Margallo fue ministro de Asuntos Exteriores durante el primer gobierno de Rajoy.

Margallo fue ministro de Asuntos Exteriores durante el primer gobierno de Rajoy. Carmen Suárez

Política ENTREVISTA

García-Margallo: "Si Meloni quiere gobernar, tendrá que hacer lo contrario de lo prometido"

"Chocamos con los que niegan la violencia de género" / "Sánchez es como Nixon, nadie se lo puede creer" / "Marruecos sabe que ahora somos bizcochables" / "La política está plagada de gentes con escasas perspectivas en el sector privado" / "Con el gobierno de Rajoy no corregimos la deriva en los pactos con el nacionalismo" / "Abascal y Olona están peleando por mostrar quién es más amigo de Meloni".

3 octubre, 2022 02:39

José Manuel García-Margallo (Madrid, 1944), que fue ministro de Asuntos Exteriores con Mariano Rajoy entre 2011 y 2016, no escurre el bulto. Se puede comprobar en sus numerosas apariciones en medios de comunicación, donde se prodiga como tertuliano, polemizando con antagonistas como Pablo Iglesias. También en el Parlamento Europeo, donde lleva acumulados veinte años como diputado por el Partido Popular.

"No soy un político de salón de esos que no bajan al albero para no correr el riesgo de ser corneado", señala al tiempo que reconoce que esa actitud le ha ocasionado más de una "incomodidad", también con sus correligionarios. Entre ellos, el propio Rajoy, que fue su gran amigo y compañero de escapadas en velero hasta que le cesó. En aquella reunión, el entonces presidente diagnosticó a Margallo un "ego estratosférico".

Algunos compañeros del Consejo de Ministros discrepaban de su postura sobre el separatismo catalán y Gibraltar. Precisamente, con este contencioso García-Margallo había apuntado maneras en su primera rueda de prensa en Estrasburgo como jefe de la diplomacia española. Al acercársele el eurodiputado conservador británico Charles Tannock para felicitarle, se despidió de él con un sonoro "¡Gibraltar, español!".

Según Margallo, ese carácter aguerrido le viene de familia. Su bisabuelo, el general Juan García-Margallo, gobernador de Melilla, murió en combate de un tiro en la cabeza, año 1893, en la primera Guerra del Rif, también llamada «guerra de Margallo», cuando al mando de cuatrocientos hombres se enfrentó a unos 6.000 bereberes.

Al advertirle de que estaba al alcance de los disparos del enemigo, el general contestó: "Ese es nuestro deber: estar donde caen las balas". El diario parisino Le Petit Journal, que llegó a tener una tirada de un millón de ejemplares, le dedicó una portada épica con el título «La muerte del general español Margallo», cuyas últimas palabras habrían sido también de leyenda: "¡Adelante, viva España!". Dos de sus tres hijos perecieron posteriormente en otros combates en Marruecos.

En el salón de este domicilio familiar, en cuyas paredes cuelgan la portada de aquel periódico y un óleo del militar con algunos de sus efectivos, obra de Augusto Ferrer-Dalmau, su biznieto considera que el destino de los García-Margallo y hasta "su propia maldición" es "estar siempre en el sitio en el que caen las balas".

Su trinchera más reciente es el ensayo España en su laberinto (editorial Almuzara), escrito con Fernando Eguidazu, exsecretario de Estado para la Unión Europea.

Se trata de una contundente denuncia del grado de cainismo que ha alcanzado la vida política española y la sorprendente transformación de un país orgulloso de sí mismo en una nación desdibujada, que no parece encontrar la salida del laberinto en que se encuentra.

España en su laberinto es un título que da a entender que estamos en una situación de difícil salida. Gerald Brenan publicó en 1943 El laberinto español, con el subtítulo Los antecedentes sociales y políticos de la guerra.

¿Han querido establecer cierto paralelismo para alertar de la gravedad de la situación? ¿No es un tanto catastrofista parangonarlo con el presente?

No. Todo ese conflicto está hoy latente. Hay una concepción muy definida de España, que es la que tienen Podemos y Bildu: una España plurinacional, incluido el derecho de autodeterminación de cada uno de los territorios que la integran. Es un modelo no definido, más confederal que federal, y una concepción de la economía copiada del movimiento bolivariano, socialismo del siglo XXI que, en expresión de Pablo Iglesias, es una enmienda a la totalidad al capitalismo.

Hay otra concepción de España que está en la derecha conservadora, en Vox, que no reconoce la pluralidad de España, su diversidad, y por lo tanto impugna el régimen autonómico, intentando volver a la España de los gobernadores civiles y, desde luego, es un proyecto que impugna claramente la inserción de España en una concepción federal de Europa.

Esa radicalización soberanista la estamos viendo en todo el continente. Ahí tenemos la victoria de la extrema derecha en Italia este pasado domingo, que aboga precisamente por menos Europa. ¿Cree que el triunfo de Giorgia Meloni se traducirá en un rápido debilitamiento del proyecto europeo?

Espero que Meloni sea consciente de que no puede adoptar una actitud soberanista y, por tanto, contraria al proceso de construcción europeo. Si quiere gobernar, va a tener que hacer exactamente lo contrario de lo prometido.

Primero, porque políticamente sería un desastre: Italia se separaría no solo de Europa, sino también de la Alianza Atlántica. Segundo, porque Italia es la principal beneficiaria de los fondos Next Generation. Está previsto que reciba más de 191.000 millones.

No le va a quedar otra que moderarse, porque la realidad impone unos límites. Meloni gana porque el suyo era el único partido italiano que no entró en el gobierno de Mario Draghi. Sin embargo, ahora va a tener que aplicar las políticas de Draghi, porque si no, se queda sin los fondos.

¿Y qué pasa con Putin?

Si Forza Italia y la Liga han estado tímidos en la condena de Rusia, ahora van a tener que condenarla con fuerza, porque si no, Italia se queda fuera también de la Alianza Atlántica y del paso que han marcado los EE. UU.

Pero hay otro tema delicado y es el anuncio de Orban de que va a someter a referéndum si continúa apoyando las sanciones a Rusia. Si eso ocurre, la Unión Europea tendrá que reaccionar con una firmeza extraordinaria porque, si no, cundiría el ejemplo de que aquí uno cumple con el derecho comunitario sólo cuando le parece bien.

¿Se sumará a ese juego la Italia de Meloni?

Jugar a eso es muy complicado. No se puede expulsar a ningún país de la Unión, pero sí está previsto privarles del voto, que es el artículo 7 del Tratado de la Unión Europea: la cláusula de suspensión. También se podría, como le he dicho, privarles de los fondos europeos.

Insisto, Italia es la principal beneficiaria de los Next Generation, además de otros fondos que recibe. Ya hay un precedente: cuando Alexis Tsipras, Syriza, la izquierda radical griega, pidió el rescate en la crisis financiera, la Unión Europea le puso una serie de condiciones, un plan de ajuste. A Tsipras no le gustó y lo sometió a referéndum. Los griegos, por supuesto, dijeron que ese plan de ajuste era una barbaridad.

La Unión Europea dijo: "Pues muy bien; usted no haga el ajuste, pero yo no le doy dinero". A Tsipras no le quedó más remedio que aceptar y cumplir las condiciones. Creo que no va a haber grandes problemas porque, en política exterior, Meloni ya se ha declarado atlantista, partidaria del ingreso de Finlandia y Suecia en la OTAN, partidaria de las sanciones a Rusia…

Además, creo que su ministro de Exteriores va a ser Antonio Tajani, expresidente de la Eurocámara, al que no veo muy por la labor de las situaciones extremas.

¿Cree que estos resultados apabullantes de los ultraderechistas, no solo en Italia, sino también en Suecia o Francia, tendrán reflejo en la política española?

Lo que está pasando en Italia refuerza la tesis del libro que hemos escrito Fernando Eguidazu y yo. Cuando hay crisis, y ahora estamos arrastrando la crisis bancaria y financiera, la del Covid y la de la guerra de Ucrania, se fragmenta el mapa político y esa fragmentación se traduce, además, en polarización.

Es decir, empiezan los partidos extremos a tener más fuerza y a succionar o fraccionar a los partidos centrales, que se ven obligados a asumir parte de su discurso para no perder votantes. Lo que destacamos como problemas de España son fragmentación, polarización e ingobernabilidad. Eso es lo que ha pasado y está pasando en todo el mundo, con resultados distintos.

Pero, ¿supondrá todo este auge un aumento de las expectativas electorales de Vox?

Supongo que ahora Vox y los posibles seguidores de Macarena Olona querrán capitalizar la victoria de Meloni. De hecho, están enzarzados por ver quién es más amigo de Meloni y de Fratelli d’Italia. Espero que el ejemplo italiano lleve a la reflexión y a la solución contraria, a una moderación.

Apuntan en el resumen del libro que no se limitan a un lamento por la "leche derramada".

Cuando llevas muchos años reflexionando sobre estos temas, en los que el sujeto es España y España está en una situación complicada, es obvio que lo primero que tienes que hacer es un diagnóstico y eso es lo que hemos querido hacer, al mismo tiempo que buscar soluciones.

Vamos a suponer que ganamos las elecciones, pero tuviésemos que gobernar con Vox. Eso es sacralizar la política de bloques enfrentados, porque no vamos a poder contar con nadie en el otro lado, ni con partidos nacionales ni nacionalistas.

Si gana Sánchez con menos votos en el PSOE y más dependencia de sus socios parlamentarios, incluidos los separatistas, la situación es peor. Es decir, una política de un bloque enfrentado con otro, sin puentes de diálogo, sin comunicación posible. No sería posible la reforma de las instituciones ni la reforma del modelo económico. Soy del Antiguo Testamento. Creo que nuestros problemas estructurales se solucionan con un gran pacto que reforme las instituciones.

A la luz de los comportamientos actuales de la clase política, eso pinta difícil.

Con Sánchez es imposible. Por eso digo que echo de menos a Felipe González. Con el Partido Socialista Obrero Español de siempre, con las gentes que estaban ahí, un Alfredo Pérez Rubalcaba, un Almunia, el diálogo sería posible, pero con Pedro Sánchez, no.

Es que para que tú llegues a acuerdos con alguien, en la vida pública o privada, lo que tienes que hacer es confiar en que la otra parte va a mantener su palabra. Es decir, yo no le dejaría las llaves del coche. Ese es el problema. Este señor es como Nixon, que nadie se lo puede creer.

¿Por dónde empezar para enderezar la situación?

La primera cuestión es tener una idea de España. Cuando no tienes una idea de España, es evidente que tus acciones de gobierno no se entienden. No hay un relato en que esas acciones de gobierno se inserten y esta deriva empieza cuando Zapatero dice dos cosas tremendas: que la nación es un concepto discutido y discutible; la segunda, cuando en un prólogo a un libro de Jordi Sevilla dice que en política no hay ideas lógicas, sino una catarata de propuestas que se someten a debate y, si sale con barba, San Antón, y, si no, la Purísima Concepción.

El denominador común para que las fuerzas políticas se entiendan es lo que Cánovas llamaba «las verdades madre», que ahora son los principios básicos en que se inspira la Constitución: la unidad de España, la autonomía de nacionalidades y regiones, una aversión a cualquier tipo de discriminación... Ahí chocamos con los que niegan, por ejemplo, la violencia de género, que es una realidad evidente.

"Es importante destacar que PP y PSOE no se fragmentaron por la aparición de partidos nuevos; la secuencia es la contraria"

Ven Europa como una garantía para que la cosa no vaya a peor.

Ahí encajamos mucho con el regeneracionismo español, que empieza preguntándose qué es España y dice que la regeneración del país vendrá de su inserción en Europa, a la que pertenece desde el principio de los tiempos, por más que lo nieguen los partidos más a la derecha y más a la izquierda del sistema.

La historia más reciente de España se caracterizaba por la convivencia entre los dos partidos centrados y centrales que protagonizan la Transición, dándonos la mayor época de libertades y prosperidad que este país haya conocido nunca. Hasta 2014, cuando se produjo una explosión del sistema, una fragmentación, por vaciamiento de los partidos tradicionales.

Es importante destacar que PP y PSOE no se fragmentaron por la aparición de partidos nuevos que los vaciaron; la secuencia es la contraria: los partidos se vacían y ese vaciamiento es llenado por esos nuevos: Unidas Podemos, en la izquierda; y, en la derecha, Unión Progreso y Democracia, luego Ciudadanos, y después Vox. Esa fragmentación en sí misma no sería tan nociva si no hubiese devenido en polarización.

En el libro vemos que también echa de menos a gente tan opuesta ideológicamente a usted como Marcelino Camacho o Santiago Carrillo.

Claro. Es que nos quieren engañar y cambiar la historia. Las fuerzas políticas que apoyan a Pedro Sánchez están empeñadas en devaluar lo que llaman «régimen del 78», quieren borrar el consenso que lo hizo posible. Y hay que rescatar y valorar, por ejemplo, el discurso que hace Marcelino Camacho en el Parlamento, como portavoz del Grupo Comunista, en defensa de la Ley de Amnistía, que también ponen en solfa ahora. Es necesario recordarlo, porque es ejemplar.

Yo, que pertenezco al Partido Popular, lo podría suscribir de arriba abajo. El franquismo se condenó en 2002, gobernando el PP, por unanimidad. ¿A qué viene ahora toda esta historia de denostar la Transición? Luego ya el disparate de intentar extender el franquismo hasta 1983, incluyendo a Felipe González para satisfacer a Bildu, es de aurora boreal.

Nosotros tenemos un pecado de origen que, según ellos, es el franquismo, por el que no podemos gobernar y eso les lleva a empalmar directamente con la República, saltándose la Transición, que consideran, sobre todo Pablo Iglesias, que es un maquillaje para integrar a las élites financieras en el mercado interior europeo en el que querían estar, pero que en el fondo no es más que una prolongación de franquismo con una capa de pintura. La Transición fue justamente lo contrario, como bien explicitaron en su momento todos los partidos, incluso el comunista de Santiago Carrillo.

Margallo dice que no pisará Gibraltar mientras no haya allí una bandera de España.

Margallo dice que no pisará Gibraltar mientras no haya allí una bandera de España. Carmen Suárez

Fernando Eguidazu y usted consideran que la monarquía constitucional de 1978 es la «verdadera heredera de la Segunda República», que consideran la gran oportunidad perdida, ¿verdad?

Es que esta es una Monarquía republicana. Los valores republicanos son la libertad y la igualdad. España es un conjunto de ciudadanos, no de súbditos, libres e iguales en derechos y obligaciones. Esos son los valores republicanos que tiene nuestro sistema constitucional, que vienen de la Ilustración, la razón, la Revolución Francesa, y eso es la monarquía española, como es la monarquía británica.

La monarquía parlamentaria española encarna la democracia liberal, y en ese punto es muy importante lo que decimos en el libro: democracia y liberalismo no son lo mismo. Democracia quiere decir quién gobierna. Si gobierna el pueblo, es una democracia. Si no gobierna el pueblo, no es una democracia. Pero el liberalismo no responde a la voluntad de quién gobierna, sino cómo gobierna, que quiere decir que hay una esfera privada del individuo, unos derechos y libertades que él no ha cedido nunca en ese contrato social en que acepta convivir con otros en un Estado.

Lamentan la falta de liderazgos en estos tiempos, pero, a la vez, lo que no falta en el PSOE es liderazgo, puesto que usted critica el «cesarismo» del presidente Pedro Sánchez.

Es que lo que estoy enumerando deriva a un cesarismo sin límites. Pedro Sánchez es un autócrata, pero, además, sin límites. No está limitado por una serie de principios e ideas, porque no los tiene. Lo que ha hecho, por ejemplo, con el cambio de política con el Sáhara, una medida de ese calado sin discutirla ni siquiera con su Consejo de Ministros, que no lo había hecho ni Franco, no tiene ni un pase.

Además, es un cambio de política de Estado que no ha conllevado nada beneficioso, porque en política, cuando muestras debilidad y cedes al chantaje, eso no acaba nunca. Marruecos sabe ahora que somos bizcochables.

Más allá de ese hiperliderazgo o bonapartismo, usted, que fue diputado constituyente por la UCD y ha conocido a varias generaciones de políticos desde entonces, ¿coincide con la apreciación de que la desgracia de este país es, ahora mismo, la falta de políticos solventes?

Hay falta de liderazgos. En unos lugares más que en otros, también es verdad, con una clase política profesional plagada de gente con escasas perspectivas en el sector privado. Con ser esto grave, sobre todo hay una falta de filosofía de base de los partidos. Es decir, ¿por qué fue posible la Transición y la convivencia en aquellos años mágicos que añoramos? Porque la conducción de la res publica estaba encomendada a dos partidos que estaban en el centro del tablero político y que eran en sí mismos centristas y coincidían en esas verdades madre.

Es decir, entre Felipe González y nosotros no hay grandes diferencias en cómo queremos Europa o cómo queremos estar en la Alianza Atlántica o nuestra concepción de una España de las autonomías. Teníamos diferencias en otros temas. Eso facilitaba enormemente la convivencia.

"Los cambios de gobiernos pacíficos y normales se acabaron con Zapatero"

En el mismo sentido, considera que la derecha no tuvo ninguna oportunidad real de gobernar hasta que se modernizó y refundió en el Partido Popular.

UCD desapareció de golpe y fue sustituido por Alianza Popular, que subió de nueve diputados a 105, pero ese fue su techo de cristal, porque no coincidía con la posición centrada y moderada del electorado, se le percibía muy a la derecha, mientras que el electorado no había cambiado.

Eso nos abre una etapa de un bipartidismo imperfecto, porque el Partido Socialista tenía la vocación de ser el PRI mexicano: tener una oposición que legitimase el sistema, pero que no amenazase sus posiciones. Lo que ocurre es que en la última etapa hay una conjunción de factores como la corrupción, los GAL, la crisis económica, etcétera, que determinan que gane el Partido Popular, que ya se ha transformado con Aznar.

Esto fue muy gráfico en el Parlamento Europeo. Alianza Popular se sentaba con los conservadores británicos y los daneses. El PP rompe y pasa a sentarse en los bancos del Partido Popular Europeo, que son las grandes democracias cristianas europeas. Como partido perfectamente homologable, se convierte en alternativa del PSOE. Cuando éste entra en barrena, es sustituido sin que pasase absolutamente nada. Esos cambios de gobierno pacíficos y normales llegan hasta Rodríguez Zapatero.

¿En qué sentido?

Zapatero decide que el PSOE ya no es un partido socialdemócrata, sino radical a la italiana. Lo que tratamos de explicar en España en su laberinto es que él concibe que tiene que liderar colectivos cuya identidad ha sido autopercibida como negada: un ecologismo radical, un feminismo que llega a absurdos tan enormes como la ley Trans, las religiones minoritarias por oposición al nacionalcatolicismo, los emigrantes nuevos frente a los españoles de origen... Y, sobre todo, ese pacto con los nacionalistas que es lo que fragmenta todo el sistema.

Porque ahora el PSOE gobierna con un ojo puesto en Podemos y los partidos separatistas, pero es que desde Zapatero se llegó con los nacionalistas a un pacto de ayuda mutua: le complemento a usted en sus territorios históricos y usted me permite estar en Madrid. Ese discurso, que es extraordinariamente perverso, está en el Pacto del Tinell, cuando señalan que hay que excluir de la vida pública al Partido Popular, con el que no se puede negociar nunca.

¿Da usted la razón a quienes consideran que los gobiernos de Mariano Rajoy no frenaron adecuadamente esa deriva iniciada por Zapatero?

Rajoy se tiene que ocupar de temas económicos, no entramos en corregir esa deriva, efectivamente. Por ejemplo, en la ley de Memoria, que quiere volver a dividir a los españoles en buenos y malos y es lo que pasó con la República. ¿Por qué fracasa la República? Porque parte de un planteamiento sectario. Azaña dice aquello de que la República será de izquierdas o no será.

Si gobierna de espaldas a la mitad de un país, con planteamientos maximalistas y con el planteamiento de que la crispación ayuda a mantener respaldos electorales, no le extrañe que esto no funcione. Zapatero quiso hacer eso, Pedro Sánchez se subió a esa dinámica, en parte por apropiarse del electorado de Unidas Podemos, y estos meses van a ser un poco más de lo mismo.

El Partido Popular tiene nuevo líder, tras un cambio convulso. ¿Cree que debe seguir mirando a la derecha de la derecha para volver al Gobierno?

Nosotros tenemos un proyecto que nos permite identificarnos a nosotros mismos y ser reconocidos por los demás. El PP es un partido que asume la democracia liberal, la Constitución, incluidos sus aspectos a reformar. El PP es europeísta, por una economía basada en dos principios: que el mercado funcione, lo que implica que usted no lo puede dejar sin regulación de ningún tipo; y la compensación social.

Una de las ideas básicas de la democracia cristiana es la solidaridad, la atención por los más débiles. Eso es el centro. El PP es de centro porque tiene esos principios, no porque tenga uno a la derecha y otro a la izquierda, que sería estar en el medio. Esas ideas te definen como un partido de centro. No tenemos que obsesionarnos con los demás, sino definir ese proyecto con claridad.

"Debemos ser más firmes que Vox en cosas de las que ellos han hecho bandera, como la okupación y la inmigración"

¿Significa eso un cierre de puertas a cualquier entendimiento con otras fuerzas políticas?

Es que, si hubiera que formar gobierno, por ejemplo con Vox, si tienes claro tu proyecto, tu esencia, esa coalición sería mucho más sencilla, porque tú sabes las líneas rojas que no puedes traspasar sin perder tu propia esencia.

Es decir, nosotros no podemos derogar las medidas en violencia de género, no podemos negar el cambio climático, ni la vacunación, que es un tema basado en la ciencia, no podemos ser ultraliberales y renunciar a la regulación y la compensación social. Tampoco podemos renunciar a las autonomías ni al europeísmo.

A partir de ahí, si hay que hacer un gobierno de coalición, usted ya sabe cuáles son las condiciones y las líneas que no podemos traspasar. Si es que hay una ideología en Vox uniforme, que no lo sé, a lo mejor podemos coincidir en otras cosas, como bajar impuestos, acabar con la regulación excesiva, favorecer la productividad y la natalidad…

Hay cosas de las que ellos han hecho bandera en las que nosotros debemos ser tan firmes o más que ellos: el orden, acabar con todas estas historias de los okupas, y la necesidad de regular la inmigración, para evitar los guetos internos y discriminatorios que crea la inmigración irregular y que va en contra de nuestra concepción humanista.

Abogamos por una inmigración controlada, que pueda suplir los defectos que tiene nuestro mercado de trabajo, respetar su mundo cultural, pero siempre exigiendo que respeten los principios en que se basa la identidad de España, europea, que no admite ni la poligamia ni la ablación de clítoris.

El panorama de la política fuera de España, en nuestro entorno más inmediato, tampoco es para tirar cohetes.

Sí, pero no tienen un problema identitario, ¿eh?, que complica todo. Aquí lo que sí ha habido en toda Europa es el maridaje entre las dos ideologías o tres, centrales, que han construido las democracias liberales después de la guerra y que han construido el proyecto europeo, que eran los socialdemócratas, democristianos y liberales.

En la Unión Europea, cuando esos tres grandes partidos se ponían de acuerdo, todo salía adelante. Ahora, cada vez más, hay más partidos a la izquierda (empezó con Syriza, Mélenchon en Francia) y la extrema derecha, como hemos visto recientemente en Suecia o Italia. Todo eso complica enormemente el tema.

Sin embargo, lo más grave es jugar con el proyecto de país. Si no hay un proyecto identitario, no tiene el menor sentido que nos pongamos a decir cómo pagamos las pensiones. Para mí es esencial recuperar una idea inclusiva de España.

El eterno «tribalismo ibérico» o «federalismo instintivo» que mencionan en el libro…

Efectivamente. Las crisis políticas y económicas son subsanables, pero los problemas identitarios son otra cosa. Es que acabaría España, estaríamos hablando de otra cosa. Estamos en un laberinto mucho más difícil que cualquier otro país europeo. A Francia no se le ocurre plantearse qué es Francia o si tienen que disolverse en las distintas regiones que son tan diversas como las nuestras.

Los únicos que en eso se parecen a nosotros son los dos imperios que han caído: Rusia y el Reino Unido, que ahora se está planteando en Escocia y Gales si quiere seguir siendo el Reino Unido o volver a las fronteras de 1700.

El Partido Popular acaba de abogar por el «plurilingüismo cordial» en la polémica por la eliminación del castellano en las aulas de Cataluña.

Núñez Feijóo está precisamente por armonizar las dos realidades. ¿Cuál es el elemento que crispa más ahora mismo? La lengua. Cambó dice que el alma de un pueblo es la lengua. El plurilingüismo cordial es que se aprendan las dos lenguas y que luego cada cual hable en la que le dé la gana. Las cuatro lenguas que tenemos son españolas. El catalán es una lengua española. El poeta vasco Gabriel Aresti escribió aquello de que «Solo es español quien sabe las cuatro lenguas de España».

"España está en un laberinto mucho más complicado que otros países europeos"

A lo largo de nuestra historia, la corrupción ha influido en la vida pública española.

No más que en otros países. Ahí están Italia o Francia, donde han sido condenados Chirac, Sarkozy… Digamos que es un problema generalizado en el mundo, lo cual no justifica nada, y aquí donde ha estado ha sido en los partidos. El mayor escándalo que ha habido ha sido en Andalucía con los ERE, como le dije a Susana Díaz, cuando sacó el tema en un debate: «Hay que tener mucho arte para hablar de la corrupción habiendo sido tú presidenta de la Junta de Andalucía. Yo hablo lo que quieras, pero tu gobierno es el que retira la personación de la Junta, lo que ha impedido recuperar los fondos malversados».

La corrupción desgastó a Felipe González y supuso la caída de Mariano Rajoy, porque la moción de censura se basó en la sentencia de Gürtel.

Felipe González cae en el 96, pero ganó las elecciones de 1993, cuando todo el tema de la corrupción estaba en su ebullición, con Roldán, director de la Guardia Civil, que se llevó hasta el fondo de los huérfanos del cuerpo, el BOE, y todo aquello. Luego estuvieron los asesinatos de los GAL y el cansancio de tanto tiempo.

La corrupción siempre es deleznable, porque es el desprestigio de las instituciones y de la política, que provoca un gran desapego de la vida pública. También el despilfarro cuando hay gente pasándolo mal. Por eso digo que lo de tantos asesores en el actual gobierno es una provocación. La moción de censura que sacó a mi partido del gobierno fue sobre una famosa frase que luego anuló el Tribunal Supremo. Verdad que había un ambiente que hacía que eso fuera creíble.

¿Qué opina del posible indulto a José Antonio Griñán?

Es sencillamente cargarse el Estado de Derecho. Si las reglas del juego no se respetan… La malversación no es que tú te hayas llevado el dinero a tu casa. Has estado utilizando dinero público para ganar elecciones, que en el fondo es lo que decían que era Gürtel. Ese dinero era para los desempleados y, pese a las advertencias, lo usaron para perpetuarse en el poder. Si le conceden el indulto, destrozarán peligrosamente el Estado de Derecho.