Isabel Coixet: "Jamás el independentismo ha sido de izquierdas, y menos todavía en Cataluña"
"La gente que apoyó el ‘procés’ se sintió parte de algo más grande, les funcionó como motor vital. A mí me ocurrió todo lo contrario" / "No quiero gobernantes que me arreglen la identidad" / "El apoyo a las películas nacionales en Francia es mucho mayor que en España. Por parte del Estado y de la gente".
12 mayo, 2024 03:05Se nos ha ocurrido el guion de una película para desmigar todo lo que queremos preguntarle a Isabel Coixet (Barcelona, 1960). Nos da un poco de vértigo porque sus guiones han ganado tropecientos mil premios y nosotros no sabemos nada de películas. Pero hay algo en Coixet que anima a intentar. En realidad, hay algo en los textos de Coixet que empuja a eso que Hemingway llamaba "mezclarse estrechamente con la vida".
Los libros, los amigos, escribir, los amores, los restaurantes, el café... y el impulso de devorarlo todo. Ese mapa se ha hecho carne y papel en un libro recién publicado: Te escribo una carta en mi cabeza (Círculo de Tiza, 2024).
Vamos a intentar lo del guion: además, nada puede empeorar lo que ocurrió cuando la conocimos. Nos tocó presentarla en público ante un salón abarrotado y dijimos que tenía siete goyas en lugar de ocho. Ella se rio, nos disparó una broma y pudimos relajar los intestinos. Aquel día prohibió que la tratáramos de usted.
Visto con perspectiva, es normal que no se cabreara. Un goya arriba uno abajo teniendo, además de otros siete, la medalla de Bellas Artes, el nacional de Cine, el internacional de la Academia Europea...
Vamos a intentarlo.
–Tenemos un guion de entrevista, Isabel...
–¡A ver! ¡Acción!
Isabel, escritora y directora de cine, está perdida en un pueblo del sur de Francia. Es domingo y hay elecciones en Cataluña. Mientras intenta votar por correo, piensa en su infancia, en sus años febriles. Se está planteando volver a Barcelona y, en esa decisión, influyen los recuerdos que van apareciendo.
Aparece que Isabel nació en una familia de clase obrera, en el barrio de Gracia. Aparece que Isabel es hija de un hombre y una mujer sin estudios que, a lomos de su intuición, la acercaron a las cosas más apetitosas de la cultura.
Aparece que Isabel se enamoró de la Comuna de París a través de Rimbaud y que, por eso, estudió Historia. Aparece que luego se puso a escribir anuncios de publicidad. Aparece que, más tarde, le dio por rodar películas. Aparece que arrasó dentro y fuera de España y que es, hoy, nuestra directora más galardonada.
Aparece que Isabel ha creado un género en sí mismo. El género Coixet consiste en mezclar lo que ocurre en la realidad con un destilado de las cosas que lee en los libros que más le gustan. Hablar con Isabel es hablar con muchos libros.
Todo este guion es realidad... con una migaja de ficción: Isabel Coixet no puede plantearse regresar porque nunca se ha ido de Barcelona. Sigue teniendo una casa en el barrio donde creció. Pero sí ha tenido mejores y peores momentos allí. Ganas de quedarse y ganas de marcharse.
Esta conversación pretende también convertir Barcelona en uno de los protagonistas de la película. Hablar de Barcelona a través de Isabel Coixet. Igual que ella nos habla en sus guiones del amor, de la traición, de la ambición, de los celos, de la lealtad o la amistad a través de personas concretas.
Además, el título de la película podría ser el de tu último libro: “Te escribo una carta en mi cabeza”.
¡Por fin he conseguido votar por correo! Me enviaban los papeles y no me pillaban en casa. ¡Y mira que estoy mucho tiempo en casa escribiendo! Pero los vecinos que me suelen recoger las cartas cuando no estoy tampoco estaban.
Además, hoy es día festivo en Francia porque se conmemora la victoria sobre el nazismo, ¿no?
Es fiesta en París, sí, pero no en el sur, donde estoy yo.
Me contó Houellebecq en una entrevista que las diferencias entre París y las demás ciudades francesas son muchísimo más grandes que las que hay entre Madrid y las demás provincias españolas.
Bueno, las diferencias son brutales, es verdad; pero creo que también lo son entre Madrid y las demás ciudades españolas. Soy muy fan de Houellebecq, sobre todo del Houellebecq actor. Hace poco vi la última película que ha hecho con Blanche Gardin. Se van a una isla del Caribe... es realmente una locura. Me alucina esa falta total de pudor que tiene.
Pensaba que me ibas a decir que habías visto su película porno. En menudo lío se ha metido [existe una grabación pornográfica suya. El director dice que es legal y Houellebecq dice que es un engaño].
Esa creo que me la voy a ahorrar. Preferiría no verla.
Como Bartleby el escribiente, el personaje de Melville: “Preferiría no hacerlo”.
Eso, ¡preferiría no hacerlo! La peli que te digo es un concurso de sosias de Houellebecq en una isla tipo Martinica. También me encantó la que hizo con Depardieu, o esa otra que narraba su secuestro. Es un sujeto que tiene mucha gracia. También, un gran escritor. Su última novela, Aniquilación, me ha gustado mucho. Es, quizá, de las más humanas. Se nota que se está haciendo mayor. Le encontré hasta ternura.
¿Te gustaría dirigir a Houellebecq?
Casi que no. Me gusta verle a distancia. No mezclemos las cosas.
¡Venga, valiente!
Bueno, igual un papel secundario… Una colaboración especial, sí. A eso no te digo que no.
En realidad, “Te escribo una carta en mi cabeza” es el título de un texto precioso que le escribiste a tu hija. ¡Para qué tanta película! En ese texto, en esas dos páginas, está todo.
Dos páginas dan para mucho, pero no es tan divertido escribir dos páginas como rodar una película. Pero, sí, en dos páginas se pueden decir muchas cosas. Un día, ella me había contado que estaba mal. Ya tiene 26 años, pero da igual. Eres madre siempre. Te cuenta tu hija que no está bien y, automáticamente, te preguntas qué puedes hacer tú para que esté mejor. Y a veces no puedes hacer nada.
Muchas cosas de las que te cuenta te devuelven a la persona que fuiste a su edad. Y puede resultar estremecedor. Porque piensas: “Ojalá no pase por esto, ojalá no se sienta como me sentí yo cuando me ocurrió eso”. Sólo te queda esperar, pero no puedes hacer nada. Sólo te queda repetirte: “Por favor, que no pase por lo que yo pasé”. Sólo te queda estar ahí para cuando te necesite.
No recuerdo quién dijo aquello de que la maternidad es el aprendizaje del miedo: convivir con un miedo súbito e inédito hasta entonces. El miedo a que les pase algo.
En una película, Jennifer Jason Leigh decía: “Ser madre es lo que te evita meter la cabeza en el horno”. Inmediatamente después, pensé: “Bueno, a Silvya Plath no se lo evitó”.
En este guion improvisado van a aparecer muchos recuerdos. También podría funcionar como una carta a tu hija.
¡Acción!
Estás llegando a la oficina de Correos de ese pueblecito francés. Tú eres muy afrancesada, por eso tienes dudas del regreso.
Antes, todo el mundo me decía que estaba muy americanizada, que era muy anglosajona. Pero, para mí, Francia es un país muy importante. Los primeros grandes viajes de mi vida fueron a París. Estudié el último año de carrera en La Sorbona.
Conozco muy bien Francia. Siempre estoy reprochando a mis amigos franceses que yo sé mucho más de Francia de lo que ellos jamás sabrán de España. Es curioso: todavía hoy tienen en la cabeza ese esquema de cómo somos los españoles. Les cuesta mucho salir de ahí.
¿Cómo es ese esquema?
Que somos gente apasionada, que dormimos la siesta… Por cierto, conozco muy pocos españoles que puedan dormir la siesta cada día. Los franceses se han parado en Picasso, Almodóvar y muy poca cosa más. Encima, Picasso para ellos es como francés. Lo más interesante de la España contemporánea no les está llegando. O quizá sea que no muestran interés.
¿Y a la inversa? ¿Es verdad ese esquema que tenemos nosotros de Francia como país refinado, con gente mucho más interesada en los libros y en las películas, y con un Estado mucho más promovedor de cultura?
Eso era verdad, pero no sé hasta qué punto lo es hoy. Veo muchos colectivos de artistas que se quejan igual que se quejan los colectivos similares en otros países de Europa. Lo que resulta incontestable es que la asistencia al cine es mucho mayor. El apoyo a las películas nacionales también es mucho mayor, no solo por parte del Estado; también de la gente.
¿Tu primer recuerdo es el de ver Pinocho con tus padres en un cine de Barcelona?
¡Sí! En el Cine Texas. Mi primer recuerdo es estar ahí sentada y empezar a llorar y a gritar cuando a Pinocho se lo come la ballena. Me tuvieron que sacar de la sala por los berridos que pegaba. Desde entonces, he tenido manía a Pinocho, pero no a las ballenas. El mundo Gepetto me da… Es muy raro. Un abuelo que se fabrica un nieto de madera, que luego se hace persona, miente y le crece la nariz… Ese mundo no es para mí.
¿Cómo era esa Barcelona? Vargas Llosa la describió en esta sección como “la puerta a Europa”. Un lugar adonde todo el mundo quería irse a vivir para hacer, decir, rodar y escribir las cosas que en otros lugares del país no parecían posibles.
Buena parte del boom latinoamericano ocurrió en Barcelona. El apoyo de Carmen Balcells, editora de tantos, fue fundamental. Yo era una niña y ese ambiente ni lo olía. Sí recuerdo que, caminando por el Paseo de Gracia, me decían: “Allí vivía García Márquez”. También escuchaba hablar a los mayores de Bocaccio [una discoteca que reunía a la gente más rompedora del cine]. La Barcelona de mi infancia era muy precaria, muy popular.
"En Francia, el Estado y la gente cuidan mucho más las películas nacionales que en España"
Dices en otro de tus textos que el mayor regalo que te hicieron tus padres fue el “espíritu de la tolerancia”. Pongamos carne a esa abstracción. ¿Cómo era tu casa? ¿Qué hacían tus padres?
Mi padre era de Barcelona. Su madre venía de Valencia y su padre tenía orígenes franceses. Mi madre y su familia eran de Salamanca. En general, gente obrera. Con esa “tolerancia” me refiero a un ambiente en el que hablábamos catalán con mi padre y español con mi madre.
Mi padre era el prototipo de catalán, pero estaba enamorado del flamenco y tenía una querencia increíble por otras culturas. Había dejado el colegio a los trece años, por supuesto no había ido a la universidad. Mi madre, tampoco. Pero sabían dónde estaban las cosas buenas.
La importancia de la intuición.
Exacto. Ellos estaban centrados en sacar adelante una casa con el sueldo de un obrero, pero sabían que, más allá, existía un mundo de cultura. Y que eso era muy disfrutable. Hacían lo que podían. Compraban libros usados en el mercado de San Antonio, escuchaban música clásica. De haber ido a la universidad, no sé adónde habría llegado mi madre. Tiene una inteligencia natural para ir por la vida que me maravilla.
Tuviste la responsabilidad de ser la primera universitaria de la casa.
Sí, era una responsabilidad. Estaba tan decidida a sacarlo adelante que me pegué hasta los veinticinco estudiando y trabajando al mismo tiempo. Tenía amigos que decían: “Cuando cumpla los dieciocho, me voy a coger un año sabático”. Eso era impensable para nosotros, para los de mi clase social. Había que estudiar y había que trabajar. Teníamos un hambre tremenda de conocer mundo y de aprovechar todas las oportunidades que apareciesen.
A ti no tenían que decirte lo que el padre de Marx a Marx: “En lugar de escribir ‘El Capital’, ¿por qué no te preocupas de labrarte uno?”.
Marx envió a su padre a freír espárragos. A mí no me tenían que decir eso del capital. Tenía clarísimo que debía ahorrar mientras estudiaba.
Te apuntaron a un colegio de Montessori. Hoy, está muy de moda. Todo son juguetes montessori, guarderías montessori, colegios montessori. El otro día vi por la calle el cartel de una película biográfica sobre su fundadora.
Diría que fue uno de los primeros colegios Montessori en España. Mi hermano y yo fuimos allí hasta los trece años. Era un ambiente muy participativo, muy libre. Eran los sesenta y nos daban algunas asignaturas en catalán. En la biblioteca, también había libros en catalán. Me di cuenta después, más mayor, de lo avanzado que había sido aquello. Lo supe cuando llegué al instituto y me encontré con todos los que habían estudiado en colegios muy religiosos.
Mis padres tuvieron la gran idea de ahorrarnos esa educación nacionalcatólica. Por generación, me habría tocado. Mi padre era muy anticlerical. Enfrente de casa había un colegio de curas y otro de monjas. Él dijo que por encima de su cadáver. Gracias a Dios, porque me ahorré muchas cosas.
Supongo que te enseñaron el catalán en casa.
Sí, pero, como te contaba, también un poco en el colegio.
¿Escribes algo en catalán o primero en español y luego traduces? Lo digo porque una de tus primeras películas, si no recuerdo mal, fue rodada en catalán.
Escribo y hablo el catalán, pero mi lengua materna es el español. Por eso, pensar y escribir me sale en español.
El otro día me dijeron un par de directivos de medios catalanes que el catalán se está perdiendo. A mí me sorprendió porque en los colegios se enseña el 75% en catalán y, a veces, ni siquiera se respeta el 25% de castellano. Además, cuando voy a Barcelona, por la calle escucho mucho el catalán.
¿Que se está perdiendo el catalán? ¿Vas en serio? ¡Cómo se va a estar perdiendo si todos los papeles oficiales, si casi todo el colegio, son en catalán! No sé ni qué decirte. Me asombra.
Enric Juliana, de hecho, me dijo: “La gente se enfada en el Paseo de Gracia porque piden un café en catalán y no les entienden”.
Me parece alucinante. Además, “café” se dice igual en catalán. La gente tiene mucho tiempo libre… Hombre, vas por el Paseo de Gracia y oyes chino, ruso… Todo está lleno de turistas. Yo evito el Paseo de Gracia por eso. Pero vivo en el barrio de Gracia. Y en el barrio todos hablamos catalán.
Si piden un café y no les entienden, igual es que hablan muy bajito. O quizá es que van a Starbucks, que tienen el “latte”, el “frappé”, los distintos tamaños… Y ahí no hay quien se entienda. También me prohíbo ir a Starbucks.
David Gistau decía algo muy divertido: “La librería que más me gustaba se ha convertido en un Starbucks. El cine que más me gustaba se ha convertido en un Starbucks. El bar que más me gustaba es hoy un Starbucks. ¡Hasta aquella novia que tuve se ha convertido en un Starbucks!”.
Acabo de estar en Colombia. ¿Cómo es posible que en Cartagena de Indias, la cuna del café, haya un Starbucks? Uno tiene que ir por la vida sorteando las cosas que no le gustan. Ya que no les podemos poner dinamita, esquivémoslas.
Te criaste en el barrio de Gracia. ¿Ha cambiado mucho el paisaje desde los ochenta hasta hoy?
El barrio de Gracia es todavía muy popular. Tengo una gran ventaja. Nací en la clínica La Alianza, en la calle Padre Claret. De ahí, en cinco minutos andando, llegas a la casa donde viví de niña. Otros cinco minutos andando, y llegas adonde vivo hoy, pasando por los lugares donde descubrí con mis padres las aceitunas rellenas y la Coca-Cola. Toda la geografía de mi vida está en ese barrio.
El lugar donde llevé a Murakami a tomar su primer mojito, el Cine Texas donde mi abuela fue taquillera... El gimnasio que hay hoy delante de mi casa fue el salón de bodas donde se casaron mis padres. Siempre tengo la fantasía de que fui concebida allí porque nací exactamente nueve meses después de la boda.
También hubo un regalo material importante: la cámara de Super 8. Fue el día de tu primera comunión. En realidad, estamos haciendo esta entrevista porque hiciste la primera comunión.
¡Sí! [se parte de risa]. Hice la primera comunión y me regalaron una Super 8 de segunda mano. Fue un descubrimiento total: “Se pueden contar cosas con esto”. Kodak ha sacado una nueva Super 8. Voy a hacer unas pruebas con ella. En un nuevo proyecto, igual incluyo unas tomas grabadas con Super 8.
Todo es retro ahora: los vinilos, las cintas, la ropa.
Porque necesitamos agarrarnos a cosas. A la gente que ha nacido ya en este mundo virtual igual le parece bien tener romances y rupturas con gente a la que no ha tocado. Pero los demás nos agarramos a cosas como los vinilos, las cintas de casete, los revelados, la Super 8… Ya sé que hay una nube que lo guarda todo, pero yo quiero tenerlo en mi mano, quiero tocarlo, quiero olerlo.
El primer plano que grabaste fue el de tu vestido blanco de comunión manchado de Coca-Cola. No filmaste a tus abuelos, a tus padres, a la familia… Filmaste el vestido blanco manchado sobre la cama. Jesús Quintero te preguntaría: ¿eso significa algo desde el punto de vista del psicoanálisis, Isabel?
Pasaba del banquete. Afortunadamente, nadie me riñó ni nada. Pasaba porque no me interesaba la vida cotidiana, quería hacer y conocer otras cosas. Supongo que pensaba: “Si esto ya lo vivo cada día, ¡no necesito filmarlo!”.
Paradójicamente, los personajes de tus películas sí son de esa vida cotidiana. Una historia contada siempre tiene algo de excepcionalidad, pero tus protagonistas pertenecen a la calle.
No sé si diría que pertenecen a la calle. Creo que son una destilación de historias literarias que me han contado, he leído o he escuchado. Imagino esas escenas cotidianas a partir de lo escuchado y lo vivido. Es ese punto a medio camino. No he hecho ciencia ficción, aunque sí algún drama histórico. La magia del cine es contar las cosas que no vives. Me flipa, por ejemplo, hacer una película de época y reconstruir la Historia.
Vamos a los ochenta: empezaste a salir, a mezclarte con esa Barcelona, que acabó apareciendo como personaje indirecto de tu peli “Demasiado viejo para morir joven”.
Fue la década en la que comencé a viajar. No fui ni soy una persona de salir en grupo. Mi conocimiento de la gente es de uno a uno o de dos en dos. Cuando voy a una cena de ocho, pienso: “A ver cómo sale esto”. En los ochenta, vivía en Barcelona, pero empecé a encontrar trabajo fuera, a abrirme al mundo.
Era una ciudad donde, en los bares, se bebía mucho. En los conciertos, también. Recuerdo unas sinusitis horribles. Me acuerdo, por ejemplo, del día que se presentó Soft Cell. Me duchaba y el pelo me seguía oliendo a humo. ¡Dios mío, no podía ser! Pero era.
Estudiaste Historia y te especializaste en los siglos XVIII y XIX, creo que apasionada por las tres revoluciones francesas. Barcelona también fue muy revolucionaria: la “rosa de fuego”, la llamaban.
Sí, “la rosa de fuego”, es verdad… Pero a mí me dio por las revoluciones francesas del XIX. Aunque, antes, hice un trabajo en tercero de carrera sobre las colectividades libertarias en Barcelona durante la Guerra Civil. Me apasionó, ¿eh? Pero elegí Francia. Es interesante eso: ¿por qué nos enamoramos de un momento de la Historia y no de otro?
En tu caso, ¿por qué?
Me enamoró la Comuna de París, creo que por la literatura que la rodeaba: Verlaine, Rimbaud…
¿Cómo me describirías tus días en la universidad? ¿Tuviste años revolucionarios?
Cuando estás en la universidad pero tienes que trabajar al mismo tiempo… No es lo mismo. En segundo ya iba a clases nocturnas. Sí recuerdo haber ido a un montón de asambleas y, estando ahí, preguntarme: “¿Qué hago yo aquí?”. Me gustaba estar informada de lo que pasaba. Mi espíritu combativo es afín al de Rimbaud cuando escribe “El corazón robado”.
¿Qué dice el poema?
De alguna manera, Rimbaud dice que, sobre sus ideales revolucionarios, siempre acababan cayendo boles de sopa. Soy escéptica. Creo en algunas cosas, pero no sé si pongo la mano en el fuego por mis ideales. Dudo de todo. Todo me parece susceptible de cambio, todo me parece susceptible de crítica. Fui un gran fracaso como revolucionaria.
"No sé si pongo la mano en el fuego por mis ideales, fui un gran fracaso como revolucionaria"
Rodaste películas fuera desde muy pronto. Cuando uno conoce mejor su ciudad es cuando va adquiriendo perspectiva de tiempo y distancia, ¿qué aprendiste de Cataluña?
Barcelona es una ciudad opaca. La han sobrevolado muchos entusiasmos colectivos que se han ido apagando. Me gusta Barcelona, es mi ciudad. Creo que tiene una estructura que está muy bien, muchas cosas funcionan. Tiene muy cerca fantásticos lugares de playa y montaña. Cuando eres una persona como yo, hablas más de lo que no funciona.
Barcelona no tiene la efervescencia de Madrid. No hablo de glamour ni nada por el estilo. Pero, en Barcelona, vas a un estreno y no hay esa cosa bulliciosa de Madrid. Todo es un poquito plano. No acabo de comprender Barcelona, pero no acabo de comprender nada en general.
¿Recuerdas momentos concretos en que eso que llamamos “convivencia” se empezó a romper o fue algo progresivo?
Viví momentos muy concretos. También el ostracismo social. Todo empezó para mí cuando firmé un manifiesto redactado por Francesc de Carreras sobre el bilingüismo. Me pareció bien porque creo que he aprendido muchos idiomas gracias a haber alternado el catalán y el español en una misma conversación. Me pareció un manifiesto práctico y firmé. Vi desde el principio que no cayó en gracia.
¿Cuál era la tesis del manifiesto?
50% de la educación en catalán y 50% en castellano. Fue hace casi quince años, creo. Empecé a ver que había… Personalmente fue el momento en que… En realidad, era una tontería pedir aquello. ¡Me parecía de cajón! Para mi asombro, el manifiesto no fue bien visto. Recuerdo que me lo reprochaban hasta en la calle. A partir de ahí, me fui dando cuenta de las cosas.
Hablemos de esas cosas. La vida secreta de las cosas.
No sé si Barcelona se convirtió en “la rosa de fuego”, pero hubo años de gran rompimiento. De gente que ya no te saludaba y que se cambiaba de acera para no hablar contigo. Nos sentimos excluidos de la vida pública y social. Lo más alucinante es cómo todo eso se ha ido diluyendo… y ahora parece que nada ocurrió.
A mí me parecía muy raro ese discurso, esa especie de rabia contenida: “Nos tratan mal, estamos oprimidos…”. Todo ese victimismo. De verdad, hoy me pregunto: ¿pasó? ¿Lo soñé? Las cosas van volviendo a estar en su sitio. Pero, ¿cuál es ese sitio? Soy absolutamente incapaz de escribir el cómo y el porqué.
No te has planteado, entonces, escribir sobre todo aquello.
No. Sólo se podría hacer en clave de ciencia ficción, de western, o de drama con marionetas. Contar lo que muchos vivimos entonces es muy difícil. A mí me resulta difícil porque no soy una persona a la que le guste ese rollo de “mira lo que viví, lo que me pasó, lo que sufrí”. Soy más de adaptarme y de mirar a lo siguiente. Pero fue muy angustioso. Recuerdo momentos de pasar miedo, de agresiones no solo verbales. Y esa sensación de que, si te quejabas, nadie te iba a escuchar.
¿Agresiones no solo verbales?
Sí. Hubo escenas así. Cuando te agreden, como pasa con algunas películas, y vas a denunciar y te das cuenta de que la policía es cómplice de los agresores. Esa sensación de que nadie te va a escuchar, de que te quieren hacer ver que estás exagerando… Visto desde hoy, es muy extraño. Te voy a contar un día que hoy me parece ficción.
Cuenta.
Una noche, volvía a Barcelona desde Benidorm, donde había estado localizando para rodar una peli. Era el día que tomaron el aeropuerto. Los aviones no podían aterrizar, así que cogí un autobús, de esos de diecisiete paradas, desde Benidorm a Barcelona.
Llegué de madrugada. Estaba todo lleno de hogueras. Habían arrancado el cajón de la electricidad, no había luz. No había taxis. Iba con la maleta sorteando las hogueras. A veces le pregunto a mi compañera de producción: “¿Fue verdad eso? ¿Ocurrió?”. Podemos hacer como que no pasó nada, pero sucedió. Lo vivimos.
Laura Ferrero, que es muy amiga tuya, cuenta que de niña, aquel día viendo Pinocho, aprendiste que la pantalla y la vida son dos mundos que colindan aunque no se comuniquen. ¿Tuviste la sensación en el procés de que mucha gente vivía en una ficción?
A lo mejor fui yo quien vivió una ficción. Desde mi punto de vista, ellos vivieron un momento en que se sentían parte de algo más grande, que les trascendía. A muchos les funcionó como motor en un momento de sus vidas. A mí, desde luego, todo lo contrario.
Quizá lo más duro de aquel tiempo fueron las amistades rotas, las discusiones familiares.
Sí. Hay gente a la que pierdes y no vuelves a ver. Es muy extraño. Además, ¿la pierdes en nombre de qué? Estoy dispuesta a hablar con gente muy opuesta a mis ideas, lo hago con frecuencia. Pero había gente que te hacía el vacío solo porque pensabas que la independencia no es una buena idea.
No me metía a criticar ni a insultar, simplemente decía y digo: “No es una buena idea, no me parece práctico”. Decías: “No me parece buena idea la independencia de Cataluña”. Y a partir de ahí eres una fascista. ¿Hola? Puedo ser cosas muy desagradables, pero una fascista, desde luego, no.
En aquel tiempo escribiste un artículo en ‘El País’. Fuiste muy irónica, dijiste lo que me decías ahora, y que te hacían sentir como “una ciudadana de cuarta” por reflejar “pereza” respecto al procés. Se montó un revuelo tremendo. Te llamaban los medios de medio mundo para preguntarte por Cataluña, incluido 'The Washington Post'.
Y de The Guardian, Le Monde, The Times… “Oiga, que soy directora de cine, que quiero hablar de mis películas o de las películas de otros. Solo he dicho lo que pienso. Desde un punto de vista macroeconómico y microeconómico no me parece una buena idea”.
Solo de pensar que hubiera otro gobierno por encima de la Generalitat, con más funcionarios, más coches oficiales y más gasto, se me hacía un mundo que… Hay gente que piensa que la independencia es maravillosa, que es lo que les falta para ser felices de verdad. A mí me hacen falta otras cosas para ser feliz.
De repente, te supiste miembro de una familia huérfana de representación: todos esos socialdemócratas a los que “la idea de España no les fascina, pero no les repugna”, esos que no quieren estar todo el día pendientes de su identidad y no creen en las “repúblicas imaginarias”.
Es que yo no tengo problemas identitarios, tengo problemas digestivos. El mundo está dividido en países. En algunos lugares, la división es mejor que en otros. Pero, fijémonos en Europa: mira qué bien les ha ido separados a Eslovaquia y a Chequia. ¡Mira qué maravilla los Balcanes! Cuando ves todas esas separaciones, dices: “Vamos a tirar con lo que hay y a mejorar lo posible para que todo el mundo se sienta bien”. Pero hay gente que nunca se siente bien, que siempre quiere otra cosa.
Eres un caso curioso porque tienes los premios más importantes del Estado y de la Generalitat. ¿Ese reconocimiento institucional ha sobrevivido al procés?
Todos esos premios me los dieron antes del procés. A partir de ahí eres persona non grata. Cada gobierno da sus cosas a quien quiere, no importa.
Hoy no formas parte del grupo de gente conocida de la Cultura que apoya al Gobierno, pero recuerdo que, por ilusión y convencimiento, rodaste los spots de campaña de Zapatero en 2008. ¿Qué ilusión encontraste entonces que no encuentras hoy?
Zapatero era una star. Cuidado, ¿eh? Ibas a cualquier país y todo el mundo decía: “¡Qué envidia!”. Hablaba con calma, no gritaba, tenía ese punto conciliador… No había la agresividad que hay ahora. He hecho muchas campañas para muchas cosas. En aquel momento, hice unos spots divertidos. Era una agencia con la que había trabajado mucho, eran colegas y los hice. Luego me pidieron más y dije que no. Ya no tengo que hacer más.
Cuando miro a la izquierda en Cataluña y en el resto de España, me acuerdo de esa frase de Orson Welles: “La izquierda se ha traicionado para salvar su piscina”.
Es una frase que dijo Welles cuando el macartismo, cuando todos esos amigos suyos de izquierdas denunciaron a otras personas del Partido Comunista para salvar sus piscinas y sus profesiones. Los que no colaboraron se vinieron a Europa a trabajar.
No sé qué pensar… Por clase social, soy de izquierdas, pero te juro que hoy ya no sé qué significa ser de izquierdas. Soy muy crítica con muchos comportamientos que… Te lo resumo: siempre más de izquierdas que de derechas, más de champán que de cava y más de anchoas que de boquerones. Por cierto, para mí el independentismo nunca ha sido un movimiento de izquierdas. Y menos en Cataluña.
"Para mí, el independentismo nunca ha sido un movimiento de izquierdas. Y menos en Cataluña"
Cuando hablan de “mayoría progresista” e incluyen al PNV, a Junts… ¡Pero si son más de derechas que San Dios!
¿Izquierdas? ¿Hola? Tenemos un gazpacho ahí que a ver cómo lo arreglamos. Pero estoy convencida de que saldremos adelante.
Tu libro sólo incluye un artículo político: criticas que, para colmo, ese identitarismo ha provocado como reacción un nacionalismo español que recuerda a otro tiempo.
Evidentemente, el auge de Vox, ¿a quién se lo debemos? Lo peor del movimiento procesista fue el “cuanto peor, mejor”. Y eso es algo que me cuesta perdonar. Tenían ganas de que a España le fuera mal. Para mí, eso es lo más difícil de perdonar, aunque tampoco nadie ha pedido perdón, así que…
Vamos llegando al final de la película. Isabel, nuestra protagonista, que está a favor de un referéndum legal y pactado, decide regresar a Cataluña para firmar un manifiesto en favor de un filósofo llamado Salvador Illa, que es candidato a la presidencia de la Generalitat.
No he visto a este señor en mi vida. Te cuento la historia de mi firma en el manifiesto: me llamó Iceta, que me cae muy bien, y me pidió que firmara. Lo hice, pero sin entusiasmo. No voy a mítines, jamás me verás enardecida. Bueno, me verás enardecida cuando los Pet Shop Boys presenten su último disco en España. He llegado a esta edad provecta sin haber ido jamás a un mitin. Es un gran éxito en la vida y voy a seguir así. No he visto en mi vida al señor Illa, no juego con los políticos al dominó.
Cuando se propone una entrevista así a algún artista, ya ni te cuento un deportista, la respuesta suele ser: “No quiero hablar de esas cosas, no quiero meterme en líos”. Una vez, hablando sobre esta autocensura, dijiste: “Prefiero pagar las consecuencias de hablar que las de callar”.
Hay un momento en la vida en que te dices: “¿Para qué me voy a callar?”. Además, lo que yo pienso es bastante simple: no quiero gobernantes que me arreglen la identidad ni que me arrastren a aventuras absurdas. Quiero gobernantes que arreglen los problemas. Y hay unos cuantos más importantes y urgentes que la identidad. Por ejemplo, el paisaje.
¿Cómo vamos a lidiar con la sequía? ¿Cómo vamos a proteger las costas y los bosques para los bisnietos de quien sea? ¿Se puede ser patriota permitiendo la deforestación y lo que pasa, no sé, en el Mar Menor? Quiero gente que se ocupe de las preocupaciones reales, no de las banderas, los himnos y los lenguajes.