí", "No", "Sí". Y el otro escribe en una plantilla.

Me colocan junto a la ventana. Anoto mi nombre y dos apellidos. También el DNI, aunque no me piden que lo muestre. Tendré cara de buena persona, como dice mi abuela. "Oye, no te lleves ningún voto a casa, ¿eh?", bromea un miembro de la organización. Pienso que cualquiera podría hacerlo, quizá alguno sin dos dedos de frente haya apostado por ello. ¿Cree que está ocurriendo?, le respondo. "No, no, porque como en cada mesa hay dos o tres personas, que además no se conocen entre ellas, se controlan unas a otras".

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Imagino a Esperanza Aguirre con un gorro y una bufanda hasta la nariz, dejando fuera de urna todos los sufragios que piden la peatonalización de la Gran Vía. Me río, embobado. Después, huelo a un pueblo del norte, a una fábrica en las afueras de San Sebastián, en verano, con mucho calor. Hace muchos años, como en las películas de posguerra. Porque esto tiene algo de eso, todo manual, salvo las tablets a lo lejos en la primera fila, las cajas, el papel, las paredes blancas, los techos altos, el tejado de madera...

"Lo tengo controlado"

"Encantado, soy José Luis", me dice un tipo que se sienta al lado. Ya tengo compañero. "¿Os explico?", nos pregunta una organizadora. "No, no, que he estado toda la mañana y lo tengo controlado. Tráiganos muchas papeletas, vamos a ir rápido". Y tan rápido. José Luis es un genio, tiene en las manos algo del regate de Mágico González. "Pim-pam, papeleta". Parece haber aprendido al ritmo que marcaba en campaña el socialista Antonio Miguel Carmona. Me da algunos consejos para el abrecartas. Lo maneja como una navaja, como el zorro con la Z. "Tira fuerte, para arriba, sin miedo".

Ha venido de negro, la camisa y los pantalones. También el abrigo. Casi de luto, a pesar de la alegría que rezuma. "Somos los militantes más comprometidos, seguro, por eso el PSOE tiene miedo, les estamos robando la bandera".

Presume de transparencia. En esta Nave todo se puede palpar, abrir, cerrar, cortar. A la vista de cualquiera, sin escondites. No así en la última rueda de prensa de Junta de Gobierno, cuando pregunté a la portavoz, Rita Maestre, por las críticas a la alcadesa de una de las familias de Ahora Madrid. Le incomodó. Me recetó un comprimido de 'vieja política', aquella con la que iban a terminar, y decidió no contestar. "Estas ruedas de prensa sólo son para hablar de las políticas municipales". Pero esa es otra historia.

José Luis hace jornada completa. Mañana no vendrá porque quiere ir a correr. Juega de portero los fines de semana y le gusta mantenerse en forma. "De verdad, mira a tu alrededor, el compromiso de esta gente es increíble. Regalan sus tardes desinteresadamente porque confían en este proyecto".

"¿Era X o Y?"

Le pregunto, me pregunta. Con una banda sonora: "Sí", "No", "X", "Y" -la Plaza de España no es una disyuntiva, sino la elección entre dos modelos-. Le cuento que soy periodista. Congeniamos. "Yo también tengo esa carrera, pero no ejerzo. Poco después de licenciarme empecé en un periódico del Opus Dei. Me tenían todo el día explotado, hasta que mi padre me cogió y me metió en la empresa familiar, que hacían falta muchas manos. Luego él murió y yo seguí con ello". Hasta aquí, hasta esta tarde de voluntariado, que nos une frente a dos cajas enormes, una para introducir las papeletas en blanco y otra para los válidos.

José Luis es hablador. Mucho, pero agradable. Y yo también, lo de hablador, digo. Eso tiene un problema. Yo canto los resultados y él rellena la plantilla. "Mierda, ¿qué habías dicho en la última? ¿X o Y?", me dice. Vértigo, he fallado. Con lo fácil que era. Nos hemos cargado la democracia en un momento. Asustado, pego un brinco y me asomo a a la caja. Hay quinientas o mil papeletas. No sé cuál es la última.

Primer escrutinio de la votación de la iniciativa 'Madrid Decide'

"Esto está visto para sentencia"

"Tranquilo, tranquilo. Esto está visto para sentencia. Todo el mundo vota que sí al Madrid sostenible y al billete único de transporte. Unos votos de diferencia no van a alterar el resultado", intenta sosegarme. Nos pasa una decena de veces a lo largo de la tarde. No más. Porque nos estamos esforzando. Él porque apoya la causa, a Podemos y a Carmena, me cuenta. Yo, porque admiro su capacidad de sacrificio y me contagio. Es bonito, "dan sin esperar nada a cambio".

Los de los chalecos, que reparten las papeletas, ofrecen agua y café. Pero José Luis no quiere distraerse, "tenemos que acabar, no podemos fallar". Eso, eso. En vez de un refresco, nos traen otra remesa de sobres.

Entusiasmado, me dice que Vistalegre 2 ha fortalecido a Podemos. Le digo que tengo serias dudas en cuanto a eso. Se confiesa 'pablista'. "Sabíamos que íbamos a ganar. Somos más de verdad, ellos tienen un punto como de interés, no sé". También se muestra cansado de las "discusiones de familias en los grupos de Whatsapp".

"No somos perroflautas"

También me habla de los "perroflautas". "Aquí no hay ninguno, eso se dice en los medios de comunicación para dañar la imagen de Podemos. Pregunta en las mesas, casi todos con los que he estado tenemos estudios superiores". Aquí hemos llegado sin saber muy bien cómo. Todo empezó cuando le pregunté si iba a volver mañana.

Se interesa por EL ESPAÑOL. No lo conoce, él lee de los quioscos. "¿Pedro J? Hace muchos años, mi mujer le organizó un viaje a Tanzania. El hotel que le asignaron estaba en mitad de una especie de cráter y, como no tenía cobertura, le tuvieron que cambiar una vez ya estaba allí. Tenía que enviar crónicas, leer noticias". Cuenta que conserva varios amigos en la profesión, los de la carrera. Uno como editor de informativos en Telecinco, otro en las noticias de Cuatro...

Ha pasado algo más de una hora. Parece que nos conocemos desde hace mucho. Hemos tenido mucho más que una conversación de ascensor. Me despido, le digo que tengo que marchar al periódico. Se levanta, es un señor. El apretón de manos es firme. Pero breve. Se vuelve a sentar. Sin darme cuenta, han colocado a otra persona en mi puesto. "Encantado, José Luis", le dice. Mi padre electoral me da una palmada en la espalda. Se la devuelvo. Me voy admirándole, pero no se lo digo. Ha elegido un día entero contando papeletas por defender su causa. Ya querrían algunos.

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