Susanna Griso: 'Me siento insultada cuando Sánchez oculta que la amnistía sólo es para seguir gobernando'
"Durante el 'procés' se generaron rupturas sentimentales en las familias. Lo sé porque lo viví en mi propia carne" / "En España, muchos chavales quieren ser 'influencers'; en el norte de Europa, escritores. ¿Qué país estamos haciendo?" / "A Yolanda Díaz le pasa como a Sánchez. Le han cogido gusto a los monólogos. No les gustan las preguntas duras".
11 febrero, 2024 03:35Al principio, no entendemos. Susanna Griso nos ha citado en este salón con ajos que cuelgan del techo, una chimenea tintada de carbón, un tejado con vigas de madera y decenas de mesas con copa y mantel que, seguro, no son para nosotros. La Posada de la Villa dice en su puerta que se estrenó en el siglo XVII: más o menos cuando Susanna comenzó a presentar Espejo Público. ¿Qué tratas de decirnos, Susanna? ¿Qué estamos haciendo aquí?
De pronto, aparece la periodista toda de blanco como una novia. "La novia de España", podríamos decir igual que se escribió de aquella cantante. Susanna ya lleva más años viviendo en Madrid que en Barcelona. ¿Y si quiere escenificar un portal de Belén junto a la imagen que hay ahí de Isidro Labrador?
A Susanna, la novia, conforme recorre las mesas camino de las fotos, le lanzan mil y un piropos. "Qué bien lo haces en la tele, estás estupenda, qué bueno lo que dijiste el otro día". Tiene que ser terrible, pero es como si ella no se enterara. Luego le preguntaremos por eso. Por el peligro del elogio continuado.
Hemos venido a hablar de su liderazgo en la pantalla, de influencia y poder. Espejo Público es un salón donde entramos todos, un lugar agradable, acogedor. Pero ese ambiente hogareño podría acabar camuflando la influencia de esta periodista. Y nada más lejos de la realidad. Queremos hablar de eso, de Cataluña, de ella, de su familia, de todo un poco. De una mujer poderosa, por mucho que le incomode el calificativo.
Pero seguimos sin entender, Susanna. Este escenario debe de entrañar alguna clave que se nos escapa. Al fin:
–¿Qué estamos haciendo aquí? ¿La reina en su castillo?
–¡No, no! Es que vengo del piso de abajo, de una comida en la que he presentado a Pedro Piqueras, que se está despidiendo de la tele. Os he citado aquí por comodidad.
Susanna nos confiesa que tenía el escenario en la cabeza. Es oscuro y por eso ha venido de blanco. Susanna parece una linterna.
Don Pino, el amo y señor de este castillo, nos propone montar el plató en un templete que hay en el centro del comedor. Una plataforma de madera rectangular y vallada, que se abre con una puertecita.
Ahora es Susanna la que no entiende: "Pero, ¿nos tenemos que subir ahí?".
–Don Pino nos ha dicho que aguantará el peso. Una vez se subieron treinta tunos a cantar. ¿Qué tal te llevas con la tuna?
–¡Treinta tunos! Debían de ser bastante más delgados que nosotros. No he tenido muchas experiencias con la tuna, pero no me generan esa animadversión que veo en algunas personas. Cuando me los encuentro, siempre es motivo de jolgorio y alegría.
Teníamos que haber traído a la tuna para que le cantara a Susanna. Ahora viene lo más difícil. Debemos subirnos ahí arriba para empezar a grabar. Susanna lleva unos tacones más largos que la amnistía. Es la reina de la mañana. Y nosotros, que somos unos chavales de Pamplona, no sabemos cómo se le da la mano a una reina.
Arriesgamos. Susanna se agarra a nuestra mano como Sánchez a la de Puigdemont y ya está en su trono. Podemos empezar.
Me han dicho que no te sueles buscar en Google. Menos mal, porque he puesto tu nombre para documentarme y no pienso preguntarte por casi nada de lo que aparece.
¡Lo de poner el nombre en Google no hay que hacerlo nunca! Muchas gracias, te lo agradezco. Menos mal.
¿Hay algo que no se sepa de ti y que te gustaría que la gente supiera?
Esa pregunta es tramposa. Si te digo lo que quiero que la gente sepa de mí, sería darme excesiva importancia: un ejercicio de petulancia desagradable por mi parte. Soy una persona muy normal. Cuando la gente me conoce después de haberme visto en la tele, me dicen eso: “¡Eres muy normal!”. ¿Qué pensaban a priori?
¿Y qué cosas de ti se saben que odias que se sepan? En cuanto hemos salido a la calle a hacer las fotos, una pareja que iba corriendo se ha parado a grabarte, un grupo de chavales lo mismo.
No me he dado cuenta. He desarrollado con los años cierta capacidad para abstraerme de lo que sucede en mi entorno. Creo que es lo que me permite llevar una vida corriente. Lo hablaba antes con Pedro Piqueras, que ha dicho una gran frase: "En la tele tenemos que lidiar con el EGM, pero también con el EGO".
Para no fortalecer demasiado tu ego, debes abstraerte de las cosas que oyes. Quizá haya desarrollado una sordera selectiva. A veces voy con gente que me dice: "¿No has oído eso que te han dicho?". Que si eres alta, que si eres delgada... Ha llegado un momento en que no me entero. Cuando salgo a la calle, no quiero ser "Susanna Griso la de la tele".
Si no te blindas de esos elogios, supongo que las consecuencias pueden ser terribles. En el camino desde aquí hasta la puerta de la calle, te han regalado los oídos mil veces.
Los comentarios de la calle no tienen nada que ver con los de las redes sociales. Son dos universos totalmente independientes y antagónicos. Normalmente, lo que te dicen en la calle es muy bonito y parte de alguien con una cara, con un nombre… Conviene hacer un ejercicio de abstracción y recordar que la realidad no tiene que ver con las redes.
¿Te pasa al revés? Quiero decir: ¿puedes contener la tentación de querer saber de otros famosos lo que no te gusta que se sepa de ti?
Seguramente tenga curiosidad. Si no, no sería periodista. Yo me blindo no para protegerme a mí, sino para proteger a los que quiero: a mis hijos, a mi familia, a mi pareja… Siempre he intentado contar poco. La información es poder. Cuanto menos se sepa de mi entorno, más protegidos estarán. Sobre todo porque ellos no quieren ser conocidos.
Nunca me he encontrado con un familiar que quiera ser famoso. ¡Al revés! Creo que, tras haber visto mi experiencia, este mundo les genera cierto rechazo. Dosifico mucho lo que cuento, tanto en la tele como en las redes.
"La información es poder". Recuerdo cuando en directo, por despiste, en lugar de decir "fuentes cercanas al rey Juan Carlos", leíste directamente un WhatsApp suyo. Eso es el poder, ¿no? Sin querer, contaste a toda España que te mensajeas con el Emérito.
Fue fruto de la premura. No tuve tiempo para reaccionar. Estábamos contando en directo una conversación entre Rubiales y Piqué. Sin haber terminado el vídeo que habíamos puesto, me llegó su mensaje: “Oye, que sepas que no tengo nada ver que con eso, no soy un comisionista”. El cuerpo me pidió contarlo sobre la marcha. Debí añadir esa coletilla que usamos el 99% de nuestro tiempo: “El entorno de”.
Es verdad que esa expresión, vista desde casa, es poco creíble. Porque “el entorno” puede ser cualquiera. Muchas veces, pese a haber hablado con el protagonista, tienes que utilizar esas fórmulas… “Fuentes próximas a”. Y piensas: “¡Qué rabia! Si la gente supiera cuál es la fuente, esto tendría mucha más credibilidad”.
"Nunca contaré mis conversaciones privadas con Juan Carlos I"
Por cierto, ¿qué tal está don Juan Carlos? ¿Viene o no viene?
Oye, ¡tampoco hablamos todos los días! Llevo bastante tiempo sin hablar con él. En aquel momento, cuando era objeto del juicio en Londres tras la denuncia de Corinna Larsen, surgió… Tuve ocasión de hablar con él también cuando ejercía la jefatura del Estado.
Me hablaba Piqueras hace un rato de sus conversaciones privadas con Adolfo Suárez. Le habría encantado publicarlas, utilizar parte de esa información. Me pasa lo mismo con Juan Carlos I. Esas conversaciones se quedarán para mis recuerdos, pero nunca podré hacer uso de ello.
¿Tienes la sensación de que va a volver a España?
No. No creo que vuelva. Tengo la sensación de que irá haciendo viajes. Ahora ya es normal, no resulta una excepción que vaya a Sanxenxo y navegue. Lo que pasa es que él quiere residir en la Zarzuela. No hacerlo es algo que le duele, pero él mismo se comprometió por carta a no hacerlo. Cuando esté en Madrid, siempre será de paso. No le veo durmiendo en casa de un amigo.
¿A ti te gustaría que volviera? Nació en el exilio y puede que muera fuera de España.
Creo que, tal y como está ahora, esta es una historia mal terminada. Si él no vuelve porque no quiere, tendrá sus motivos, no quiero entrar en eso. Pero sí pienso que la Historia le está juzgando con cierta severidad por los últimos años. Posiblemente nos falte la generosidad para juzgar su reinado en conjunto.
Cuando nos falte, tal vez tengamos cierta mala conciencia por no haber hecho con él la justicia que merecía. Lo decía Rubalcaba: “En España enterramos muy bien”. Es extraño que sea un rey en el exilio, pero también lo es por errores propios.
Podrías ejercer el poder de una manera un tanto maquiavélica: “Don Juan Carlos, yo le apoyo mediáticamente si usted a cambio me da la entrevista cuando regrese”.
Me encantaría que me diera esa entrevista. Y no sólo una entrevista, sino también la posibilidad de escribir su biografía. Sé que hay varios periodistas postulados para ello. Algunos han comenzado a escribir capítulos. No sé si verán la luz en breve.
¿Es verdad que a algunos de tus contactos más importantes del móvil los guardas en clave?
Sí, pero debes saber que soy muy despistada y a veces no me acuerdo de quién es quién. Me paso mucho tiempo tratando de averiguarlo. Tengo tres o cuatro a los que he tenido que llamar y pensar… “Pero, ¿qué nombre le puse?”.
Ponme algún ejemplo, aunque no reveles el nombre del afectado.
A uno le puse Gandhi. Imagínate luego hasta que caí… Tengo bastantes contactos guardados en clave. Hubo una época en que estuve pensando: ¿y si pierdo el móvil? ¿Y si me lo roban? ¿Y si me lo hackean? ¿Y si empiezan a salir mensajes que me he enviado con tal y cual? Por si nos lee algún pirata, tiendo a borrar mensajes. Pero hay conversaciones que tienen cierto interés. Por eso es mejor el nombre falso.
¿Ha habido malentendidos divertidos?
Hubo uno muy gracioso. No puedo decir su nombre. Estuvimos hablando por WhatsApp bastante rato. Fue durante el programa. De repente, me di cuenta de que lo había confundido con… ¡Dios! Tremendo. Muy cómico. La pena es que no puedo contar el nombre del personaje. Entonces se entendería lo que pasó, la anécdota cobraría su sentido.
¿En qué más cosas notas el poder que tienes? Presentas un programa muy agradable, que es como el salón de una casa al que todos entramos, y eso camufla en cierto modo la influencia. Pero nada más lejos de la realidad: detrás de esas audiencias hay una enorme influencia, muy superior a la de los grandes periodistas políticos.
Oye, tú quieres que quede en esta entrevista como un ser petulante e insoportable. El poder es relativo. No me gusta pensar que soy una persona con poder. Lo que sí sé es que llevo muchos años en esta profesión y que he visto pasar muchos gobiernos. Los políticos van pasando y yo, toco madera, sigo ahí. Eso te permite adquirir cierta distancia con la noticia y relativizar. Es positivo.
Sobre todo en este momento en que todos estamos tentados de sufrir cierta enajenación mental. Los políticos viven mucho de eso, de generar conflictos, de meternos a todos en la bronca. Lo están consiguiendo, y no sólo entre los periodistas. También entre los jueces y los fiscales.
¿Ya son quince años en Espejo Público?
Dieciocho en Espejo y en Antena 3… creo que veinticinco.
Has superado a Felipe González de largo. Sólo te queda Franco.
¡Por favor! Qué paralelismo. Dieciocho años son una mayoría de edad. Dan para contar muchas cosas.
La gente que está en tu posición siempre se encuentra ante la siguiente disyuntiva: “Cuando me llaman a comer los políticos y los empresarios, ¿voy o no voy?”. ¿Tú vas? Viene bien para obtener contexto e información, pero también es un riesgo porque la empatía puede restarte independencia.
Yo voy a las comidas, sí. En mi programa, no me limito a dar paso a un vídeo o a un directo. Necesito mucho análisis y mucho contexto. Comer con políticos, empresarios y líderes sindicales me da el bagaje para contar esa información.
"Tengo cierta empatía innata con la gente, pero con los políticos no tanto"
Tengo cierta empatía innata con la gente, pero con los políticos no tanto. Eso me ayuda a enfrentar el riesgo que mencionas. Cuando entrevisto a un desconocido, tiendo a empatizar mucho. Pero cuando entrevisto a un político, desconfío porque tengo la sensación de que todo forma parte de una escenificación. Me preocupa menos ser más dura o hacer preguntas delicadas.
Crees que ir a comer no te perjudica.
No. De hecho, me tomo como un reto hacer las preguntas más duras a los políticos que más conozco. Si tuviese que entrevistarte a ti, a alguien que he tratado o al que tengo cariño, sí me costaría ser dura. Pero con los políticos, no. Además, vemos las cosas que se dicen entre ellos, tan tremendas, y que luego se van tan amigos a tomar un café. ¿Cómo no voy a poder hacer yo lo mismo siendo periodista?
En esos encuentros informales, ¿quién te ha impresionado más? ¿Quién te ha ocasionado más nervios?
Siempre he admirado la cabeza y la capacidad de ver más allá de Felipe González. Fue el gran forjador de los cambios de este país en materia de sanidad, educación, pensiones… Pese al paso del tiempo, sigue manteniendo esa cabeza privilegiada.
Crecí con el gobierno que nació en 1982. Luego he acabado tratando a varios de sus ministros y te das cuenta del nivel intelectual que había. Carlos Solchaga, Miguel Boyer… Recuerdo que, cuando empecé, me impresionaban mucho las ruedas de prensa de Solchaga. Quizá ahora, con más mili, me impresione menos.
¿Tienes la sensación de que la clase política realmente ha empeorado mucho? Esa impresión está al cabo de la calle: “Mira cómo hablan, qué se dicen, son unos analfabetos”.
No hago una enmienda a la totalidad, pero creo que en los primeros gabinetes de la democracia se eligió a gente muy preparada, consciente de la gran responsabilidad que asumía. Hicieron un ejercicio de generosidad que hoy se echa en falta. Estamos dominados por un cortoplacismo y un populismo en general, que trasciende al eje izquierda-derecha.
Si hay algo que me frustra es pensar que todo tiene un objetivo electoral. Echo en falta una mirada más allá de los cuatro años. Hay grandes temas sin resolver. Por ejemplo, la sequía. ¿Qué hemos hecho durante esta última década? ¿Alguien ha pensado en ello? Por no hablar de la educación, tantas leyes superponiéndose unas a las otras. ¿Cómo nos va a cambiar la inteligencia artificial? Muchos chavales de hoy te dicen que de mayores quieren ser influencers. En el norte de Europa, sueñan con ser escritores. ¿Qué tipo de país estamos creando?
¿Tú qué querías ser de mayor?
Lo último que quería ser era presentadora de televisión.
Te daba vergüenza hablar en público.
¡Sí! Yo quería ser psicóloga. Se me daba muy bien escuchar. Creo que sigo escuchando mucho. Aunque a veces el móvil es un problema porque te acabas enganchando al WhatsApp, a las noticias o a las redes. Quería ser psicóloga.
Luego, cuando me incliné por el periodismo, tenía muy claro que no quería la tele. ¡Quería prensa escrita! Soñaba con ser corresponsal en Londres y en Nueva York. No me veía haciendo Deportes ni Economía, que fueron las primeras cosas que hice… ¡en la radio! No cumplí con nada de lo que me había propuesto.
Eso, ¿qué hay de la radio? Ahora que hacéis esas conexiones Alsina y tú, ¿te ves un día presentando Más de Uno y él presentando Espejo Público?
Estoy dispuesta a jugar. Si él también, yo hago los deberes para presentar Más de Uno. Me va a costar hacer esas homilías de las siete y de las ocho de la mañana que escucho con tanto interés. Lo digo con el cariño que le tenemos a Alsina.
Somos devotos de esas homilías.
Somos devotos. Pero, sí, estoy dispuesta a jugar.
Otro de los vértices fundamentales del poder es la empresa. ¿Cuáles dirías que son los empresarios españoles con más influencia en la política de hoy?
Josu Jon Imaz (Repsol), Ana Patricia Botín (Banco Santander), Ignacio Sánchez Galán (Iberdrola). Hay más, ¿eh? [lo dice pensando]. Podría hablar de los presidentes de los grupos de comunicación, pero no me voy a meter en ese fregado.
Puedes meterte, ¿eh?
No, no. Se lo dejo a otro. Las eléctricas y los bancos tienen mucha influencia. Han hecho notar su malestar, se han sentido señalados estos últimos años.
Hemos hablado de la influencia hacia dentro, pero también se manifiesta de puertas hacia fuera: decides lo que ven en sus casas muchas personas. ¿Cuál es tu criterio para elegir? La tele es el medio más presionado por el dato. ¿Cómo combinas el interés informativo con la dictadura de las audiencias?
Es un equilibro. Nos guiamos por la intuición. Cuando preparamos el programa, todavía no tenemos las audiencias del día anterior. Vamos a ciegas. Si lo tuviéramos, sabríamos qué es lo que ha funcionado el día anterior. De todos modos, hay que mirar la curva con cierta distancia.
A las seis de la mañana, proyectamos la que creemos que va a ser la noticia del día. A veces, hay temas muy importantes que son farragosos: la amnistía y su calendario, la bronca de los fiscales, la ley de enjuiciamiento criminal… Aun así, apostamos por ellos porque son clave.
El programa empieza a las 8:55. Procuro que le demos una vuelta más a lo que ha ocurrido ayer. Empezamos cuando están sucediendo las cosas, por eso digo “proyectar”. No me gustaría que la gente tuviera la sensación de que le estamos dando un resumen del “ayer”. Porque eso ya lo han hecho por la noche. Buscamos aportar un plus de análisis e inmediatamente conectar con lo que está pasando.
Ponme un ejemplo práctico.
Ayer teníamos dos opciones: apostar por la amnistía, ya que intuíamos que iba a haber conflicto en la junta de fiscales; y la otra era las protestas de los agricultores. Apostamos por las protestas sin saber realmente qué iba a pasar, pero acabaron bloqueando carreteras de media España. Mi vocación es ir un poco más allá.
Para trabajar, tenemos el plus de la prensa escrita, que sigue teniendo mucha incidencia. Hay gente que dice: “Los periódicos han perdido peso”. Pues no. En la elaboración de nuestro menú, tienen muchísimo peso. Aportáis un análisis fundamental para nosotros. Intento construir una mesa plural donde estén reflejadas todas las posiciones, que sea la gente la que pueda alcanzar sus conclusiones.
En el combate Atresmedia vs Mediaset, ¿hay dos maneras distintas de ver España?
No lo sé. Durante un tiempo, Mediaset aplicó la ‘fórmula Sálvame’ a todos los formatos, también a la política. Nosotros creíamos en el análisis, más que en vociferar y en un debate enconado. Ese era nuestro factor diferencial. Ahora no te sabría decir dónde está Telecinco, pero sí sé dónde está mi grupo y me siento muy cómoda.
No quiero que esto suene pelota, pero Santiago González, nuestro director de Informativos, nos da muchísima libertad. Podemos imprimir nuestra personalidad a lo que hacemos. Cada plato que se sirve tiene sus matices.
¿Ves a la competencia? ¿Te da tiempo?
La veo poco. Cuando empecé, la miraba de reojo. Incluso llegaba a casa y me ponía a ver qué habían hecho. Hoy lo hago poco. Tenemos nuestra propia apuesta, pero no le dedico demasiado tiempo. Para eso tengo a los editores del programa.
"Cuando empecé, miraba a la competencia de reojo. Hoy la veo poco"
Analizamos el minuto a minuto, cuándo nos hemos disparado, cuándo hemos caído, qué estaba dando la competencia en esos momentos. Me interesa saberlo porque igual hay un tema que se nos está escapando. Pero, por ser honesta, no le destino demasiados esfuerzos.
¿Alguna vez ha intentado ficharte Telecinco?
[Silencio y al fin responde…] No sabe, no contesta.
Eso es un “sí”. Si fuera un “no”, me lo habrías dicho tranquilamente.
[Le entra la risa] ¡Deja que no responda a una de tus preguntas!
Una vez dijiste que la presión del dato de audiencia os afecta a la salud mental. ¿Eso cómo se traduce en la práctica? ¿Te afecta a ti así y a la gente que tienes alrededor?
Recuerdo un viaje en AVE. Tenía sentada delante a María Teresa Campos. Me estuvo un buen rato comentando que no podía más con la presión del dato diario. Me dijo que estaba harta, que tiraba la toalla… Lidiar con el dato diario es muy duro, para bien y para mal.
Cuando te va bien, es fácil dormirte en los laureles. Pero, cuando te va mal, tienes que tirar mucho del equipo, de la gente; tienes que liderar, tirar de mano izquierda, hacer atractiva la propuesta a ojos de los tuyos...
Has hecho mucho mindfulness, Susanna. Si no, después de tantos años, estarías como una chota.
¡A pesar de los intentos de la clase política por enajenarnos! Tengo un amigo que me dice: “¿Vienes meditada de casa o te caíste en la marmita mágica?”. Quizá me cayera de pequeña porque, sí, tengo bastante temple en esto.
Háblame de los políticos de ahora, has conocido de cerca a casi todos. Sánchez ha logrado, queriendo o no, que incluso sus partidarios tengan esa imagen de él de tipo frío, calculador, capaz de todo. Tú que lo has tratado de cerca, ¿qué hay de cierto en ese retrato?
¡Todo! Es duro, es frío, es resiliente. Como hemos comprobado, tiene esa capacidad máxima de hacer contorsionismos de todo tipo. En la distancia corta, es mucho más agradable y próximo de lo que aparece en la pantalla o en los mítines. Entrevistar a Sánchez entraña un problema.
Cuál.
Tiene una técnica muy depurada, que viene de la factoría de Moncloa: tú le preguntas cualquier cosa y él tiene un mensaje que quiere colocar. Se alarga al máximo en las respuestas y…
Y eso en la tele te mata, te deja sin tiempo.
Claro, ¡en la tele te mata! Porque te dan, como mucho, media hora para hacer la entrevista. Haces la primera pregunta, empieza a contestarte y, cuando termina, dices… “Pero si ya sólo me queda…”. Además, cuando intentas interrumpirle, él siempre acaba su frase. Te va llevando al derrotero que quiere, tienes que estar constantemente batallando.
Entrevistar al Pedro Sánchez de hoy es muy difícil. No era así en 2018 o 2019. Creo que su primera entrevista en televisión se la hicimos en Espejo Público cuando se postulaba en las primarias contra Eduardo Madina. Sánchez era un chaval que nadie conocía, que no sabíamos de dónde había salido y que tenía todas las de perder.
Es un muro.
Esa técnica de hoy la ha depurado al máximo. Salgo de las entrevistas con un sentimiento de impotencia. Me como mucho la cabeza. Hay que reconocerle que es muy correoso, como debía de ser jugando al baloncesto.
Tú que siempre has estado ahí desde que él entró en política, ¿cómo vives en carne propia sus giros? Esos cambios sustanciales sobre su proyecto de país.
Hablé de esto con Zapatero. Me citaba a un periodista del Financial Times al que admira mucho para justificarme los cambios de opinión. “La gente cambia de opinión y hay que ser muy rígido para no hacerlo”. Parte de razón tiene: ha tenido que lidiar con una pandemia, con un volcán…
No creo que un político deba aferrarse a los mismos principios durante años y años, pero lo que me da rabia de los cambios de opinión de Sánchez… Este Gobierno, y Sánchez en concreto, se piensa que la gente no tiene memoria, que no existen los recuerdos y que todo es gratis. Eso es lo que más me enerva. Me ha pasado con la amnistía.
¿A qué te refieres exactamente?
Me siento insultada intelectualmente porque se nos venden los beneficios de la amnistía dejando de lado su carácter instrumental, se obvia que la están defendiendo simplemente porque la necesitan para seguir gobernando. Eso es lo que a mí me enerva y creo que a mucha gente le pasa lo mismo.
"Sánchez es muy correoso. También debía de serlo jugando al baloncesto"
¿Alberto Núñez Feijóo? Podía haberse tirado gobernando Galicia tantos años como tú Espejo Público, pero lo dejó todo para venirse a Madrid y ser presidente. Ahora se va a tirar un tiempo en la oposición. Y no tiene asegurado gobernar. Lo que le susurraban sus asesores áulicos y sus encuestadores se evaporó.
Feijóo ha sido víctima de las encuestas y de sus propias expectativas, que eran las que tenía buena parte del país. No en vano ganó las elecciones. Pero a él le llegaba que aquello iba a ser un paseo triunfal hasta las generales. Ha necesitado un tiempo para recolocarse.
Vox no le ha ayudado. El Feijóo que yo conozco tiene vocación de centro, ni siquiera de centro derecha. Sólo hay que ver cuáles son los principios que defiende, pero las circunstancias le han obligado a lidiar con Vox.
¿Y qué tal lidia?
Tras las autonómicas, Sánchez tuvo la habilidad y la clarividencia de adelantar las elecciones. La manera acelerada en que se trazaron los pactos con esos perfiles discordantes de Vox desdibujó a Feijóo por completo. Todavía no ha tenido tiempo para desmarcarse de esos pactos y de ese legado.
A priori, esos acuerdos podían espantar, pero en la práctica no han cambiado nada de lo que la gran mayoría de la sociedad española considera intocable, como la igualdad. Pero cuando se firmaron los pactos no sabíamos cómo iban a traducirse.
Es decir, en la práctica no crees que los pactos PP-Vox hayan traído retrocesos sociales.
No. Que me lo desmientan. Pero veo las noticias a diario de Valencia, Castilla y León, Baleares… No veo grandes retrocesos. De hecho, hemos puesto el foco en determinados pueblos con tentaciones de censurar y tal, pero no ha pasado de ahí. Sin embargo, a Feijóo le hicieron daño los pactos.
Creo que Feijóo ha implantado una política en el partido muy de dejar hacer. Él sufrió en carne propia el ordeno y mando que instauró Teodoro García Egea desde Madrid con el permiso de Casado. Como Feijóo lo sufrió, quiso dar libertad. Y tal vez no manejó los tiempos y los gobiernos que se iban formando.
Llegaron demasiado pronto y le perjudicaron en las elecciones generales.
Llegaron demasiado pronto y se vendieron mal. Vox apostó por perfiles que le perjudicaron claramente. Pecaron de miopía política. Quisieron significarse mucho políticamente y eso lastró al PP e, indirectamente, a la fórmula PP-Vox, que se quedó sin gobernar.
Cuando el PP ha hecho estudios demoscópicos a posteriori, han visto que les perjudicaron esos pactos y que no les fue bien en el voto femenino. El PP no fue hábil ni supo desmarcarse, no dejaron claro que seguían defendiendo esos derechos fundamentales. Las declaraciones de Abascal diciendo que aplicaría otra vez el 155 en Cataluña provocaron allí un vuelco en favor de los socialistas.
¿A Santiago Abascal también lo has tratado con cierta cercanía?
Sí. Es una persona muy cálida y muy razonable en las distancias cortas.
¿Y en las largas?
Como muchos periodistas, he sufrido los bots de Vox y campañas en contra. Pero eso ya no me despeina ni me ocupa.
¿Qué hay de Yolanda Díaz? ¿Te resulta natural o impostada?
Me estás poniendo en muchísimos bretes, ¿eh?
Pensaba que estaba siendo todo light.
Sí, bueno [suelta una carcajada]. A Yolanda Díaz le pasa un poco como a Pedro Sánchez. Le está cogiendo mucho gusto a los monólogos. Por ejemplo, en las entrevistas tipo dúplex [cuando el político conecta con el programa en directo, pero desde un lugar que no es el plató], no es fácil.
Me tengo por una persona educada a la que le cuesta interrumpir. Hay veces que digo: “Por Dios, ¿qué mentalidad tienen determinados políticos que nos ven a los medios como una plaza en la que se pueden regodear y donde soltar la chapa?”. Se sienten incómodos con las entrevistas duras.
Para hablar de Cataluña, me gustaría preguntarte por tu casa, por tu infancia, tus padres. ¿Cómo recuerdas ese tiempo?
Fue una infancia feliz en una familia muy numerosa. Era la pequeña de siete hermanos. Muchas mujeres, un entorno muy matriarcal. Mi madre era una mujer muy poderosa. Ahora se habla mucho de “empoderamiento”, que es una palabra que me da un poco de rabia.
Mi madre era una mujer muy empoderada para su época. Entraba, salía, viajaba, dirigía una ONG internacional… Fue una figura de referencia en su ámbito. Mis hermanos me llevan muchos años. La sexta, la anterior a mí, me lleva nueve años.
Qué barbaridad.
Siempre he tenido la sensación de que era el final de una etapa, de que nadie me esperaba. Yo me preguntaba: “¿Qué soy? ¿Un accidente?”. Y mi padre me decía: “No, una sorpresa”. Accidente o sorpresa, nadie me esperaba. Nací nueve años después del resto, mi madre estaba prácticamente menopáusica.
A través de mis hermanos, mamé esos años hippies, esa cierta libertad. Mis hermanos vivían entre la India y Canadá. Como la vida es pendular, yo opté por una vida mucho más ordenada. Me quería formar, trabajar… Quise desmarcarme del discurso hippy sesentero.
Cuando eras todavía más joven, ¿la política allí era tan pegajosa como ahora? ¿Estaba en todas las esferas de la vida?
No. No era así. Aunque en mi casa había muchas broncas políticas. Porque una parte venía de la antigua Convergència y otra de las juventudes socialistas, del PSUC… Escuchaba mucha discusión entre la izquierda y la derecha tradicional catalana. Pero nada que ver con lo de ahora.
Durante el procés, se generaron claramente rupturas sentimentales en las familias. Yo no lo puedo negar porque lo viví en mi propia carne. Ahora la cosa se ha calmado. Lo que percibo cuando voy a Cataluña y estoy con mi familia es que de política no se habla.
Hasta hace poco era el monotema.
Sí. Lo que percibo en el entorno del PSC, que era combativo con el procés en estos últimos años, es que quieren pasar página. Y les lleva en muchos casos a abrazar la amnistía. Me sorprende porque son personas que fueron muy críticas con el procés.
¿Has evolucionado mucho políticamente con la edad?
¿Como las personas inteligentes, quieres decir? [se parte de risa]. Claro que he ido cambiando de voto, pero hay cosas en las que no he cambiado. En cuanto a las políticas sociales, he sido muy combativa. De ahí nadie me mueve. Soy muy guerrera con eso.
Me revuelvo cuando noto que hay un derecho fundamental que está siendo pisoteado. Sigo siendo igual de feminista, sigo defendiendo la comunidad LGTBI igual que entonces, me rebelo contra los discursos anti inmigración, la utilización política de los menas me parece deleznable y no la puedo soportar. En política económica, digamos que soy más abierta.
Susanna Griso, te estamos mirando a los ojos, ¿alguien te ha propuesto alguna vez entrar en política?
Nunca jamás.
¿Ni siquiera así como de broma?
No, nunca. En el pasado, me propusieron vincularme al Barça formando parte de una junta directiva. Fue sorprendente.
¿Te lo planteaste?
No.
Mira cómo está ahora el Barça, ¿eh?
Mira cómo está, sí. Todo el mundo que pasa por el Barça sale trasquilado, ya lo decía Guardiola. No recuerdo en qué película argentina decían lo de que se puede cambiar de todo menos de equipo de fútbol. A pesar de que las cosas no van como una querría.
La ley de amnistía probablemente sea la más importante de las votadas desde la Constitución de 1978. Antes la hemos comentado superficialmente. Moncloa dice que la amnistía va a servir para “poner el contador a cero” y volver a trabajar en un proyecto común, pero Puigdemont y Esquerra dicen lo contrario, que ellos siguen mirando a la independencia. Más allá de lo “instrumental” que decías antes, la mayor contradicción de la amnistía es ésta, ¿no?
Es la diferencia con los indultos. El indulto es para alguien que pide perdón y la amnistía no. Lo ha dicho Felipe González en repetidas ocasiones: con esta amnistía será el Estado el que acabe pidiendo perdón a quienes se benefician de la misma. Es una utilización perversa de la justicia a raíz del procés.
Creo que a esta amnistía le falta la generosidad de la de 1977. Cuando se comparan, es absurdo. Falta generosidad por ambas partes. Por parte del Gobierno, porque lo hace sin creérsela, sólo porque el fin justifica los medios. Por la otra parte, porque en ningún momento ha habido una asunción de responsabilidades. Aunque creo que el independentismo sí está haciendo esa reflexión en privado.
¿En qué lo notas?
Si rascas un poco en todas esas manifestaciones grandilocuentes que mencionabas… Esas manifestaciones indignantes… Desde esa rabia contenida de haber estado en Waterloo, Puigdemont actúa buscando revancha. Falta generosidad por ambas partes y eso hace la amnistía menos loable que la de 1977.
¿Falta generosidad por parte del Gobierno?
Sí, porque no creen en ella. Eso que dicen de que va a servir para “desinflamar” y “poner el contador a cero” lo dicen para envolver el paquete con celofán, pero no se lo creen de verdad.
Lo que pasa es que la generosidad del Gobierno, impostada o no, ¿puede ir más lejos? Más cesiones no pueden hacer, se les acaban los conejos en la chistera.
Me cuentan que Cándido Conde-Pumpido [el presidente del TC] ya le ha dicho a Sánchez: “No se os ocurra ir más allá porque no es que lo vaya a tumbar a Europa, sino que no va a pasar el filtro del Constitucional”. Parece que no van a cambiar nada más. Quienes conocemos a Puigdemont…
¿También lo has tratado mucho?
Poco. Cuando fue alcalde de Girona y presidente de la Generalitat, yo ya estaba en Madrid. En esa época nos cruzamos algunos mensajes, pero poco más. Sí recuerdo que su entorno decía que era una persona absolutamente imprevisible. Siempre va más allá de lo que la gente es capaz de imaginar.
Ni el propio independentismo se podía creer que fuera a tumbar el otro día la ley de amnistía. Y la tumbó. Lidiar con Puigdemont es lidiar con un personaje muy cargado de rabia y difícilmente domesticable.
¿Mantienes la vía abierta con Puigdemont?
No.
No era el “Gandhi” de tu móvil, ¿no?
No, no [sonríe]. A Puigdemont le pudo en su momento la presión de Esquerra, los alcaldes, las famosas monedas de Rufián… Cuántas cosas nos hubiésemos ahorrado si hubiera convocado elecciones en lugar de declarar la independencia.
Nunca he sabido el papel de Rajoy en esas horas clave. No sé hasta qué punto le dieron garantías a Puigdemont de que, si convocaba elecciones, no aplicarían el 155 ni le perseguirían judicialmente. Mira que se han escrito libros sobre el procés, pero me gustaría que alguien contara con fidelidad qué pasó en esas veinticuatro horas.
¿Cataluña tiene solución o, como decía Ortega, no queda más remedio que conllevar esta situación cuya tensión va subiendo y bajando?
Quiero pensar que no vamos a estar así toda la vida. Tuve ocasión de viajar a Canadá y ver lo que pasó tras el órdago de Quebec. Son 25 años de letargo hasta que vuelven a coger impulso. Me temo que Cataluña está ahora en ese letargo. Por fortuna, en Cataluña y en Barcelona hay mucho más que políticos.
Hay un montón de gente, de empresarios, con una capacidad y unas ganas de emprender, de exportar… Son los que tiran del carro pese a la huida de las grandes empresas. A eso me agarro, pero no va a ser fácil.
El propio Ortega decía que una generación dura quince años. Dentro de un par de ellas, cuando dejes Espejo Público, ¿a qué te gustaría dedicarte?
Me gustaría ayudar. La vida ha sido muy generosa conmigo. Es cuestión de justicia devolver esa generosidad. Estoy pensando en menores tutelados, en prostitutas, en mujeres rescatadas de la trata… Si el hecho de ser yo conocida puede ayudar a visibilizar esos colectivos, tengo que aprovecharlo.
En cuanto al mundo del periodismo, me gustaría poner las luces largas. Vivimos con mucha premura. A veces me falta ese plus de análisis, tiempo y cocinar a fuego lento la información. Tengo la sensación de que las grandes revoluciones están ocurriendo sin que nos enteremos.