Salvador Illa, en los actos del Día de la Constitución.

Salvador Illa, en los actos del Día de la Constitución. Europa Press

Política DÍA DE LA CONSTITUCIÓN

El difícil equilibrio de Illa en la vuelta de Cataluña al Día de la Constitución: una vela a Sánchez y otra al "reencuentro"

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La de Salvador Illa fue la única "buena noticia" que pudo proclamar el Gobierno en el Día de la Constitución. Era un hecho. En mitad de tanta imputación, de tanta declaración en los tribunales prevista de aquí a Navidad, ahí estaba el presidente de la Generalitat de Cataluña de vuelta en los fastos del 6-D... catorce años después.

El último que hizo esa visita fue José Montilla en 2009. Desde entonces, los cuatro presidentes nacionalistas –Artur Mas, Carles Puigdemont, Quim Torra y Pere Aragonès– se ausentaron al mismo tiempo que definían la Carta Magna como algo ajeno y opresor.

Se cuidó mucho Illa de no apuntar a ningún adversario político en ese primer contacto con los medios al entrar en la Carrera de San Jerónimo. Llevaba una idea en la cabeza y la repitió hasta la saciedad: que nadie utilice la Constitución como "arma arrojadiza". Saludó a quien se encontró, fuera del partido que fuese, habló así en voz baja, como acostumbra; y se marchó.

Este 6 de diciembre culminaba Illa la escalera de la "normalización". Primero, puso la bandera de España en su despacho de president, luego restableció las relaciones con la Casa Real, después se presentó en Madrid para celebrar la Fiesta Nacional el 12 de octubre. Y ahora la Constitución.

Hasta aquí el relato de Illa, que también hace suyo el Gobierno. Sánchez, con más inquina: "Desde que soy presidente, todos los territorios cumplen la Constitución". Pero luego vienen los difíciles equilibros que apresan al presidente de Cataluña y que lo hacen especialmente vituperado en la oposición. Lo llaman "el afable impostor".

Porque Illa, es cierto, ha recuperado una aparente normalidad institucional en Cataluña, pero lo ha hecho después de que Moncloa eliminara el delito de sedición, rebajara la malversación, aprobara una ley de amnistía, prometiera entregar la competencia de inmigración y se plegara a un cupo catalán. Ese es el precio que ha pagado el PSOE para mantenerse en el Gobierno, para investir a Illa y para alcanzar esa "normalidad institucional".

La mejora de la situación en Cataluña parece innegable en la calle, pero su precio es lo que provoca el debate. Los socialistas, el propio Illa, creen que merece la pena y que es el único camino para integrar el independentismo. Para echar a andar.

La oposición lo describe con el tópico "pan para hoy, hambre para mañana". Conciben que ese pan otorga la normalidad a cambio de generar un mañana donde el Estado no tendrá mecanismos jurídicos para defenderse de una nueva acometida independentista.

A Illa se le ve cómodo poniendo esa vela al "reencuentro" e incómodo con las cesiones ante el separatismo, pero aplaude cuando se anuncian esas decisiones; aplaude a quienes las toman. Prueba de ello, el reciente Congreso federal de Sevilla.

Esa vela al "reencuentro" y la otra al muro también tiene que ver con una estrategia más amplia. En su visita al Congreso, Illa evitó en todo momento referirse o refrendar la tesis del golpismo judicial. No salieron de su boca críticas a los jueces ni menciones a un supuesto "acoso" premeditado de los tribunales al presidente y su entorno.

En esos difíciles equilibrios transcurre la labor de Illa, el hombre callado que devolvió a Cataluña a la "normalidad institucional" a un precio que a unos les parece desmesurado y a él... asumible.